LOIC VENANCE / AFP

Bailando al borde de una catástrofe climática

A pesar de los signos de esperanza, el escepticismo está plenamente justificado ante los anuncios de la COP26

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25 de noviembre de 2021 a las 16:07

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Martin Wolf

¿Cómo hemos de evaluar el resultado de la COP26 de Glasgow? Sería razonable concluir que fue tanto un triunfo como un desastre: un triunfo, en el sentido de que se han dado algunos notables pasos de avance; y un desastre, en el sentido de que están muy lejos de ser lo que se necesita. Sigue siendo extremadamente dudoso que nuestro mundo dividido pueda reunir la voluntad para afrontar este reto en el tiempo que queda antes de que los daños sean inmanejables.

El Rastreador de Acciones Climáticas (CAT, por sus siglas en inglés) ha proporcionado un útil resumen de la situación en la que nos encontramos: con las políticas y acciones actuales, el mundo está destinado a experimentar un aumento medio de la temperatura de 2.7 ºC por encima de los niveles preindustriales; sólo con los objetivos para 2030, esta cifra se reduciría a 2.4 ºC; la implementación plena de todos los objetivos presentados y vinculantes supondría 2.1 ºC; y, por último, la implementación de todos los objetivos anunciados supondría un 1.8 ºC. Por lo tanto, si el mundo cumpliera con todo lo que ahora indica, estaríamos cerca del límite máximo recomendado de un aumento de 1.5 ºC.

El escepticismo está plenamente justificado. Según el CAT, sólo la Unión Europea (UE), el Reino Unido, Chile y Costa Rica tienen actualmente objetivos de cero emisiones netas adecuadamente diseñados. Las mejoras anunciadas en lo que respecta a las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, por sus siglas en inglés) desde septiembre de 2020 reducirán el déficit en las reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero requeridas para 2030 en sólo un 15-17 por ciento. Más de la mitad de esta reducción en las NDC procede de EEUU, cuyas políticas futuras son, por decirlo suavemente, inciertas. Las nuevas iniciativas sectoriales reducirán en un 24-25 por ciento el déficit en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Las reducciones anunciadas en cuanto a las emisiones de metano y a la deforestación serían especialmente significativas, si se cumplen. Pero la reducción de la deforestación es dudosa. En cualquier caso, el déficit sigue siendo enorme.

No obstante, el panorama no es del todo sombrío. Los compromisos de cero emisiones netas cubren ahora el 80 por ciento de las emisiones totales. El techo de 1.5 ºC también representa un claro consenso. Otra buena señal es la declaración conjunta entre EEUU y China, ya que nada puede lograrse sin estos dos países. La declaración final también incluye el compromiso de "acelerar los esfuerzos hacia la eliminación progresiva de la continuada energía proveniente del carbón y de los ineficientes subsidios de los combustibles fósiles". Esto es demasiado poco. Pero es algo nuevo en los acuerdos climáticos.

Sin embargo, para que el mundo logre las reducciones de emisiones recomendadas para 2030, es necesario hacer mucho más. Una posibilidad es el logro de nuevos compromisos durante la siguiente COP, la cual se celebrará en Egipto el año que viene. Ésta será la primera de una serie de reuniones anuales de alto nivel en las que se les pedirá a los países que mejoren sus promesas.

Otra posibilidad es un sector privado más activo. En este sentido, la principal novedad es la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas (GFANZ, por sus siglas en inglés). Según Mark Carney, quien la preside y es exgobernador del Banco de Inglaterra, su objetivo es "construir un sistema financiero en el que cada decisión que se tome tenga en cuenta el cambio climático".

La GFANZ está formada por los principales gestores de activos y bancos del mundo, con un total de activos gestionados de US$130 billones. En principio, la asignación de esos recursos a los objetivos de cero emisiones netas supondría una enorme diferencia. Pero, según Carney, US$100 billones es la "cantidad mínima de financiación externa necesaria para el impulso de la energía sostenible durante las próximas tres décadas". Esto es desalentador.

De más está decir que, si bien es posible impedir que las empresas hagan cosas rentables, es imposible obligarlas a hacer cosas que consideren insuficientemente rentables, después de ajustar al riesgo. Si ellas han de invertir en la escala necesaria, debe haber tarificación del carbono, eliminación de las subvenciones a los combustibles fósiles, prohibición de los motores de combustión interna y divulgación obligatoria de información financiera relacionada con el clima. Pero también debe haber alguna forma de conseguir inmensas cantidades de inversión privada que se dediquen a la transición climática en los países emergentes y en desarrollo, aparte de China.

La GFANZ ha abogado por la creación de "plataformas nacionales", las cuales convocarían y alinearían a "las partes interesadas — incluyendo los gobiernos nacionales e internacionales, las empresas, las organizaciones no gubernamentales (ONG), las organizaciones de la sociedad civil, los donantes y otros actores del desarrollo — para acordar y coordinar las prioridades". Un importante y controvertido asunto será la distribución del riesgo. El sector público no debe asumir todos los riesgos y el sector privado todas las recompensas de la transición energética.

Se le presta mucha atención a la falta de los países desarrollados de aportar los US$100 mil millones anuales prometidos en financiamiento a los países emergentes y en desarrollo. Esto es simbólicamente importante. Pero, tal como lo han señalado Amar Bhattacharya y Nicholas Stern, de la Escuela de Economía de Londres, es relativamente insignificante: "En total, los mercados emergentes y los países en desarrollo, aparte de China, necesitarán invertir alrededor de US$0.8 billones adicionales al año para 2025 y cerca de US$2 billones al año para 2030" en la mitigación y adaptación al clima, y en la restauración del capital natural. Aproximadamente la mitad de esta cantidad debe provenir del extranjero, principalmente del sector privado.

Pero el sector oficial también debe hacer más. En este contexto, es una verdadera lástima que no se esté aprovechando más la reciente emisión de derechos especiales de giro (DEG). De la asignación total de US$650 mil millones, un 60 por ciento se destinará a países de altos ingresos que no la necesitan y sólo un 3 por ciento a países de bajos ingresos. Está previsto que US$100 mil millones de la cantidad asignada a los países de altos ingresos se les presten a los países en desarrollo. Esto debería ser mucho más para ayudar a hacerle frente al legado de Covid y al reto climático.

En resumen, si comparamos el actual debate mundial con el de hace una década, hemos avanzado mucho. Pero si lo comparamos con el punto en el que tenemos que estar, todavía nos queda un camino terriblemente largo por recorrer. Es demasiado pronto para abandonar la esperanza. Pero ser autocomplacientes sería absurdo. Tenemos que actuar con fuerza, credibilidad y rapidez y, no menos importante, debemos estar de acuerdo en hacerlo juntos. La tarea es grande y ya se está haciendo tarde para abordarla. Ya no podemos sentarnos y esperar.

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