JOSEP LAGO / AFP

El mundo se abre, porque afuera está la vida

En tanto el ataque del coronavirus recién llega a América Latina, otras regiones reabren aulas, comercios y fábricas

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01 de mayo de 2020 a las 05:02

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El covid-19 está lejos de ser derrotado, y toca a la puerta de América Latina, la última frontera. Casi 5.000 millones de seres humanos están encerrados en casa, con distintos grados de rigor. Pero la vida sigue en medio del vendaval de muertes. Casi todos los países, Uruguay incluido, planean un desconfinamiento paulatino y cauteloso: la salida del lockdown, para relanzar la economía y acotar la miseria, esa otra loba.


Algunos versos de “Canción de muchacho”, un viejo poema de Washington Benavides que musicalizó y cantó Eduardo Darnauchans, parecen resumirlo muy bien: 

Fiero es de mirar a la puerta
y no verle la salida.
Pero hay que salir, ¡coraje!
porque afuera está la vida

La lenta expansión del coronavirus en Uruguay muestra, por un lado, que el país todavía tiene una situación relativamente buena en una comparativa internacional; pero, por otro, que el problema va para largo: recién se inicia. Caminar detrás del resto del mundo es una gran ventaja, aunque el país pende como fruto maduro, con la enorme mayoría de su población contagiable. 

Mayo y el frío serán decisivos.

El covid-19, detectado en diciembre en China, sólo en el último mes y medio ha matado a unas 230.000 personas, la gran mayoría de ellos en sólo cinco países: Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Francia y España.

Un vocero de la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió la semana pasada que el epicentro de la epidemia se está moviendo de Europa hacia las Américas, cuyos países deben extremar los preparativos para lo que acontecerá, que ya es sabido: contagios en masa, saturación de centros hospitalarios y muertes de las personas más frágiles.

El mundo parece comenzar a dividirse entre quienes ya tuvieron el coronavirus, y por tanto tienen anticuerpos, y quienes no. Porque, al fin, la salida es el contagio progresivo, y no el encierro perpetuo. Se estima que ya superó el virus el 10 o 15% de la población de Estocolmo, Suecia, y hasta el 25% de la población de Manhattan, Nueva York; la mayoría sin notarlo.

A la vez, los Estados se dividen entre aquellos que pueden administrar la peste: o sea, capaces de inmunizar gradualmente a sus ciudadanos sin colapsar, como Alemania, Dinamarca, Noruega, Japón, Finlandia o la República Checa; y aquellos que parecieron barridos por la ola, como España, Italia, Francia, Ecuador y ciertas regiones de Estados Unidos, cuyas libertades se parecen a un patio en el recreo.

Sin embargo esta pandemia sólo ha matado hasta ahora al 0,003 de la humanidad, contra el 2,5% a 5% que mató hace un siglo la “gripe española” —que ni siquiera era española. Esa comparación no quita gravedad al coronavirus, en especial para las víctimas y su entorno, pero lo pone en perspectiva.

Una comparación per capita muestra que Uruguay está casi indemne todavía, aunque al fin puede sufrir centenares de muertes. Hasta el miércoles, Bélgica había tenido 655 muertos por millón de habitantes, seguido por España, con 525, e Italia, con 458. Estados Unidos estaba en el noveno lugar, con 186 muertos por millón. En América Latina los peores registros los tenían Ecuador (50 muertos por millón), Panamá (41), Perú (29), Brasil (26) y México (13); en tanto los mejores eran los de Argentina (4,8) y Uruguay (4,6 muertos por millón de habitantes).

Y habrá muertes por mucho tiempo más.

A la vez, la mayoría de la población del mundo vio caer sus ingresos, y una parte los ha perdido del todo. De golpe y porrazo la humanidad retrocedió varias décadas en el plano material. Sobreviven, intactos, algunos ricos rentistas y ciertos empresarios, los funcionarios públicos y los jubilados, con el pan seguro en sus mesas; pero no estarán a salvo mucho tiempo más si la economía global no se pone en marcha, y si los Estados quiebran. 

Mayo es el mes en que buena parte de los países europeos inician el desconfinamiento: un delicadísimo balance de cristalería. Implica, a la vez, la convicción de que lo peor ha pasado; la reapertura de una parte significativa de la economía; y la aceptación de que buena parte de la sociedad se contagie gradualmente, para inmunizarse, hasta la llegada de una vacuna.

La crisis actual es la mayor en la memoria viva uruguaya. Y tiene todos los condimentos: pérdida de rentas, honorarios y salarios; incipiente ruptura de la cadena de pagos; promitente destrucción de empresas; depresión y angustia. 

Buena parte del sector público anda a paso de tortuga, salvo servicios esenciales, y el comercio y el turismo implosionaron.

Pero hay una gran esperanza a la vuelta de la esquina, en la forma de una reactivación económica relativamente rápida tras el congelamiento. 

Las escuelas rurales y la industria de la construcción fueron de las primeras luces reencendidas, a partir de mediados de abril, pese al miedo y las protestas. Pero el 95% de niños siguen en casa; y todos los estudiantes de secundaria y universidades, que a lo sumo toman cursos virtuales.

Parte de los fundamentos de la economía permanecen. Pero ya hay severos daños, y habrá más. Caen los precios de exportación, aumenta el déficit en las cuentas del gobierno, crecen los impagos, caerán los salarios y la moneda se depreciará. 

El desempleo, que era de 10,5% en febrero, antes del gran apagón, va rumbo al 20%, según algunos cálculos. Más de medio millón de personas están sin trabajo, subempleados o en seguro de desempleo. Y es muy probable que después de esta crisis el desempleo “estructural” en Uruguay quede situado por encima del 12 o 13%: en parte por la destrucción de puestos de trabajo, y en parte por los cambios tecnológicos y culturales.

La llegada del nuevo virus aceleró ciertos procesos revolucionarios, como el teletrabajo y la automatización de las tareas más repetitivas o rutinarias. 

Muchas empresas que estaban tecleando, caerán irremediablemente, en tanto otras harán ahora los ajustes que postergaron durante largo tiempo. 
 

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