EFE

Culto a la personalidad de Xi es un peligro para China

Prolongar el liderazgo de Xi durante mucho tiempo también es una receta para una futura crisis de sucesión; el líder chino ya tiene 68 años y en algún momento, ya no estará apto para gobernar

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15 de septiembre de 2021 a las 05:01

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Por Gideon Rachman.

Un estado unipartidista, combinado con la veneración ritual del líder, es una receta para el desgobierno.

A los niños chinos de hasta 10 años de edad pronto se les obligará a recibir lecciones de pensamiento de Xi Jinping. Antes de que lleguen a la adolescencia, los alumnos deberán aprender historias sobre la vida del líder chino y comprender que “el abuelo Xi Jinping siempre se ha preocupado por nosotros”.

Esto debería ser una señal de alarma para la China moderna. La veneración de Xi encabezada por el Estado recuerda al culto a la personalidad en torno a Mao Zedong y a las hambrunas y el terror desatados por Mao durante el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Desde la Rusia de Stalin hasta la Rumanía de Ceausescu, pasando por la Corea del Norte de Kim y la Cuba de Castro, la combinación de un culto a la personalidad y el gobierno del Partido Comunista suele ser una receta para la pobreza y la brutalidad.

Estas comparaciones pueden parecer exageradas, dada la riqueza y sofisticación de la China moderna. La transformación económica del país en las últimas décadas ha sido notable, lo cual ha llevado a Beijing a promover un “modelo chino” del que el mundo puede aprender.

Pero es importante distinguir entre el “modelo de China” y el “modelo de Xi”. El modelo de China de reforma y apertura, implementado por Deng Xiaoping, se basaba en el rechazo al culto a la personalidad. Deng instó a los funcionarios a “buscar la verdad en los hechos”. La política debe guiarse por una observación pragmática de lo que funciona, en lugar de las grandiosas declaraciones del presidente Mao.

Con el fin de permitirles a los funcionarios experimentar con nuevas políticas económicas, era crucial distanciarse del miedo y el dogma asociados a un líder todopoderoso. En 1982 se introdujeron los límites de mandatos para la presidencia china, restringiendo a todo líder a dos mandatos de cinco años. En los años posteriores a Deng, China ha organizado dos transiciones presidenciales ordenadas, de Jiang Zemin a Hu Jintao en 2002, y de Hu a Xi en 2012.

Los límites de mandatos también pretendían resolver el problema de la sucesión que suele afectar a los estados unipartidistas. En lo sucesivo, el liderazgo colectivo del partido importaría más que el liderazgo carismático de un solo hombre.

Pero, en la era de Xi, el partido comunista chino ha vuelto a abrazar el culto a la personalidad. Incorporó el pensamiento de Xi Jinping a su constitución en un congreso en 2017. Esto fue un honor que anteriormente sólo se había concedido a otro líder, cuando aún estaba en el poder: Mao. En 2018, se abolieron los límites de los mandatos de la era de Deng para la presidencia china, preparándose así el terreno para que Xi gobierne durante décadas, si no de por vida.

La actual intensificación del culto a Xi, parece una preparación para el congreso del partido del próximo año, en el que el deseo del líder chino de permanecer en el poder indefinidamente, tendrá que ser aprobado por pura formalidad por el partido que controla.

Es casi seguro que Xi se saldrá con la suya. Sus partidarios y aduladores organizados aclamarán la medida. ¿Cómo no iban a hacerlo? Se supone que el líder chino es un “buen emperador”: un líder sabio, que está tomando todas las medidas correctas para modernizar el país.

Por supuesto, es posible abogar por las políticas emblemáticas de Xi, como la lucha contra la corrupción y una política exterior más asertiva. Las actuales campañas para reducir la desigualdad, y para controlar el poder de las grandes compañías tecnológicas, también pueden justificarse.

Pero todas estas políticas también podrían salir mal. Intimidar a Taiwán podría llevar a un enfrentamiento innecesario con EEUU. Tomar medidas represivas contra las grandes compañías tecnológicas podría asustar a los empresarios y perjudicar al sector privado.

La verdadera dificultad es que si las cosas van mal, va a ser muy difícil que alguien lo diga abiertamente. Todo culto a la personalidad se basa en la idea de que el gran líder es más sabio que todos los que lo rodean. No se puede reconocer que haya cometido errores. Los críticos chinos del manejo de la pandemia de Covid-19 por parte de Xi han sido enviados a prisión. En la China de Xi no habrá investigaciones públicas ni audiencias parlamentarias sobre la pandemia.

El culto a Xi también es intrínsecamente humillante para la clase media educada de China y los altos funcionarios que tienen que estudiar el pensamiento de Xi a diario en una aplicación especial. Se espera que expresen su reverencia por las reflexiones del líder y que repitan como loros sus frases favoritas, como “las montañas verdes y el agua límpida son iguales a las montañas de oro y plata”. Quien encuentre este ritual objetable o risible, haría bien en guardarse sus opiniones. El culto a Xi significa que la falta de sinceridad y el miedo se han integrado al sistema chino.

Prolongar el liderazgo de Xi durante mucho tiempo también es una receta para una futura crisis de sucesión. El líder chino ya tiene 68 años. En algún momento, ya no estará apto para gobernar.

Pero, ¿cómo será destituido?

La creación de un culto a la personalidad por parte de Xi y sus maniobras para convertirse, de hecho, en “gobernante vitalicio” forman parte de un alarmante patrón global. En Rusia, Vladimir Putin también está impulsando cambios constitucionales que le permitirán seguir siendo presidente hasta bien entrados sus ochenta años. Donald Trump solía “bromear” con cierta envidia que EEUU debería emular la abolición de los límites de mandato presidencial en China.

Pero EEUU tiene controles y contrapesos, que hasta ahora han logrado frustrar los peores instintos de Trump. En un país como China —sin tribunales independientes, ni elecciones, ni medios de comunicación libres— no existen verdaderas limitaciones para un culto al liderazgo. Por eso Xi es ahora un peligro para su propio país.

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