AFP

Alberto, el cartero pasa una sola vez

Cristina Fernández exige un nuevo gabinete “más K”, mientras que Alberto Fernández se resiste

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19 de septiembre de 2021 a las 05:00

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Si algo faltaba para confirmar sin lugar a dudas el engendro que implica el cogobierno argentino ha sido la carta pública que Cristina Fernández le envió el pasado jueves al presidente Alberto Fernández. Nunca se vio, al menos en países con cierta tradición democrática, que el candidato que tenía los votos se autonominara para la vicepresidencia y eligiera otra persona para la tan ambicionada presidencia. 

Lo normal es que primero se elija al candidato a presidente y luego que éste realice consultas para completar la fórmula atendiendo a pedidos de otros sectores de su partido o a necesidades de completar virtudes del ticket presidencial o minimizar potenciales debilidades del candidato a la presidencia.

Por eso, cuando Cristina eligió ir de vice en lugar de aspirar a la presidencia y ofreció este puesto a Alberto Fernández, persona muy allegada a su marido pero que estaba totalmente enfrentada con ella y sus principales políticas en su segunda presidencia, se sabía que algo iba mal y que en algún momento iba a explotar.

Obviamente la bajada a la posición de vice no fue porque Cristina no aspirara a todo el  poder sino a que pese a tener un alto piso electoral de un 30%, tenía un alto rechazo en el resto del electorado que le impediría ganar un balotaje. Poniendo a Alberto, un hombre hábil pero sin peso propio, y asentándose ella en la presidencia del Senado, se aseguraba el control del poder sin exponerse a recibir las consecuencias por cada circunstancia que ocurriera (pandemia, recesión, acuerdo con el FMI, etc). Ella estaba en el Legislativo y desde allí maniobraba directa e indirectamente. Lo primero moviendo el andamiaje legislativo, sobretodo para modificar la estructura del Poder Judicial y tornalo dócil a sus deseos y o sus necesidades judiciales, bastante apremiantes por cierto dadas las varias causas penales iniciadas antes de la llegada de Macri que se amontaban en su contra (el escándalo de la obra pública, el Memorándum con Irán, el tema de sus hoteles, etc). Lo segundo, la acción propia de gobierno, a través de los ministros del Gabinete que respondían a ella o eran fieles representantes de La Cámpora.

Que el asunto no iba a acabar bien en este poder bicéfalo, uno real y otro formal, era previsible. Más previsible se hizo cuando Cristina se dio cuenta que Alberto no iba a arreglar sus problemas judiciales en un santiamén. En efecto, aunque la calidad institucional de Argentina ha decaído mucho no es una república bananera y la Corte Suprema ha sido un verdadero freno ante ambiciones personales o intentos de violar la Constitución. 

Si a este malestar personal de la señora Kirchner se agrega la contundente derrota electoral del pasado domingo 12 en las primarias de las elecciones legislativas de noviembre (las PASO, además de dirimir contiendas internas entre partidos o marcar quienes puede competir en noviembre, son una foto exacta del estado del electorado), ya se puede deducir que nada será igual. Y menos después de la carta de Cristina a Alberto diciéndole que se haga cargo de la derrota que ella interpreta por no haber sido suficientemente “kirchnerista”. Es decir, por no haber gastado más, por mantener determinados equilibrios pese a que la inflación ronda el 50%. 

Cristina exige un nuevo gabinete “más K”. Alberto se resiste porque entiende que ser “más K” es perjudicial aunque en el cortísimo plazo logre poner dinero en el bolsillo de la gente. Pero eso no es la solución. La economía argentina se viene recuperando a pesar del mal manejo de la pandemia (y de la economía). Ser “más K” puede ampliar la ya enorme grieta y además destruir institucionalidad. La movida de Cristina no fue una simple carta, fue un “golpe de estado intrapartidario”. Pero la estructura del poder Ejecutivo implica que habrá que negociar. Por de pronto, porque en noviembre después de la elecciones legislativas el kirchnerismo no tendrá las mayorías parlamentarias que tiene hoy y se reducirá el omnímodo poder de hacer y deshacer de Cristina en el Senado.

Ante todo tiene que olvidarse de la reforma judicial de la Corte y de la Fiscalía, que eran vitales para ella. Y también ve en peligro su proyecto de colocar a su hijo Máximo en la presidencia en el 2023. 

El cartero pasó el jueves para alertar a Alberto sobre su futuro y el de su gobierno. Pero el domingo 12 hubo un tsunami de mensajes al núcleo duro del kirchnerismo de que la genta está harta de los atropellos a las instituciones, del “vamos por todo”, del establecer una suerte de dinastía familiar presidencial. No fue una carta; fueron millones de votos, incluso en los distritos tradicionalmente favorables al peronismo. 

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