El momento de la verdad de la economía italiana
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11 de junio de 2018 a las 05:00
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Michael Spence
Project Syndicate
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Italia y Europa están en un punto de inflexión. Después de una elección en marzo en la que el partido anti-establishment Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y el partido Liga de extrema derecha obtuvieron una mayoría parlamentaria combinada, tras la que se vivieron meses de incertidumbre, Italia se ha convertido en el primer estado miembro importante de la UE en ser gobernado por una coalición populista.
El M5S y la Liga cuestionaron abiertamente los beneficios de pertenecer a la eurozona, aunque ninguno de los dos partidos planteó abandonar el euro como un compromiso específico de su programa de gobierno durante la campaña electoral, un error que el presidente italiano, Sergio Mattarella, aprovechó para vetar una elección clave para el gabinete. También desdeñan la globalización en términos más generales. La Liga, en particular, está obsesionada con tomar medidas contra la inmigración. En el frente doméstico, ambos partidos han prometido combatir la corrupción y derrocar lo que consideran un establishment político interesado, introduciendo al mismo tiempo políticas radicales para reducir el desempleo y redistribuir los ingresos.
Aun así, no conoceremos las dimensiones precisas de la agenda de M5S/Liga hasta que la coalición populista empiece a gobernar de verdad. Existen rumores de que los partidos quieren una quita de la deuda soberana de Italia, que actualmente está en un nivel relativamente estable apenas superior al 130% del PIB. Si lo hicieran, una confrontación al estilo griego con la Unión Europea parecería un desenlace seguro, en el que las tasas de interés y los diferenciales sobre la deuda soberana italiana aumentarían rápidamente, sobre todo si el Banco Central Europeo decidiera que su mandato le impide intervenir.
En este escenario, los bancos italianos que hoy tienen cantidades considerables de deuda gubernamental sufrirían un daño sustancial en su balance. No se podría descartar el riesgo de una fuga de depósitos.
Que alguno de los riesgos que hoy enfrenta Italia se materialice o no depende de si el gobierno entrante acepta la realidad y pone en práctica una acción y unas políticas prudentes para fomentar un crecimiento más inclusivo. Lo que sucede en Italia resuena más allá de Europa, porque los acontecimientos políticos allí son consistentes con un retroceso mundial de la globalización y con las crecientes demandas para que los gobiernos nacionales reafirmen el control sobre el flujo de bienes y servicios, capital, personas e información/datos. En retrospectiva, esta tendencia mundial parece haber sido inevitable. Durante años, las fuerzas del mercado a nivel global y las poderosas tecnologías nuevas han aventajado claramente la capacidad de los gobiernos para adaptarse al cambio económico.
Sin una mayor inclusión económica, Italia pronto podría descubrir que los jóvenes talentosos son su principal exportación. Los trabajadores móviles en sus años más productivos buscarán lugares para ejercer sus capacidades, su creatividad y sus impulsos empresariales en otra parte, e Italia habrá perdido uno de los principales motores de dinamismo, crecimiento y adaptabilidad económicos.
Fuera de los círculos financieros y económicos, los extranjeros tienden a ver un lado diferente e importante de Italia. Ven un país de una belleza asombrosa que es rico en activos intangibles, cultura e industrias creativas, y que alberga muchos de los destinos turísticos más buscados del mundo. Quienes están en la academia o en ciertos sectores comerciales conocen sus centros de excelencia en ciencia biomédica, robótica e inteligencia artificial, y saben que los investigadores, tecnólogos y emprendedores italianos ocupan una posición prominente en centros de innovación a nivel mundial. Y otros, sin duda, son conscientes de que los gobiernos italianos tienden a cambiar con bastante frecuencia, y de que la economía y la sociedad, como consecuencia de ello, rara vez han sufrido alteraciones excesivas. En verdad, los observadores internacionales y los italianos estarían de acuerdo: Italia tiene un enorme potencial económico. Pero el desafío reside en destrabarlo, lo que exigirá que sucedan varias cosas.
Por empezar, el gobierno italiano necesita desterrar la corrupción y el conflicto de intereses, y demostrar un compromiso mucho más profundo con el interés público. Los populistas probablemente tengan razón sobre estos problemas. Y probablemente tengan razón de que es necesario reafirmar una mayor soberanía sobre los flujos clave de la globalización para contrarrestar las fuerzas políticas, sociales y tecnológicas centrífugas que arrasan en los países avanzados.
Finalmente, vale la pena observar que la colaboración entre gobierno, empresas y trabajadores ha desempeñado un papel clave en los países que mejor se adaptaron a la globalización y a un cambio estructural inducido por la tecnología. Sin duda, la colaboración requiere confianza, y la confianza se gana gradualmente con el tiempo. Pero, sin confianza, las estructuras económicas se anquilosan, la productividad se desacelera, la competitividad se ve afectada y la actividad en bienes y servicios comercializables migra a otra parte.
A esta altura, la incertidumbre sobre el futuro es inevitable. Pero a menos que un país esté preparado para aceptar el estancamiento a largo plazo, no adaptarse a las transformaciones que se avecinan no es una opción. Con un mandato claro para el cambio, el nuevo gobierno de Italia podría implementar una agenda de políticas pujantes, pragmáticas y de largo plazo que generen un crecimiento inclusivo. De lo contrario, el gran potencial del país seguirá sin poder concretarse en su totalidad.
* Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York y miembro sénior de la Hoover Institution.
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