Mundo > DENUNCIAS DE ABUSO SEXUAL

El “Me Too” argentino llega a la política y fuerza un cambio de agenda

Las acusaciones sobre abusos afectaron por igual a dirigentes del gobierno y la oposición. El gobierno relanzó un plan nacional para fomentar la igualdad de oportunidades
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21 de diciembre de 2018 a las 05:00

Rodeado de mujeres en el jardín de la residencia de Olivos, el presidente Mauricio Macri protagonizó un acto en el que decidió ponerse al frente de la nueva ola de protagonismo femenino. Anunció la puesta en marcha de un Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Derechos, al que definió como “una hoja de ruta que permite enfrentar las desigualdades y discriminaciones que afectan a las mujeres y da cuenta de los compromisos que el Estado asume para la generación de políticas públicas que integren la perspectiva de género”.

Apenas unas horas antes, el presidente había anunciado en su cuenta de Twitter que un spot publicitario contra la violencia doméstica había sido levantado, porque uno de los actores que había participado en la filmación era Juan Darthés, denunciado por la actriz Thelma Fardin de violación.

Esa actitud generó algunos resquemores por lo bajo entre adherentes de la coalición Cambiemos, que se preguntaron si la postura oficial del gobierno era condenar a un acusado sin esperar una sentencia en la justicia. Pero para que Darthés reciba condena judicial puede pasar tiempo, y el gobierno no dudó sobre cuál era el mensaje que quería dar en tiempos de corrección política.

“No tenemos que tenerle miedo a la verdad. Que salga la verdad es sanador. Es bueno que estemos hablando de los temas reales, verdaderos. Hay un cambio de época y lo que antes parecía normal ya no lo es. Lo que pensábamos que era natural no corresponde. Mucho más en la visión de los hombres”, dijo Macri ante su auditorio femenino.

Y el propio mandatario podría ser un ejemplo de ese cambio cultural que estaba proclamando. Él no lo trajo a colación, pero varios medios se encargaron de recordar del revuelo que se había generado cuando, en plena campaña electoral, pronunció esta frase desafortunada: “A todas las mujeres les gustan los piropos, aunque les digan qué lindo culo tenés. Aquellas que dicen que no, que se ofenden, no les creo nada”.

Pero esa contradicción (o evolución, tal vez, según el propio argumento de Macri) no pudo ser explotada por la oposición. En ese mismo momento, el kirchnerismo estaba demasiado ocupado en decidir cómo reaccionar públicamente ante una serie de denuncias por abuso en La Cámpora, la agrupación juvenil convertida en el núcleo militante y usina creativa de la ex presidente y actual senadora.

Los relatos sobre “ninguneo” sistemático a las mujeres dentro de la estructura de La Cámpora, situaciones de destrato verbal y físico y hasta casos de abuso sexual empezaron a llover. Al punto que Máximo Kirchner, el principal dirigente de la agrupación, se vio obligado a pedir disculpas públicas.

“Pido perdón por todos los errores y nos vamos a tener que poner al frente de la lucha. Tenemos que ser mejores. No puede ser un calvario para las compañeras militar en una organización sindical y política. Deben tener todos los resguardos necesarios”, afirmó el hijo de Cristina Kirchner.

Al mismo tiempo, intentó una defensa ante las críticas mediáticas: “Que los que mercantilizaron a la mujer no nos vengan a correr con la vaina de la moralina y la ética. Las organizaciones políticas, sociales, culturales y sindicales deben ponerse al frente de las demandas como las del colectivo de mujeres”, dijo en un acto ante un auditorio de militantes.

Pero no había mucha posibilidad de defensa: el enojo estaba instalado entre sus propias seguidoras y no dejaba espacio para las habituales “chicanas” políticas.

Partidos políticos, recalculando

Los casos de Macri y de Máximo Kirchner son ilustrativos respecto del nuevo clima político que se está creando en Argentina a partir del avance de la causa feminista y la instalación del movimiento “Me Too” en su versión local.

Es decir, se está produciendo un vertiginoso cambio cultural que atraviesa la “grieta” y afecta a todos por igual, sin que ningún partido logre adueñarse por completo de las nuevas consignas.

Al mismo tiempo que se declara públicamente la consternación por la ola de denuncias, se debe decidir qué hacer con los propios dirigentes acusados.

El primero en ser señalado, al día siguiente de la denuncia de la actriz Thelma Fardin que conmovió a la opinión pública, fue Juan Carlos Marino, un senador de la Unión Cívica Radical, el partido socio de Macri en la coalición Cambiemos.

El senador fue acusado por una empleada del Congreso, quien refirió situaciones de abuso.

“Los día 14 de cada mes me presentaba personalmente en el despacho del senador para conseguir la firma del certificado de asistencia. La primera vez que me presenté en el despacho de Marino, me hizo pasar a su oficina donde se encontraban varias asistentes que al notar mi presencia automáticamente salieron del despacho. Una vez que nos encontramos solos directamente me tocó los pechos y me preguntó cuándo íbamos a tomar un café”, relató la empleada, entre varias situaciones de acoso.

La denuncia está formalmente radicada en la Justicia –ya hubo una imputación por parte del fiscal- y el senador, que niega los cargos, dijo que renunciaría a sus fueros.

Pero las denuncias en el Congreso no terminan ahí: también fueron acusados por abuso asesores de Marino y un diputado del peronismo. Y ya antes había otro diputado peronista que había recibido otra denuncia, actualmente en una causa judicial en curso.

Estas situaciones llevaron a que las cúpulas partidarias se reunieran de apuro para mostrar algún tipo de reacción que pusiera a los partidos a salvo de la ola de “escraches”. En el caso de la Unión Cívica Radical, se emitió un comunicado en el cual se plantea la creación de protocolos e instituciones dentro de la estructura partidaria, de forma de dar a la mujer un ámbito de protección.

“Sabemos de la necesidad de impulsar desde nuestros respectivos ámbitos de acción, una vía institucional en la lucha contra actos de acoso y abuso sexual. Consideramos que prevenir mediante la concientización de los actos de violencia contra la mujer, es tan importante como actuar con celeridad en los casos que se producen”, afirma el comunicado que lleva la firma de legisladores radicales.

Por encima de la “grieta”

El impacto del “efecto contagio” resultó impredecible. Las redes sociales aparecen inundadas de relatos de personas que cargaron años con traumas de abusos familiares, violaciones o situaciones de humillación cotidiana en el ámbito laboral. Y lo que en un inicio había sido visto como un movimiento casi partidario, terminó saliéndose de cauce.

Ocurre que el hecho que fue punto de partida del “Me Too” había sido percibido por muchos como un acto casi kirchnerista. Las mujeres que rodearon a Thelma Fardin en el acto del colectivo de actrices son en su mayoría militantes reconocidas. Y hasta las mismas proclamas de ese día mezclaron la reivindicación de género con frases críticas respecto de la situación económica y social.

Fue por eso que parte de la sociedad recibió la denuncia de Thelma con cierto escepticismo. El hecho de que el video mostrara una producción profesional y que el acto de la denuncia haya tenido semejante escenificación generó sospechas. Hubo quienes afirmaron que todo el plan de comunicación se había definido en el Instituto Patria, el nuevo centro de estrategia política del kirchnerismo. Y no faltaron las comparaciones con la campaña comunicacional por la desaparición de Santiago Maldonado durante la represión de una protesta mapuche.

Pero esa impresión inicial se diluyó con el paso de las horas. Lejos de estar apoyando a Thelma, los dirigentes kirchneristas tuvieron que dedicarse a dar explicaciones por las denuncias en su propio ámbito.

En el caso concreto de La Cámpora, la acusación más grave fue contra Jorge Romero, un dirigente que hoy ocupa una banca de senador provincial por Buenos Aires. Una ex integrante de la agrupación contó, en un detallado texto que subió a las redes sociales, cómo en un encuentro entre militantes, el hoy legislador la encerró en un baño e intentó forzarla a que le practicara sexo oral. A pesar de su negativa y pedido de ayuda, Romero la retuvo e insistió durante media hora.

El denunciado aceptó públicamente su culpa y se defendió con un argumento insólito: dijo que ahora comprendía el error de su conducta, pero que en su momento actuó bajo la influencia de los códigos culturales de la sociedad patriarcal. El hecho relatado ocurrió apenas el año pasado.

En un primer momento se insinuó que Romero renunciaría a su banca, pero luego se confirmó su continuidad, lo cual deja al kirchnerismo en una situación incómoda.

Hasta ahí, las denuncias formales. Pero a ello se suma una lista de versiones sobre situaciones de acoso que no han sido oficializadas. Una de ellas, que circula intensamente en las redes sociales, involucra a un alto funcionario del gobierno.

En definitiva, lo que en estos días está quedando en evidencia en Argentina es que, a pesar de algunos intentos de “apropiación” de la agenda feminista por parte de partidos políticos, el movimiento tiene una dinámica propia que lo pone por encima de la lógica binaria de la “grieta”.

Las mujeres que relatan sus situaciones de abuso se ponen por encima de la discusión ideológica o la agenda política coyuntural y reclaman un verdadero cambio cultual. Todo un síntoma de un cambio de época.

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