Inés Guimaraens

Damocles en la coalición

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30 de julio de 2020 a las 05:02

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Cuenta Cicerón, en sus Disputas Tusculanas, un episodio acerca del rey Dionisio, un déspota que tenía sometidos a los pobladores de Siracusa, en calidad de esclavos. Cicerón describe a Dionisio como una personalidad conflictiva y compleja. Se trataba de un tirano con sumos poderes, que ejercía su autoridad en forma activa y con energía, pero con un carácter dañino e injusto. Sin embargo, Cicerón señala que este monarca posiblemente haya sido alguien con una vida muy miserable, ya que no habría obtenido lo que tanto deseaba, a pesar de disponer, de una autoridad sin límites. En Dionisio, el filósofo romano destacaba una debilidad muy singular y paradójica: la de una absoluta desconfianza hacia su entorno, aun estando rodeado de muchas amistades y admiradores. Tal era esta condición, que compuso a su guardia personal con esclavos liberados por él, y tan sólo sus dos hijas podían afeitarle la barba, ya que “no le confiaba su garganta a nadie”. Era, según Cicerón, la extrañeza de un rey, encerrado en su propia prisión.

Entre el séquito de idólatras que elogiaba los encantos y grandeza de su reinado, se encontraba un tal Damocles, a quien Dionisio invitó a disfrutar de los placeres y bondades de su posición. Mientras Damocles gozaba de los lujos de la realeza, prácticamente sin límites, Dionisio ordenó la disposición de una espada colgante sobre su admirador, sostenida tan sólo por un pelo de caballo. Ante esta situación, Damocles reaccionó temeroso, abandonando sus deleites y pidiendo al rey que lo dejara marchar. A modo de una reflexión sobre este episodio, Cicerón se pregunta si acaso lo que Dionisio quiso manifestar, es que no hay felicidad posible, cuando se está bajo una constante sensación de apremio y desconfianza. ¿Por qué sirve este relato clásico, para ilustrar la actual situación de la coalición de gobierno, a raíz de la renuncia indeclinable de Ernesto Talvi a la actividad política?

Tal vez, porque aporta una explicación acerca de la irreconciliable condición, entre el ejercicio exitoso de un liderazgo político y esta conducción, llevada a cabo dentro de una burbuja rodeada por desconfianzas y rivalidades desorientadas. En mucho, semeja al boxeador que pelea más con su propia sombra que con sus verdaderos adversarios. Talvi cayó en esa trampa que espera a los que ingresan a la política, con las certezas e inocencias de un tecnócrata impoluto, ignorante de los frustrantes meandros, llenos de celadas y espejismos que suponen la puesta en práctica de voluntades e ideales, en un territorio que es a la vez paraíso y ciénaga.

Por ello, la política es esa extraña ocupación que excepcionalmente seduce a una rara y muy escasa forma de valiosos talentos, pero que es igualmente incapaz de repeler a su inevitable integración de intereses vidriosos e ineptitudes parasitarias. En los juegos de equilibrio de poderes  y capacidades de maniobra entre esos dos componentes, es donde transcurre la acción política y en donde se mide la calidad y subsistencia de la democracia de cualquier nación que la sostenga como forma de gobierno. Talvi quizás, no supo gestionar el tránsito entre la candidatura como un liderazgo en competencia y a ese mismo liderazgo adaptado ya para funcionar dentro de los complejos y a veces engañosos mecanismos del mundo político. Debió entender que la competencia en campaña debe, en gobierno, dar paso a la cooperación y a la adaptación a esas reglas tanto formales como implícitas, que existen para cualquier ocupación al interior del poder público. Las desavenencias con su rival y posterior socio y el abierto conflicto con el propio presidente, son gruesos trazos de esta confusión de roles y lecturas.

¿Habla mal su intempestiva salida de la propia política? ¿Se cumple una vez más, aquello de que la política no es cosa de ajenos y extraños? Hay tal vez, una única respuesta para ambas interrogantes aún abiertas, y que sólo podrían responderse en parte, si se mira con detenimiento lo que representa el abrupto final de la vida política de Talvi, en el gran contexto de lo que viene ocurriendo con la política de partidos e ideologías y con la propia democracia en el mundo occidental.

¿Por qué esta relación?

Veamos solamente lo que viene ocurriendo en Uruguay, dentro de una América Latina en grandes transformaciones de sus sistemas políticos. El debilitamiento progresivo de la base electoral del Partido Colorado, habiendo perdido más de la mitad de sus votos desde las elecciones de 1999, con la victoria de Jorge Batlle, a las recientes, con la candidatura de Talvi (31.93% en 1999 a 12.89% en el 2019) puso al Partido Nacional como el cerno en el mantenimiento de una oposición mayoritaria al Frente Amplio y con la remanente y relativa competitividad como partido tradicional. La actual composición de la coalición es el resultado de esta tendencia, y es una realidad que además aporta una segunda lectura, como un escenario que ya era preocupante al iniciar el nuevo gobierno. Tras la renuncia de Talvi, esta situación es ahora una señal de alerta de una amenaza latente y que, dependiendo de la recomposición que tenga lugar en los tiempos que corren, acompañará al gobierno, en el difícil cruce del desierto que serán los próximos y complicados cinco años.

Este peligro surge en primer lugar del modo en el que el Partido Colorado alcanzó esos 300,000 votos.

Lo hizo representado por un movimiento fundado por Talvi, que terminó por llevarse el 54% del voto en las elecciones internas frente al 32% de Sanguinetti.

Un electorado significativo vio en Talvi y en Ciudadanos una opción renovadora y transformadora del statu quo en materia de liderazgos históricos, degastados por la reiteración de su protagonismo y por las novedosas expectativas y proyecciones de un votante joven. Ante la ausencia de su líder, no es un desajuste con la realidad el plantear la hipótesis de una gradual disolución de este movimiento, que tal vez vio en el Partido Colorado una plataforma ya existente desde donde despegarse con su propio vuelo político.

Si se observa esta posibilidad, desde la perspectiva de lo que en muchos países democráticos viene ocurriendo, en materia del comportamiento de las sociedades con respecto a los partidos políticos, es factible esperar una fluidez en el tráfico de lealtades, hacia otras opciones –siendo improbable el Partido Nacional como su destino- por parte del electorado desde un Ciudadanos descabezado y de un Partido Colorado sin un horizonte promisorio de renovación en su liderazgo. Los compromisos electorales sellados son hoy, una especie en extinción mundial.

¿Qué vieron en Talvi sus electores que no lo ofreció el resto del elenco político?                              

En esa respuesta yacen tal vez las potenciales opciones, hoy quizás ausentes y menos urgentes que el accionar de su representación parlamentaria.

A quien miren a partir de ahora esos solitarios legisladores de Ciudadanos, le caerá ese rol de sucesión. Un vacío de conducción de ese porcentaje clave en el sostenimiento de la coalición y en el que Sanguinetti quizás no constituya la mejor oferta, -con la expresión de las internas aun presente- debilitará a un gobierno enfrentando una crisis mundial histórica. Un segundo riesgo sigue siendo la incertidumbre que aun significa Cabildo Abierto como socio ineludible de la coalición. Ciertos hechos recientes aun demandan sobre su líder, una mayor afirmación en la claridad de su alineamiento con el presidente en la conducción de la coalición.

Tal vez, futuras inestabilidades demanden la presencia de una suerte de “primer ministro”, tejedor de acuerdos dentro de una coalición ciertamente golpeada y potencialmente inestable. Sobre ésta pende ahora, esa espada que un débil e inseguro Dionisio puso sobre la cabeza de quien más lo admiraba.

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