Cinco librerías para descubrir en Buenos Aires (y comprar libros baratos)

Además, en la edición de abril de Epígrafe, el aniversario número 70 de Roberto Bolaño

Tiempo de lectura: -'

29 de abril de 2023 a las 05:01

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Es martes y en Argentina el dólar blue sigue subiendo. Ahora está a $495. O al menos hace media hora estaba ese valor. No tengo idea a cuánto estará el sábado, cuando esto se publique o llegue a tu casilla de correo, pero sí sé a cuánto estaba la semana pasada, cuando pisé suelo porteño y cambié: a $410. Aunque no lo parezca, la disrupción económica en las líneas del Epígrafe de este mes tiene que ver, por supuesto, con los libros. Porque creo que no arriesgo demasiado si afirmo que al menos un 10% o más —o mucho más— de las personas que están leyendo este primer párrafo pensaron, en algún momento de estos días, en cruzar el charco. Yo lo pensé y lo hice: fui a pasear, a comer y a comprar libros. Muchos libros. 

No me abastecí en una sola librería, al contrario; lo hice en etapas, en puchitos, me dejé caer en varios locales nuevos, propuestas que recién están estacionándose o encausando su recorrido postpandemia, porque si hay una ciudad que las tiene y en cantidad es Buenos Aires. De hecho, una amiga que vive allá lo dejó claro: “Hoy levantás una baldosa y sale un café de especialidad y una librería nueva. A veces, las dos cosas juntas”. Y eso pasa en una economía que, a priori, no está demasiado fácil para el mercado editorial: el papel para imprimir libros escasea (acá hay una nota interesante sobre el tema), el precio de los ejemplares importados es alto, pero para los uruguayos la ventaja todavía está. Como ir a comer, comprar libros es baratísimo. Insólitamente barato, además, si vas a buscar aquellas ediciones que se imprimen en Argentina.

De eso va abril en Epígrafe. No, no del ventajeo cambiario vecino: te quiero recomendar, por si tenés pensado tomarte el buque, una pequeña ruta de librerías, sumado a algún que otro bonus track alimenticio para completar el paseo. 

Y también: este viernes se cumplieron 70 años de Roberto Bolaño. Es uno de mis autores favoritos, sigo perdiéndome en su obra, persiguiendo las pistas que dejó a los lectores, lo leo y sigo teniendo unas ganas irrefrenables de ponerme a escribir, de fracasar imitándolo. En fin. Es probable que le dedique una edición especial en julio, cuando se cumplan 20 años de su muerte —el 2023, en ese sentido, marca un aniversario doble para el autor de 2666—, pero no quiero dejar pasar la fecha y por eso al final de esta entrega voy a dejar que él hable. Y con eso me voy a ir. Y con eso termino esta introducción.

O no, porque me queda una cosa más, un pedido de disculpas: hace algunas semanas me di cuenta de que tenía la casilla de correo llena. Fueron varias las personas que después de la edición en la que me enfoqué en la obra de Annie Ernaux me dijeron que me habían escrito y que nunca les contesté. Eso pasó, evidentemente, porque los mails en realidad nunca entraron. Si estuviste entre esas personas, perdón. Mi casilla de correo ya está vacía de nuevo. Así que escribime a ebremermann@observador.com.uy que te contesto feliz.

Ahora sí:

Cinco librerías para visitar en Buenos Aires

Cosas que sabemos: que Palermo se gentrificó a niveles estratosféricos. O eso dicen porque la primera vez que fui fue hace no demasiado. Hoy, caminar por Thames o algunas de las calles aledañas entre las seis de la tarde de un viernes y las 10 de la noche de un domingo es una especie de carrera con vallas. La gente burbujea y uno piensa quién vive, quién puede vivir en esas casas pegadas a los boliches. En fin. Para pasear está precioso. 

Palermo, además de una infinidad de locales para comer bien, tiene muchas librerías para recorrer, por ejemplo la ineludible Eterna Cadencia (una suerte de Escaramuza primigenia) y también:

Parada 1: Libros del pasaje

Con una vidriera enorme que se renueva bastante y un catálogo que va de la última novedad de sellos grandes como Anagrama a editoriales independientes pequeñas, Libros del pasaje es un buen lugar para empezar el recorrido. Sobre todo porque el espacio para moverse es cómodo y las estanterías tienen mucho para revolver, aunque a veces la afluencia de público es considerable y el desplazamiento entre las mesas llenas de títulos se puede poner un poco más complejo. Al fondo hay un café. No lo probé, pero la comida se veía bien.

+

Muy cerca está Niño gordo, una “parrilla asiática” que debe estar entre lo mejor de Buenos Aires. De hecho lo está, porque es uno de los que ingresan año a año en la lista de los 50 Best de Latinoamérica. Repetí en este viaje y confirmé que lo que se come ahí no se puede creer. Consejo: reservar en la barra.

Parada 2: Mandrágora

Como una especie de sucursal más barrial, menos populosa y con una incipiente oferta gastronómica/cultural, Villa Crespo se mete en la ruta y tiene varias librerías para ofrecer. Una de las más lindas es Mandrágora, que está hace cinco años en la intersección entre Vera y Thames y cuya fachada blanca atravesada por una enredadera es bastante fácil de identificar en una cuadra que, vaya a saber por qué, predominan los talleres mecánicos. En Mandrágora hay una selección muy cuidada de temáticas, ediciones, varias novedades y hasta una editorial propia que acaban de lanzar bajo el nombre, obviamente, de Mandrágora Editora. La pareja que atiende, además, está muy dispuesta a recomendar o, en todo caso, a entablar una charla sobre cualquier cosa que incluya a los libros.

+

A esa misma altura, a dos cuadras por Aguirre, está la cafetería de especialidad Raíz. El americano está increíble y las medialunas también.

Pero las mejores medialunas están en F5 confitería y cantina, también en Villa Crespo. La medialuna rellena es la definitiva. Comí una, pero comería diez. O veinte. Todo el día. Sin parar. Hasta explotar en una bomba de harina, jamón y queso.

Parada 3: Fetiche

En la categoría “Te podés comprar un café en la ventana y también llevarte un libro” entra Fetiche, que literalmente está a la vuelta de la cafetería Raíz y que, aunque en un espacio reducido, presenta un catálogo amplio —la sección de ensayos está particularmente nutrida, en especial la parte de cine—. La librería tiene menos de un año, está frente al Mercat Villa Crespo y encima tiene libros usados —algunos mínimamente usados y muy recientes— a precios promocionales. En Buenos Aires eso significa que casi te los regalan. Los libreros son muy amables y a uno de ellos le gusta mucho el cine.

Parada 4: Librería Norte

Cambio de barrio. Paso a Recoleta (¿o Barrio Norte?), a una zona muy diferente a las anteriores, a una librería muchísimo más antigua que las mencionadas —se fundó en los sesenta— y que se gana un lugar acá por dos cosas: porque sus libros parecen tener vida propia —las pilas se caen, se mezclan solos, se pierden ante los ojos de sus libreras— y por la disposición de sus encargadas. Si estás buscando algo en especial, no hay manera de que no te lo encuentren, así se tengan que internar en algunas de las montañas inclasificables de tomos que dominan el lugar, mientras se gritan pistas para hallarlos. Seguro, además, te convencen de llevarte alguno más. Eso puede ser peligroso. Está en las Heras, casi Av. Pueyrredón.

Parada 5: La Libre

Una última estación, esta vez en San Telmo, esta vez en La Libre Arte y Libros, una librería y cooperativa que vale mucho la pena visitar para acceder a un montón de publicaciones independientes, artesanales y que no se encuentran en otros lados, así como un catálogo de literatura de disidencias amplio y cuidado. Como centro cultural, además, suele tener charlas, presentaciones y otras actividades que se desarrollan en algunos de los tantos espacios que provee la casona en la que se ubica.

+

Dos opciones para almorzar, muy lejos de ahí: Anafe, en Colegiales, y Chuí, en Villa Crespo. El primero es más refinado, con platos sofisticados y un deck para comer bajo los árboles. El segundo es vegetariano, pero que eso no asuste a nadie: es increíble. Hay que pedir la palta quemada sí o sí.

70 años de Roberto Bolaño

Ayer, viernes 28 de abril, Roberto Bolaño hubiese cumplido 70 años. Se murió muy joven, a los 50, dejó una obra increíble, mucho para decir, mucho para leer. Además era una máquina de tirar frases y titulares. Hoy lo celebro así: recuperando su voz.

De paso, con mis amigos y colegas de Oír con los ojos, Iara López y Fernando Medina, armamos un programa especial en su nombre que ya se puede escuchar por acá. Lo recordamos, repasamos su vida, su obra, sus influencias y lo leímos. Salud, Roberto, estrella distante, donde quieras que estés. Hoy se levantan copas en el café La Habana, en las calles Bucareli y Tallers, en tu México, en Blanes, Santa Teresa y Santiago. También en casa.

«Quiero recordar a aquel escritor que dijo que la patria de un escritor es su lengua. No recuerdo su nombre. Tal vez fue un escritor que escribía en español. Tal vez fue un escritor que escribía en inglés o francés. La patria de un escritor, dijo, es su lengua. Suena más bien demagógico, pero coincido plenamente con él, y sé que a veces no nos queda más remedio que ponernos demagógicos, así como a veces no nos queda más remedio que bailar un bolero a la luz de unos faroles o de una luna roja. Aunque también es verdad que la patria de un escritor no es su lengua o no es sólo su lengua sino la gente que quiere. Y a veces la patria de un escritor no es la gente que quiere sino su memoria. Y otras veces la única patria de un escritor es su lealtad y su valor. En realidad muchas pueden ser las patrias de un escritor, a veces la identidad de esta patria depende en grado sumo de aquello que en ese momento está escribiendo. Muchas pueden ser las patrias, se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es el de la calidad de la escritura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida. Y aceptar esa evidencia aunque a veces nos pese más que la losa que cubre los restos de todos los escritores muertos.» 

Fragmento del discurso al recibir el premio Rómulo Gallegos en 1999 por Los detectives salvajes.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.