Es el pasado al que espero llegar algún día. Puede haber sido ayer o tres años antes. Todo en la vida es siempre por aproximación. Estoy en una cueva ubicada a cuatro horas y media de avión de Pekín, la cual durante el día es atracción turística. En este hábitat ideal para murciélagos se realiza el opíparo banquete de bienvenida del festival literario al que han asistido poetas y animales de todas partes. La mesa llena de supuestas exquisiteces permanece en penumbras. Solo cada tanto es iluminada por los reflectores iguales a los que había en Studio 54 en la década de 1970, cuando la carne era menos triste que ahora. Los poetas merodean la mesa. Imagino lobos que cada tanto escriben un verso y cada tantísimo, uno bueno. Noto ansiedad y preocupación en sus ojos. Después de casi diez horas sin probar bocado, todos los humanos, incluso los calvos, tienen la voracidad de un felino al que le han sacado de la boca el trozo de gacela deliciosa que pensaba engullir.
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