Recuerdo muy bien el primer ejemplar de El Observador porque estaba en la vereda de enfrente y llevaba un puñal, dispuesto a matar. Éramos muy jóvenes, un poco feroces y muy competitivos. Creíamos estar fundando una nueva era en el periodismo nacional, uno más independiente y riguroso, tras los humillantes años de la dictadura.
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