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4 de noviembre 2023 - 9:00hs

Esta semana me enteré casi de casualidad, o scrolleando Twitter que es casi lo mismo, que una de las novelas latinoamericanas que más me impactó en los últimos tiempos tenía lista para estrenar su versión cinematográfica, o mejor dicho de streaming. La adaptación de Temporada de huracanes, de la mexicana  Fernanda Melchor, está disponible en Netflix desde el miércoles y se ve imponente. Estoy escribiendo esto el día anterior, un martes, y me muero de ganas de saber cómo resultó. Le tengo fe, pero también abro un espacio para el temor: la novela de Melchor es un ejercicio literario brutal y, si bien tiene imágenes que puedo imaginar en la pantalla de forma clara —y con las que ya me estremezco de solo pensarlas—, me pregunto cómo funcionará en este nuevo formato. Puede fallar. No sería la primera vez. Confío en que no será el caso.

Temporada de huracanes me da pie para traer el tema de este Epígrafe: el interés que el cine del continente está poniendo en las historias escritas desde este rincón del planeta. Por supuesto, las adaptaciones no son nuevas por estos lares y desde La tregua a El amor en tiempos del cólera, la literatura de las Américas ha servido de insumo para la pantalla un montón de veces. Lo que sucede ahora es que el nicho parece haberse reducido y especializado: por un lado, los impulsos vienen sobre todo de las plataformas de streaming, que buscan con fruición estos destellos y éxitos literarios. Por otro, quienes captan el interés son predominantemente las autoras, por lo que el impulso del cine acompaña una ola internacional que ha expandido la literatura escrita por mujeres latinoamericanas como nunca antes. 

Y así, lo de Melchor y Temporada de huracanes no es un caso aislado, porque el mismo Netflix, por ejemplo, estrenó hace un par de años la correcta Distancia de rescate, adaptación de la nouvelle homónima de la argentina Samantha Schweblin. Y si de autoras de ese país hablamos —de las que no es arriesgado decir que lideran el “boom” de las mujeres latinas en las letras mundiales, seguidas de cerca por las mexicanas— tenemos que mencionar a Mariana Enriquez y la próxima adaptación de  Las cosas que perdimos en el fuego  a cargo de la británica Prano Bailey-Bond —que dirigió una muy buena primera película de terror titulada Censor—; a Selva Almada y la inminente versión cinematográfica de El viento que arrasa  de la mano de la gran Paula Hernández; la versión de  Tesis sobre una domesticación, novela de Camila Sosa Villada que ella misma adapta al cine y protagoniza; y hasta la serie de  Cometierra, de Dolores Reyes, que trasladará la acción de Buenos Aires a México. ¿Una más? El mismísimo Martin Scorsese —me pongo de pie  y te invito, si no lo hiciste, a ver su última obra maestra— se interesó por Matate amor, de Ariana Harwicz, y va a producir su adaptación a la pantalla grande. Nada mal, ¿eh?

Esta avalancha de películas me puso a pensar cosas. Por ejemplo, en el peso que hoy tienen los agentes a la hora de comercializar los derechos de adaptación de las obras literarias a otros formatos. Y cómo eso se vincula con el éxito de las carreras de los escritores.  

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También me puse a pensar dónde están las historias uruguayas a las que el cine y las plataformas deberían estar prestando atención. Y lo cierto es que están ahí, a la mano. ¡Hay un montón! Por eso, Epígrafe funcionará este mes como una especie de plataforma de proyectos audiovisuales. Hay títulos, formatos y autores para sacarle jugo. Y si algún productor está leyendo, no pido grandes sumas de dinero: apenas un pequeño porcentaje por la idea.

Es broma. Siéntanse libres de decir que fue idea suya.

O no.

Distopías, coming-of-age y true crime uruguayos que piden CINE

La propia tendencia que mencioné anteriormente me dio el pie para pensar, casi automáticamente, que hay una novela de una autora uruguaya multipremiada y con el peso internacional suficiente como para captar miradas de productores extranjeros. Porque además, su lectura deja claro que una adaptación podría ser más que posible. Es muy fácil darse cuenta:

  • Fernanda Trías y su Mugre rosa

    Distopía uruguaya, novela de ciencia ficción que se ampara en los coletazos de una crisis ambiental que pone a una ciudad muy parecida a Montevideo al filo de la extinción, Mugre rosa tiene el caudal de imágenes suficientes para imaginarse algo similar a… ¿Una cruza entre Niños del hombreDoce monos y la playa Ramírez? Sea cual sea el tono, hay material, el premio Sor Juana Inés de la Cruz le dio una proyección enorme y ese tipo de historias suelen tener el camino al éxito en plataformas bastante allanado. Imagino este plano, abriendo la película: las costas de una playa capitalina mugrienta, teñida por la niebla, las calles vacías por la peste. Una boca que mastica la pasta rosa. Empieza la función.

Por otro lado, sumo un bonus track de un universo similar al de Mugre rosaUn pianista de provincias, de Ramiro Sanchíz. En este caso, la amenaza es La maraña, y el mundo que deja a su paso es tan extraño como caudaloso. Sería una gran ¿serie? de carretera, con tintes  weird muy bienvenidos.

Una de mis pendientes es Capitán de mar y guerra, que no es weird pero sí de Peter Weir, sin embargo sí vi las suficientes películas y series sobre travesías marítimas trágicas o no —recomiendo especialmente la primera temporada de la serie The Terror— como para saber que otra adaptación posible es:

  • Simioinglés, de Alberto Gallo. 

    Otro ganador del Bartolomé Hidalgo como Mugre rosaSimioinglés es una aventura histórica formidable con la potencia necesaria como para convertirse en un espectáculo cinematográfico, y con personajes históricos como Charles Darwin, Fuegia Basket y el capitán Fitzroy surcando los mares en una expedición legendaria llena de sangre, crimen y esa sensación de territorio inexplorado que tenía todo cuando, bueno, efectivamente el mundo era territorio inexplorado.

Fuera de los mares, hay algo que le gusta mucho al cine y eso son las historias de adolescentes que aprenden lo que significa madurar a los porrazos. Y cómo le gusta a la literatura uruguaya, también, retratar esos procesos en sus páginas. Se me vienen a la mente varios coming-of-age que podrían dar el salto a la pantalla, todos con perfiles y relatos diferentes, todos con una riqueza narrativa lista para ser aprovechada y versionada. Pienso en:

  • La insumisa, de Cristina Peri Rossi.

    La infancia de nuestra última Premio Cervantes es fascinante, o al menos la forma en la que ella lo cuenta en esa novela produce ese efecto. La insumisa, un verdadero fenómeno de ventas para lo que los números de la literatura uruguaya nos tiene acostumbrados, transita esos años de formación de la escritora, sus primeros despertares sexuales, el advenimiento de la escritura como forma de canalizar el mundo, la genialidad por la que muy pronto se la conocería.
     
  • El zambullidor, de Luis Do Santos.

    Es una buena contraposición con La insumisa: mientras que la película anterior sería predominantemente citadina y vinculada a las letras, la de El zambullidor entraría de lleno en las aguas del litoral uruguayo, una porción de tierra teñida por la frontera y sus grises, por ciertas vetas despiadadas de la naturaleza, por un personaje que aprende a los golpes lo que significa crecer en el interior. Pienso en una escena plácida, con la cámara que se desliza por uno de los afluentes del Río Uruguay, con el borde del monte arañando el agua y el pulso de una pubertad que explota entre las tanzas y las inundaciones.

Pienso también que hay espacio para adaptaciones policiales, que podemos darle una probada al género negro nacional, como por ejemplo se hizo con La noche que no se repite, de Pedro Peña, hace algunos años. Se me ocurre, o mejor dicho pido, estas adaptaciones:

  • Muñecas en el río, de Sebastián Panzl, y Ángeles de la muerte, de Emiliano Zecca.

    Dos eventos reales de la crónica uruguaya que podrían, tranquilamente, transformarse en dos formidables producciones de true crime. La primera, un viaje al pasado de Villa Soriano y a un crimen atroz que tuvo lugar en una de las islas cercanas, ideal para una reconstrucción histórica de las buenas. La segunda, la crónica de uno de los casos recientes más sonados de los últimos años, el de los enfermeros de la Asociación Española que al principio eran asesinos seriales y, después, no tanto. A esta última la pienso con un tono en plan JFK Todos los hombres del presidente.

Una de las películas que más me impactó en los últimos años es As Bestas, del español Rodrigo Sorogoyen. Muchas veces pensé en esa película, en la terrible pintura que hace de lo bucólico enfrentado con la idea romántica que cargamos desde la ciudad, mientras leía Desastres Naturales, de Tamara Silva Bernaschina. Por eso, además de que pienso que se podrían adaptar algunos de sus cuentos con éxito bajo ese mismo clima opresivo, también lo creo de  Peces mudos, de Rosario Lázaro Igoa, que es más costero que campero, pero mantiene una ominosidad brutal que pide pantalla. Ahí van dos más. 

Por último, uno de los mejores escritores de este país, Gustavo Espinosa, no puede quedarse sin su propia película. Propongo  Carlota podrida, su novela de 2009, en donde un grupo de olimareños decide secuestrar a la actriz Charlotte Rampling durante una visita al departamento de Treinta y Tres. La veo como una sórdida y rabiosa aventura, con sus dosis de humor corrosivo. Espinosa es literatura, es música y por supuesto, es cine. Quien lo haya leído lo sabrá.

Cerramos con una coda caprichosa de otros títulos que leí este año y que me gustaría ver en el cine, esta vez de fuera de fronteras:

  • Dios duerme en la piedra, de Mike Wilson
  • La más recóndita memoria de los hombres, de Mohamed Mbougar Sarr
  • Carcoma, de Layla Martínez
  • Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, de Rivka Galchen
  • Pura pasión, de Annie Ernaux 
  • Lapvona, de Ottessa Moshfegh
  • Píldora roja, de Hari Kunzru
  • Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez
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