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Alonso, el negociador: ¿qué se puede esperar de su presidencia en la AUF?

Aunque salió de escena varios meses, nunca dejó de pensar en presidir la AUF; volvió al ruedo en el momento justo para ganar la elección
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23 de marzo de 2019 a las 05:01

Desde que apareció como posible candidato allá en agosto, en el segundo amague de elección tras el escándalo de los comicios suspendidos por los audios protagonizados por Wilmar Valdez, Ignacio Alonso nunca dejó de pensar en ser presidente de la AUF. Y el jueves lo concretó, en una victoria tremendamente luchada, remontando una derrota en la primera vuelta, y sintetizando el mayor activo que lo caracteriza: la capacidad de negociar.

Alonso es un negociador. Cuando cayó Valdez, del cual integraba su mesa chica, supo moverse rápido y entablar una plataforma electoral con Eduardo Abulafia, el candidato que todos marcaban como de Tenfield. La verdad es que no lo veía suficientemente cooptado por la empresa como para no terminar como los últimos cuatro gobernantes que tuvo la AUF (Corbo, Bauzá, Valdez, Bordaberry): viendo, desde los números, la imperiosa necesidad de otro modelo de gestión del fútbol uruguayo.

Pero Abulafia cayó, y Alonso vio su oportunidad. Pidió ante Conmebol su certificado de idoneidad, que obtuvo, y quedó junto a Fernando Nopitsch como candidatos, hasta que la FIFA decidió intervenir la AUF. “Es el día más triste en la historia del fútbol uruguayo”, dijo en ese momento, apuntando contra los clubes que se habían negado a votar al nuevo estatuto.

Entonces esperó. Pero nunca dejó de pensar en ser presidente.

No dejó de pensarlo cuando la FIFA desembarcó en la AUF y armó la comisión normalizadora, de la cual estuvo cerca al principio y lejos después. Salió completamente de la palestra pública en los momentos más álgidos de la votación del estatuto, sabiendo que en ese momento exposición significaba desgaste.

Uno a uno los posibles candidatos se fueron cayendo por falta de consenso, por decisión propia o de terceros: Valdez, Del Campo, Abulafia, Nopitsch, Welker, Casales, Bauzá, Alarcón. Y Pedro Bordaberry.

Alonso esperó el momento. Supo siempre que tenía una base de votos pequeña -su club Rampla, algunos de Segunda División- y que por eso necesitaba negociar con todo, y con todos.

Y de la misma manera que en su momento vio en Abulafia un posible interlocutor, siempre tuvo en los grandes otro puente. Con Nacional la figura más clara siempre fue Alejandro Balbi, su compañero de Ejecutivo, pero con Peñarol también, debido a una buena relación con Jorge Barrera y con los delegados, que se remonta a sus épocas de integrante de la Mesa Ejecutiva. El apoyo explícito recién llegó en los últimos días, cuando se bajó Carlos Ham, pero Alonso siempre contó a los grandes entre sus votos cuando llegara el momento. Y de hecho, terminaron siendo vitales en la noche electoral.

Ya esa base era más interesante. Entonces decidió irse al interior a buscar los votos de OFI. No es alguien extraño al interior: hombre de Flores, militante del Partido Nacional, encontró un terreno de diálogo. Pensaba llevarse el 100% de esos votos, a pesar de que Tenfield desembarcó hace ya dos años. No los logró, pero fueron los suficientes para conseguir la presidencia.

Y ya con esta gestión encaminada, salió a buscar a los jugadores. No fue fácil, sobre todo la negociación con un hombre duro como Diego Lugano, a quienes muchos califican de inflexible. De todos modos, Alonso sabía que no era momento aún de cerrar un acuerdo. Como en octubre, había que esperar.

Ham se bajó 24 horas antes de la elección y, ahí sí, Alonso salió a buscar a los grupos de interés y logró un apoyo decisivo. El día de la elección siguió negociando, y consiguió, entre la primera vuelta y la segunda, la marcha atrás de algunos delegados de OFI y de otros de la B, para dar vuelta la elección, con la ayuda clave de Peñarol y Nacional.

Esa capacidad negociadora será lo que necesite de acá en más en la AUF. No en vano se trató de una elección reñidísima. Tendrá que negociar con los que no lo votaron -la mayoría de los clubes de primera división, por ejemplo-. Y por sobre todo, con Tenfield, el gran factor de poder del fútbol uruguayo que este jueves cosechó una derrota dolorosa, sobre todo, por los recursos políticos que gastó para que Óscar Curutchet fuese presidente.

No esperen una presidencia que prenda fuego la pradera, que busque rescindir el contrato de TV con Tenfield, que se ponga en pie de guerra. No. Como en su camino a la presidencia, Alonso negociará. Tiene claros los números del contrato actual, y tiene claro que rescindirlo no es una posibilidad: La costosa cláusula de rescisión -más de US$ 60 millones- es una barrera de entrada a cualquier posible interesado, que debería pagar eso para empezar a operar y un piso de otros US$ 30 millones más para pagar el primer año a los clubes, más todos los adelantos a cuenta que Tenfield ha venido pagando -y que buscaría cobrar inmediatamente de irse en una eventual rescisión-. Algo así como US$ 120 millones de movida, antes de empezar a ganar un peso.

Pero ante todo, Alonso sabe que hoy no hay interesados en el fútbol local, al menos con el modelo económico actual. Los 20 años de control de Tenfield han armado una estructura que no es fácil desarmar.

Alonso tiene claro que el camino con Tenfield es la negociación. Primero una posible renegociación del contrato de TV del fútbol local, con un formato de sociedad. En eso, a esta altura, coinciden casi todos. Pero desde hace más de un año, nadie tiene la legitimidad para negociarlo. Ni siquiera Valdez en su tramo final de gobierno, cuando se encontró con un Tenfield que le dejó claro el mensaje que negociaría con el siguiente presidente.

Luego vendrán los derechos de televisión de las eliminatorias, para lo cual se ganó tiempo: el hecho de que arranquen en 2020, y no en el segundo semestre de 2019, da tiempo para negociar y planificar el modo de salir a vender esos derechos. La experiencia de los amistosos de fecha FIFA da una pauta: en un mercado chico, el formato de venta es clave para no terminar en una licitación con un solo oferente.

Alonso no es Lugano. No lo es desde el punto de vista de que no está enemistado con la empresa de Casal (aunque tiene claro que el modelo actual no se sostiene). Pero además, no es  Lugano en otro sentido: si bien necesitó los votos de los jugadores, que el excapitán de la selección lidera, no llegó por ellos solamente. Tiene una base más amplia de legitimidad, y por ende, capacidad de negociación también con quien es el dirigente que más poder sumó en los últimos tiempos. En un fútbol tan crispado, con tanta trinchera y desconfianza, su capacidad de tender puentes puede ser clave.

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