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Cuando Antel no existía también éramos felices

El debate sobre los primeros números de los celulares emula la consigna de la bandera de 1825, lo que tapa el verdadero debate de Estado o Mercado

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15 de enero de 2022 a las 05:01

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Como en un combate de Catch-as-catch-can se discute en el submundo de redes sociales de Uruguay sobre la vida o muerte de Antel y su riesgo ante “los grupos de poder internacional”. En el fondo, hay un debate ideológico serio sobre Estado y Mercado, pero lo que sale a luz es una pelea de patio escolar ente niños maleducados. Que “yo soy buen uruguayo” por tener Antel; que “yo soy libre” por cambiarme a Movistar o a Claro, que “yo defiendo la soberanía”, que “yo reivindico mi libertad”.

Hay una ley que permite cambiar de proveedor sin perder el número propio para recibir llamadas, algunos aprovecharán para cambiarse, otros no, y la magna torre seguirá ahí, tan campante como siempre.

Cuando yo era niño -y también cuando era adolescente- Antel no existía. Y aunque aclaro que no comparto lo de que “todo tiempo pasado fue mejor”, advierto a los jóvenes que, sin teléfonos celulares, y sin Antel, en aquellas épocas también éramos felices.

Nadie se moría sin la presencia soberana de esa cosa.

La UTE, Usinas y Teléfonos del Estado, administraba los teléfonos que no eran muchos y dependían de que hubiera “borne” para la conexión.

Había empresa estatal fuerte y monopólica, había “libertad para pedir teléfono”, pero “no había borne”.

Antes, la mayoría soñaba con tener un teléfono fijo en su casa; ahora, no lo quiere nadie.

Antel fue una creación de la parodia de legislatura que funcionaba en el Palacio Legislativo durante la dictadura, aprobada el 23 de julio de 1974. Para no dejar dudas de su concepción contraria a la libertad, el artículo 3º de aquella norma estableció que el nuevo órgano “tendrá el monopolio de los servicios”.

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Antel nació en dictadura, como pudo haber nacido en democracia; y no hay que asignarle el “mal” porque fue creada por un régimen ajeno a la legalidad y a la moral. La inmoralidad de Antel ha estado en su comportamiento, que no ha sido un sello propio, sino un estilo común a sus “primas” y “hermanas”: ANCAP, UTE, OSE, BPS, el República, el Hipotecario, Colonización, y otros. Esto es independiente del color de gobierno de turno, está en su sangre y en su ADN, en sus castas de jerarcas.

“La tarjetita”, en referencia a la tarjeta personal de un director, jerarca, secretario o funcionario con cierta llegada a los ámbitos de decisión, era el pasaporte para conseguir un teléfono, una conexión de energía eléctrica, apurar un trámite jubilatorio o conseguir una pensión con testimonios falsos, sobre supuestos trabajos hechos, que en realidad eran inventados.

El Frente Amplio denunció durante décadas a “los acomodos”, y lo hizo con firmeza: hasta 2005. O sea que el virus no es una cosa de Antel, ni de partidos, es del tumor propio de esos organismos.

Cambiaron los tiempos y persisten en cada época los métodos de amiguismo, las vías de privilegio o las formas de abultar costos y de incurrir en compras a precios exagerados.

¿En serio el Uruguay está debatiendo sobre Antel, como si se tratara de vida o muerte, como si la decisión del número de un telefonito móvil inclinara la balanza entre felicidad y miseria?

Hay un debate de ideas válido, que sobrevuela la berreta discusión que se expande por el mundo Twitter, donde el enfurecimiento convierte a personas educadas e inteligentes, en zafios irracionales.

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El debate de fondo es: ¿Estado o mercado? ¿Socialismo o capitalismo?

Eso no es una pulseada entre buenos y malos, sino que se trata de personas con creencias diferentes, que coinciden en querer el bien para la gente, pero difieren en el camino a lograrlo, y en el destino de vida, en el sistema que consideran más adecuado para la convivencia social.

Unos creen que los servicios deben ser prestados por el Estado, a través de órganos de la burocracia, y sin competencia. Que sea todo del Estado, o que, si no lo es, que sea con organizaciones sociales sin inversor particular o corporativo, y sí en cooperativas o autogestión.

Otros creen que es mejor que los servicios los ofrezcan empresas privadas y que compitan entre ellas, para que los clientes tengan libertad para elegir su proveedor, y además logren beneficios por optar por una u otra.

Ese debate es de interés, pero el griterío de Twitter sobre el comienzo de la portabilidad numérica y la LUC, es para ponerle la etiqueta de “exceso de grasa”.

El país discute sobre si los números comienzan con 099, con 094 o 096; porque unos piensan que el gobierno le entrega la torre de Antel a los piratas extranjeros, y otros sienten que hallaron el camino a la libertad.

Es obvio que esos artículos de la LUC dan un beneficio al que se quiere cambiar de compañía sin resignar a su número, pero también lo podía hacer antes, y poner un mensaje, o cambiar la lista de contactos o alguna otra cuestión de esas. Tampoco es tanto.

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El núcleo grande del bloque frenteamplista quiere un sistema con el Estado dominando la economía, y prefiere los monopolios, porque entiende que eso conduce a “la justicia social” y que hay que subordinar la libertad a un sistema estatista.

La mayoría del bloque oficialista quiere un régimen con mayor inversión privada, y con incentivo a la competencia entre particulares.

Una minoría de los uruguayos prefiere una economía liberal de mercado.

La sociedad debe transar entre esas ideas, y cada parte debe esforzarse dar argumentos para convencer y que prevalezca su pensamiento.

Cuando yo era chico, en la cuadra de mi barrio había dos o tres familias con teléfonos, y aunque eso no era bueno, también sabíamos ser felices. La vida cambia si uno vive en un sistema capitalista o comunista, pero no cambia tanto si el número empieza con nueve o con siete. 

Y ese derecho a portar el numerito tampoco es una implosión de la Torre que seguirá ahí, con mucha gente que se esmera para dar buen servicio, y con otros tantos curreros amparados por burócratas.

Con 9, con 5 o con 6, eso seguirá así.

No me agradan esos edificios gordos de burocracia, endulzados con privilegios y curros, eternos generadores de despilfarro de dinero público, de dinero que podría tener mejor destino en ayudar a los niños pobres a salir del laberinto de necesidades y poder ascender socialmente.

Tampoco agrada ese griterío sobre el numerito de celular, que exagera tonterías y cae en un “asusta viejas” sobre las desgracias que puede haber con o sin portabilidad numérica.

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