Del licuado al daiquiri: formas de reconvertirse en la pandemia

De Pena reinventó su negocio infantil y cambió hacia un bar nocturno, pero quiere volver su vida precovid. “No puedo seguir acostándome a las 4 de la mañana porque tengo una vida. Con los cumpleaños infantiles o los eventos de adultos a más tardar a la una ya estabas afuera”, comparó.

La nueva actividad del bar es un “mundo nuevo” para esta empresaria. Los vecinos la han denunciado cuando ven luz y la Intendencia de Montevideo ha ido a inspeccionarla, pero dijo que no la multan porque está todo en orden. “Es un mundo aparte y no quiero. Tengo un par de colegas que están en la misma que yo y quieren volver. Esto no es vida”.

El salón de fiesta convertido en bar también recibió a algunos cantantes tropicales populares, como Luana Porciúncula y Marcos da Costa, que hicieron tres shows, Denis Elías y Gerardo Nieto, que también fueron exitosos.

Esta reconversión evitó que De Pena pierda plata por la inhabilitación de los festejos por la pandemia y le permite costear los gastos fijos del local.

Los meses en que los bares no estaban habilitados, la empresaria buscó otras formas para recaudar dinero y se las ingenió para hacer desayunos y meriendas temáticos y llevarlos a domicilio. “El día de la madre me salvó, ¡tres días de la madre vendí! Más de 20 desayunos y meriendas. Yo ahora me río, pero me salvaron ese mes, en el que no podía trabajar en modo bar”.

La Asociación de Salones de Fiesta del Uruguay (ASFU), de la que De Pena forma parte, ha manifestado su preocupación por la situación que atraviesa. El dirigente Daniel Serrato informó en la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados que son 800 los salones de fiestas que hay en todo el país. De ese total hay 543 detectados como formales y otros 100 que han cerrado, según los datos al 19 de agosto.

Después de negociar con ASFU, el Ministerio de Salud Pública aprobó un protocolo que habilita las fiestas infantiles de hasta 60 personas con una duración máxima de dos horas y media, un protocolo que no conformó a la asociación. “Es una tomada de pelo”, opinó De Pena.

Los festejos virtuales

De Pena vio que en España se festejaban cumpleaños por Zoom y se le ocurrió que era una idea que podía imitar en Uruguay porque era una plataforma a la que ya estaba adaptada porque daba clases de contabilidad y finanzas en el Instituto Bios. Los clientes le decían la temática del cumpleaños y De Pena organizaba la tarjeta de invitación con una clave.

La empresaria decoraba su casa, se conectaba al Zoom y animaba el cumpleaños a distancia. Tenía varios paquetes, a veces llevaba ella la decoración a la casa y les regalaba la torta; otros días ofrecía la animación de forma gratuita. Pero los zoompleaños también se terminaron a mediados de junio cuando se reabrieron más actividades y retornaron las clases presenciales, y cuando se empezaron a hacer fiestas de cumpleaños dentro de las casas –e incluso en un McDonald’s– contó. “Tenía un montón de llamadas y consultas, se cortó totalmente”, dijo y se quejó de que hay algunos lugares que son estrictamente salones de fiestas e igualmente hacen festejos.

Estos festejos virtuales se podían contratar por 40 minutos o por una hora y media y el costo era de $ 1.000, un precio muy menor al de los cumpleaños presenciales.

Los festejos infantiles para 20 niños, con el menú, la animación y decoración, cuesta $ 8.900. Si se le suman 20 adultos, el valor aumenta a $ 15 mil. Por mes, en la vieja normalidad, De Pena hacía un promedio de 15 fiestas.

Hasta que pudo abrir como bar, a la economía de De Pena la salvaron los zoompleaños. Ella es contadora, pero no tenía ingresos porque las empresas con las que trabajaba también estaban en crisis. También hace stand-up y no podía ir a trabajar. “No tenía de dónde sacar plata. Veníamos de unas vacaciones y nos habíamos dejado todo. Me agarró muy mal parada”.

Hasta que los cumpleaños infantiles vuelvan a la normalidad, De Pena seguirá con el formato bar e intercalará los cumpleaños infantiles. “Esto me generó un nicho de mercado nuevo. Los fines de semana que no tenga trabajo, invento shows. Puedo tener el local abierto y ahí sí voy a ver la diferencia porque no voy a dejar de trabajar”, celebró.

La cantina del subsuelo

“Tengo empanadas de carne y tartas de zapallito”, ofreció Grecia Izquierdo en la cantina del liceo Dámaso Antonio Larrañaga, el lugar que atiende desde hace tres años, cuando ganó la licitación de uno de los centros educativos más grandes de Montevideo.

Las cantinas de los liceos y de la UTU es otros de los rubros que se quedó sin actividad desde que se confirmaron los primeros casos de coronavirus y se suspendieron las clases, hasta la vuelta de junio. Según las estimaciones Izquierdo, que es la vocera del colectivo Caantinas Unidas, son 350 las cantinas en Uruguay y hay cerca de 50 que están por cerrar.

Izquierdo no tiene ingresos fuertes desde noviembre. Cuando terminaron las vacaciones de los estudiantes liceales, solo tuvieron cinco días de trabajo. “En marzo invertí para abrir la cantina y toda la plata que tenía la dejé acá dentro. Me quedé sin nada prácticamente”, lamentó.

Izquierdo también se tuvo que reinventar para poder tener ingresos y comenzó a preparar viandas en su casa, que empezó a vender a conocidos. Desde abril hasta que abrió la cantina del liceo vendió comida a particulares.

La cocinera, que vive en Ciudad del Plata, trabajaba por encargos, preparaba un menú distinto de lunes a viernes y viajaba a Montevideo a entregarlos. Eran entre 20 y 25 pedidos por día que repartía. Sin embargo, no tenía las mismas posibilidades para cocinar porque la infraestructura en su casa era menor: en el liceo tenía tres hornos y en su casa solo uno.

“Me fueron surgiendo cosas de amigos y conocidos y la fui remando hasta que abrí” la cantina, comentó y dijo que también colaboró con su pareja en la venta de productos de limpieza.

La empresaria tuvo que cambiar el foco de sus clientes. Por la crisis, dijo, la ventas a los alumnos han disminuido y entonces comenzó a apostar a las compras de docentes –a quienes “es complicado a veces de llegarle”– y los funcionarios del liceo, que hoy representan el 90% de sus ventas. “Ellos tomaron el compromiso de venir a comer a la cantina”

El subsuelo del Dámaso, donde está la cantina, ahora tiene actividad, pero considerablemente más baja que en la etapa de clases de 2019: de facturar $ 50 mil diarios pasó a $ 5 mil. “Lo que saco hoy de mi cantina es para pagar el BPS (Banco de Previsión Social), DGI (Dirección General Impositiva), los gastos fijos, la alarma e internet. No me llevo ganancias a mi casa”, comentó.

La cantinera lamentó su situación, pero contó que otros cantineros de todo el país con los que se comunican a través de dos grupos de WhatsApp es peor. “Yo saco para pagar cuentas, pero ellos sacan para comer”, comparó.