Camilo dos Santos

Cosas en las que los uruguayos (de buena voluntad) podemos estar de acuerdo

Cómo evitar colaborar en esta campaña de odios que puede resultar tan letal como el virus

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03 de abril de 2021 a las 05:03

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En una reunión virtual con personas de Argentina, Paraguay, Bolivia, Colombia, Brasil y Perú, comenté que en mi familia tres de cuatro ya teníamos la primera dosis de la vacuna (el cuarto no, porque es menor de edad). Alguien dijo: “Ustedes son del primer mundo”.

Lejos de estar en el primer mundo en lo económico y social, Uruguay está tal vez en el primer mundo de las vacunas y en el mismo mundo, complejo, peligroso e incierto, que generó la pandemia y que en estos días sigue afectando con fuerza al conocido como primer mundo y a todo el resto de “los mundos”.

Luego de una semana en la que se alcanzaron tristes picos en casos y muertes, y picos esperanzadores en ritmo y cantidad de vacunaciones, quiero detenerme un momento en aquello en que los uruguayos podemos, o podríamos, ponernos de acuerdo sobre este año que pasó, sobre lo que sucede ahora y sobre lo que vendrá.

¿Cómo manejó el gobierno, el sistema político y la población uruguaya la pandemia?

La recién estrenada administración del gobierno de coalición se enfrentó a la emergencia 12 días después de asumir. No había preparación para enfrentar esta pandemia, ni en los planes del gobierno saliente ni del entrante. Esos primeros meses fueron de comunicaciones serenas y medidas sensibles, que siempre tuvieron como centro la “libertad responsable”, un concepto acuñado por el presidente Luis Lacalle Pou que se ha convertido en un latiguillo para bien y para mal. Durante buena parte de 2020 Uruguay tuvo muy pocos casos y muy pocas muertes, algo que cambió desde noviembre en adelante y que ya mostraba signos de que así sería desde, al menos, octubre.

Aunque en los primeros meses todo parecía muy civilizado, la crispación política entre gobierno y oposición no aflojó; ese ritmo de “no hizo y debió hacer” o de “dicen pero no hacen” fue protagonista en la discusión política.

La tercera pata de esta ecuación, la población, supo durante al menos cuatro meses –en su gran mayoría– acatar sin protestar la consigna de quedarse en casa, evitar las aglomeraciones y las reuniones sociales. Hubo excepciones, pero también hubo muchos indignados por esas excepciones y la forma en que fueron o no fueron sancionadas.

¿Qué papel jugó la ciencia en 2020?

Jugó un rol vital, desde el primer día informando y desde fines de abril personificada en un grupo de científicos, el GACH (y más tarde se sumó el GUIAD), que con datos, mucho sentido común y un gran poder de negociación y comunicación se convirtieron en las voces más confiables de este año.

Pero la ciencia fue mucho más que el GACH; desde el Pasteur, la Udelar y otros centros de investigación públicos y privados se lograron avances reales, se demostró que en este país no se debería seguir discutiendo cuánta (poca) plata se le destina a la ciencia, y se dio información constante con los datos que se conocían basados en investigaciones y experiencia internacional.

Es fácil decir ahora: ¿no era que los niños no contagiaban? ¿no era que había que lavarse los zapatos y cambiarse de ropa antes de entrar a casa? Cada día, cada semana, cada mes, se sabía un poco más sobre un virus que apenas se había investigado en el mundo, y esos descubrimientos se procesaban para convertirlos en medidas que el GACH aconsejaba y que el gobierno tomó, en varias oportunidades, y que en otras decidió no seguir alegando que no se podía resentir más una economía que cayó 5,9% en 2020 y que dejó, en tan solo un año 100.000 uruguayos más en la pobreza. Este índice, como el estancamiento económico, venía creciendo desde hacía tres años, pero el covid-19 fue el golpe de gracia.

¿Cómo se preparó Uruguay para la primera/segunda ola?

Con el diario del lunes, no demasiado bien y esto aplica para el gobierno, para el sistema político, para la ciencia y medicina y para la población en general. En algún momento de 2020 nos creímos tocados por la varita mágica de los hados y salimos a la vida “normal” a juntarnos con amigos, a hacer fiestas, a aflojar las medidas de seguridad. El resultado se vio pronto y en octubre comenzaron a aumentar los casos, que tuvieron un primer pico en diciembre y enero. Aumentaron las muertes, pero no el miedo.

El gobierno anunció medidas en diciembre, escasas e insuficientes. Algunas no se cumplieron como se debía por parte de autoridades y ciudadanos. Si bien hubo control policial y de la Armada, hubo escasas intervenciones en los casos en que la gente se juntó de a decenas o centenas y, en los pocos en que se actuó, hubo desbordes –en general de los ciudadanos, a veces de la policía–. En esto, como en casi todo en este año, influyó demasiado el “grito de las redes”, las protestas de uno y otro lado, la polarización ya no solo política sino ciudadana. Más de una vez la policía evitó intervenir en marchas, candombes, fiestas clandestinas y otras reuniones, para eludir la condena social o, lisa y llanamente, la posibilidad de terminar con muertos.

En esos días los uruguayos de a pie –ni gobernantes, ni políticos, ni militantes, ni científicos– fuimos los principales inconscientes. Siempre es más fácil pensar que todo pasó, aunque no dejaban de llegar las noticias de nuevas cuarentenas en países europeos, del medio millón de muertos en Estados Unidos, de la demencia brasileña liderada por Bolsonaro acá al lado y de los desbordes de los sistemas de salud en muchos países del primer, segundo y tercer mundo.

Lo que pasó en diciembre y enero tampoco nos sirvió para empezar a temer de nuevo al virus. En febrero se estaba gestando la segunda o primera gran ola, la que ahora vivimos, con más de 2.600 casos diarios en promedio en la última semana y picos de muertos que pasaron la treintena. En febrero y en marzo sí desde la ciencia nos dijeron que se nos había ido la mano y no habría vuelta atrás.

¿Qué pasó con las vacunas? ¿Y el sistema de salud?

Las primeras vacunas en el mundo se dieron a principios de diciembre. A fines del mismo mes y, sobre todo en enero y febrero, levantó temperatura la discusión sobre si el gobierno uruguayo se había dormido a la hora de negociar con los laboratorios. Uruguay era parte del mecanismo Covax de la OMS, algo que tenía sentido en el contexto de 2020 y de un país que no puede definirse como rico. Mientras que Estados Unidos y los europeos reservaban miles de millones de dosis a cambio de miles de millones de dólares, muchos países esperaban por el Covax, un sistema que es un semifracaso en un mundo que dejó en manos de la economía de mercado la salud de un planeta.

Desde que llegaron las vacunas, la logística de vacunación ha sido muy buena. Falló por unos días el sistema digital de reservas, fallaron algunas agendas, hubo que tirar casi un millar de vacunas por desidia de algún inconsciente. Estos fueron errores, pero la cifra al día de hoy –más de 700.000 personas– no solo nos ubica primeros en el mundo en promedio de vacunados en los últimos siete días sino que nos da una luz de esperanza de que en unos meses podamos contener al virus.

El sistema de salud, en tanto, no se vio comprometido ni desafiado durante buena parte de 2020. En ese año, los laboratorios que hacen hisopados y otro tipo de tests para la detección del virus trabajaron con extremo profesionalismo, al igual que la enorme mayoría de los médicos y personal de la salud, que respetaron los protocolos y atendieron a los enfermos.

Todo esto cambió en marzo, cuando las aglomeraciones se vieron en las colas para hacer hisopados, cuando las líneas telefónicas de las mutualistas y emergencias se saturaron y cuando los médicos y el propio GACH alertaron que estábamos al borde del colapso. Pensar que esa advertencia es realizada para perjudicar al gobierno es exagerado. Habrá médicos y científicos que tendrán motivos ulteriores, pero la gran mayoría está genuinamente preocupado por lo que puede venir si no paramos ya. Ojalá se equivoquen, ellos mismos están deseando equivocarse con los pronósticos, porque si no le erran veremos muchas más muertes y deberán tomar decisiones imposibles.

Esta semana The Economist tituló Cómo Europa ha manejado mal la pandemia, en una nota que detalla no solo errores sino –sobre todo– egoísmos y necedades basados en intereses particulares. El mundo está en crisis. Uruguay también.

¿Podemos estar de acuerdo en algunos de estos puntos?

Creo que sí y a esto apelo en tiempos difíciles, cuando de verdad se testea la templanza del ser humano. Templanza no es buscar culpas y culpables ni tampoco es evitar señalar errores. Templanza no es aprovecharse de la desgracia colectiva para la ganancia de una persona, un grupo o un partido. Templanza no es crear #SMUdelaMuerte incluso si no estás de acuerdo con la declaración de este colectivo. Templanza no es apuntar a matar al gobierno y a todos sus integrantes ni negar algunos señalamientos de la oposición que son más que atendibles. Templanza es cuidarte y cuidar a los demás, tomar los recaudos que puedas para no infectarte ni infectar a otros y, sobre todo, evitar colaborar en esta campaña de odios que puede resultar tan letal como el virus.

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