Opinión > ANÁLISIS

El agro merecía que baja del petróleo se traslade a sus costos

Si no hay transparencia en el traslado de esa coyuntura a la lógica de los costos, se acentuará un desfasaje de competitividad que termina en pérdida de empleo
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30 de diciembre de 2018 a las 05:00

Uruguay tiene una aventura épica por delante. Una historia que escribir para que pueda ser contada: la del país que pasó de ser un país más del tercer mundo, con una guerrilla guevarista y una represión derechista que termina en dictadura y logra convertirse en un país desarrollado.

No es que vaya a ser fácil ni que estemos cerca. Pero no es imposible y comparativamente a Argentina y Brasil, tenemos chance. Como también la tiene Paraguay, un país que intenta sobreponerse a la guerra de la Triple Alianza y al largo período de Stroessner, pero que viene creciendo en forma estable, sostenida y que por más que se lo menosprecie desde aquí es el lugar donde muchos productores uruguayos desencantados de todos los partidos recalan para producir.

Uruguay puede lograrlo porque ha logrado algunos objetivos destacables. Pudo sobreponerse a la aftosa, pudo sobreponerse a una crisis financiera sin caer en default, logró superar una decadencia futbolística entre 1974 y 2010, supo construir un prestigio de marca como país, elaboró un plan ceibal y adoptó leyes modernas que lo presentan al mundo como un país moderno y libre. Tiene el grado inversor y sostiene a duras penas una inflación por debajo de 10%, alta pero de un solo dígito.

Pero una cosa es que haya una rendija de oportunidad, otra cosa es que esa oportunidad se haga efectiva. Mientras que para un visitante que da una mirada a vuelo de pájaro al país se le puede mostrar ese costado real de oportunidad, si queremos que invierta será mejor no mostrarle los datos de deserción estudiantil antes de terminar secundaria en los barrios pobres, la evolución de las pruebas Pisa, la incapacidad para transformar más gasto en educación en mejores resultados en las evaluaciones internacionales, un déficit fiscal abultado, una deuda que crece, las exportaciones que en 2018 no crecerán entre otros indicadores que muestran que capturar la oportunidad no es algo fácil ni cercano. Pero es algo irrenunciable.

Pero una cosa es que haya una rendija de oportunidad, otra cosa es que esa oportunidad se haga efectiva.

En el mediano plazo Uruguay puede terminar en uno de tres escenarios posibles: seguir siendo un país con chances de desarrollo que no se concretan del todo como hasta ahora, repetir el ciclo de crisis de cada 20 años; 1982, 2002, 2022 o seguir escalando el monte improbable del desarrollo gradual y persistente que nos conviertan a mediados de este siglo en una Holanda o una Dinamarca, un país basado en la producción de alimentos, el comercio libre, un posicionamiento de vanguardia en la  sociedad global del conocimiento, el turismo de visitantes inteligentes y liberales, la competitividad en software y en otras áreas de la cuarta revolución industrial haciendo sinergia con la producción de alimentos y textiles.

Para empezar, al próximo gobierno le tocará la tarea de defender el grado inversor que está cada vez más frágil, bajar el déficit que cincuentones aparte sigue en un insostenible 4% del PIB y romper la letanía del crecimiento al 1 y poco por ciento por año. Le tocará la tarea de reactivar la generación de empleo y lograr tareas remuneradas no solo para los uruguayos sino para los miles de venezolanos, dominicanos y cubanos que llegan hasta aquí convenidos de que este es el mejor país de América Latina para vivir.
Uruguay tiene que generar un shock de confianza para sobrellevar el freno gradual en que va quedando envuelta su economía, las tensiones sociales que está generando el proyecto UPM2, un contexto externo que será más desfavorable y deberá hacer eso en medio de una campaña electoral donde todos los bandos empiezan a estar propensos a la agresión.

En ese sentido la marcha atrás del gobierno en torno a la deuda de Venezuela con los productores lecheros debe ser saludada, aunque sea tardía. Se ha pasado del discurso de “fue un negocio entre privados” a tratar de cobrar lo que se debe cobrar hasta el último peso. Se pasó del portazo al diálogo. Pero exceptuando ese cobro parece indiferente ante las grietas que amenazan a un sector emblemático de la economía y la propia cultura uruguaya.

En ese sentido la marcha atrás del gobierno en torno a la deuda de Venezuela con los productores lecheros debe ser saludada, aunque sea tardía.

Un debate político de calidad en términos de propuestas y formas respetuosas en tiempos de elecciones no es fácil porque a veces tiene más repercusión el insulto que el razonamiento, la emoción que la razón. Que tenga como objetivo fundamental para evitar el escenario “2022” de pérdida de grado inversor y agudizamiento de tensiones sociales con posible recesión, que todos deberíamos contribuir a evitarle al próximo presidente, sea del partido que sea. Y que –en mi opinión- acerque lo más posible un escenario de desarrollo que no será posible sin amplios consensos entre todos los sectores que no están dispuestos a ver a la sociedad como una inevitable guerra de clases.
El contexto con la economía global y regional será complicado en los próximos dos años. Empiezan a sentirse los efectos de las guerras comerciales y las tasas de interés más altas, la caída y volatilidad en las bolsas de valores y las tensiones geopolíticas, lo imprevisible del gobierno de EEUU paralizado por falta de financiación para un murallón y con un déficit fiscal y endeudamiento récord son solo algunas de las razones para estar precavidos. A eso se agrega la fragilidad de la economía de Argentina y lo imprevisible del relacionamiento comercial futuro con Brasil. 

El agro, que trabaja fuera de las zonas francas, que exporta y vuelca impuestos y ganancias al interior del país, merece su oportunidad como motor reconocido del crecimiento y para ello entre otras cosas merece que se le traslade la baja del precio del petróleo a los costos como si de un mercado no monopólico se tratara. La baja del precio del petróleo es señal de un período difícil para las materias primas. Si no hay transparencia en el traslado de esa coyuntura a la lógica de los costos, se acentuará un desfasaje de competitividad que termina en pérdida de empleo y productores. Aún en campaña electoral, debería poder construirse un consenso interpartidario para la competitividad y la reactivación. 

 

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