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Educación de adolescentes y jóvenes 15-18 años

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28 de enero de 2021 a las 05:02

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En columnas anteriores (24/12/20 y 13/1/20), señalábamos que precisamente el 2021 “va a ser indicativo de cuál es el camino que efectivamente adopta el Uruguay de cara a la educación, y agregábamos, que “la transformación como ideal y concepto es una promesa del presente gobierno que nos hacer tener cifradas expectativas en su consecución”. En gran medida la profundidad de la transformación yace en posicionar, entre otros aspectos insoslayables, las necesidades y oportunidades de aprendizaje de las nuevas generaciones para cimentar un futuro sostenible, mejor y justo como un eje fundamental del modus vivendi y operandi del sistema educativo. 

Complementariamente a una educación básica de 4-14 años que sustancie y de continuidad a los procesos de aprendizaje de los alumnos desde el nivel inicial al medio básico, EDUY21 planteó en el 2018, en el documento “Libro Abierto: Propuestas para apoyar el acuerdo educativo”, la conveniencia de transitar hacia una educación de adolescentes y jóvenes 15-18 años que integre y establezca sinergias entre la educación secundaria y técnico-profesional. Veamos algunas de las razones del porqué de esta propuesta. 

En primer lugar, la evidencia comparada mundial nos señala con claridad que los sistemas educativos, en diversidad de contextos y con grados diversos de desarrollo, tienen una dificultad mayor en conectar sus propuestas educativas con las expectativas, intereses y necesidades de adolescentes y jóvenes. Se trata pues de una problemática universal. Parece costarles a los sistemas educativos visibilizar, entender, respetar y apoyar a los alumnos como personas singulares y únicas en su ciclo etario de vida. En efecto, la diversidad individual es frecuentemente ignorada o subsumida en otros tipos de diversidades como la social, cultural e identitaria aun cuando lógicamente las mismas están entrelazadas. No se la percibe suficientemente como fuente fundamental para personalizar los procesos de enseñanza y de aprendizaje a medida de cada alumno. 

En segundo lugar, la fragmentación de la educación media, que es una nota dominante de larga data de nuestro sistema educativo, atenta contra una visión integral de la formación de la persona y del alumno. Esto ciertamente afecta las posibilidades que los alumnos dispongan de marcos de referencia y de los instrumentos requeridos para poder responder competentemente frente a la magnitud y profundidad de los desafíos que enfrentan a presente y a futuro. Asimismo, no se debe dejar de señalar que las lagunas y debilidades de la formación afectan el desarrollo sostenible y la competitividad del país.
Si el sistema educativo, sea por la razón que esgrima, no se abre a maneras diversas de conectar ideas fuerza, conocimientos y conceptos, que permanecen muchas veces encajonados en los denominados subsistemas, se está, por la vía de los hechos, hipotecando el desarrollo de las nuevas generaciones. Se les priva de una visión de conjunto sobre diversos fenómenos que hacen a la vida en sociedad. Cuánta creatividad, ingenio y capacidad de propuesta se pierden porque no se le permite al alumno tener voz en el armado de su propio currículo, y poder entrelazar áreas de formación que no resulta posible bajo la actual organización del sistema educativo. Se está lesionado el derecho a la educación, a los aprendizajes y a los conocimientos. 

A la luz de avanzar en una formación integral de la persona y del alumno, EDUY21 propone, en el Libro Abierto, cuatro bloques de competencias y conocimientos comunes a la educación básica 4-14 años, y de adolescentes y jóvenes 15-18: (i) fortalecer el dominio de las alfabetizaciones entendidas como fundamentales que incluiría, como se señaló en la columna anterior (13/01/20) “lengua materna, segundas lenguas, STEAM – Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Arte y Matemática - pensamiento computacional/ lenguaje de programación y comunicación, cultural, educación para la ciudadanía, ambiental y financiera, recreación y deportes”; (ii) incentivar el desarrollo del pensamiento autónomo, crítico y propositivo, la creatividad, la empatía, la resiliencia y el trabajo en equipo así como de aprender a aprender, bajo el entendido que estos atributos requieren como soporte insoslayable la libertad para idear, producir, compartir y discutir; (iii) promover la toma de conciencia y la responsabilidad individual y colectiva por apropiarse y liderar estilos de vida saludables, autónomos, solidarios y sustentables que permitan imaginarse y plasmar un futuro mejor y justo para las nuevas generaciones; y (iv) reafirmar la condición de ciudadanos globales y locales asentada en una sólida conciencia democrática, de fortalecimiento de valores universales respetuosos de las diferencias y de los diferentes, y de apertura espiritual e intelectual al entendimiento entre civilizaciones, culturas y afiliaciones. 

En tercer lugar, se requiere ampliar las oportunidades y los espacios de aprendizaje removiendo barreras entre lo formal y no formal, así como entre lo publico y lo privado. En efecto, como dice el Libro Abierto de EDUY21, “hay que partir de la base que no ha de ser solamente el centro educativo el que ofrezca el 100% de lo que aprenden adolescentes y jóvenes: no solo es válido y formativo lo que propone el centro educativo”. Los espacios de formación pueden involucrar el trabajo en redes de liceos y escuelas de UTU, así como promover la participación de la sociedad civil, que bajo un marco regulatorio sólido y ágil de certificaciones, permita al estudiante encontrar vías de canalizar sus inquietudes. 

El traje o vestido a medida de la formación de cada estudiante combina, por un lado, una formación universal con foco en desarrollar los cuatro bloques de competencias y conocimientos mencionados y en una línea de continuidad y progresión con la educación básica; y, por otro lado, requiere de un centro educativo protagonista en establecer diversas opciones para que el propio estudiante pueda genuinamente elegir lo que quiere estudiar.  

No habría trabas que impidan que un alumno pueda idear su propio combo de formación que se integre, por ejemplo, por STEAHM (por su sigla en inglés, Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes, Humanidades y Matemáticas), música y deportes. Cuanta motivación, sensibilidad y talento se pierden al forzar al estudiante a elegir por una opción en detrimentos de otras que podrían ser lógicamente complementarias. Asimismo, resulta clave la figura del Orientador o Tutor Pedagógico para apoyar al estudiante en hacer un uso meditado y responsable de su libertad de elección. Tal como se afirma en el Libro Abierto, “es necesario descubrir las potencialidades, los gustos y las vocaciones para poder ayudar a cada alumno a elegir, a realizar y a validar sus créditos”.

En cuarto lugar, las condiciones relativamente favorables que presenta el país en términos de conectividad en hogares y centros educativos, comparado con el resto de los países de América Latina y el Caribe (BID, 2020), como de disponibilidad de plataformas, recursos y propuestas educativas, principalmente impulsadas y gestionadas por el Plan Ceibal, abona el camino para un uso proactivo de las tecnologías en apoyo a los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación, Por un lado, se puede avanzar en modos educativos híbridos donde se integren y complementen espacios presenciales y a distancia de formación con la finalidad de diversificar las oportunidades y los espacios de aprendizaje. Por otro lado, el estudiante podría acceder a un menú amplio de cursos virtuales que, surgidos de diversos ámbitos y debidamente certificados, amplíen sus oportunidades de elegir. Ciertamente la virtualización en el marco de modos educativos híbridos podría constituirse en un factor de igualación de las oportunidades de formación de adolescentes y jóvenes con independencia de su localización.

En quinto lugar, la integración de la educación secundaria y técnica-profesional en aras de fortalecer una formación más comprehensiva de la persona y del alumno, tendría un efecto potencialmente positivo de acercamiento y de colaboración entre culturas institucionales, docentes y estudiantiles que tienen recorridos históricos propios. Por ejemplo, los docentes podrían trabajar en comunidades de práctica para, entre otras cosas, compartir ideas y conocimientos, aprender de sus pares, retroalimentarse a partir de sus prácticas y ampliar el abanico de estrategias para lograr mayores niveles de confianza y de acercamiento con los alumnos.

En síntesis, la opción de transitar desde una educación de niveles – secundaria y técnico-profesional - a una de adolescentes y jóvenes, implica un cambio profundo en la visión, en los contenidos y en las prácticas educativas. Se trata de entender y posicionar esencialmente al alumno como persona y sujeto de aprendizaje, así como priorizar una formación compacta, versátil e interconectada para poder entender y actuar competentemente frente a la escala de desafíos que adolescentes y jóvenes tendrán que abordar en diferentes, cambiantes, prometedores y complejos roles a presente y a futuro. 
 

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