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El país que soñamos y el país que podemos

El país que soñamos y el país que podemos: escribe Carina Novarese
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28 de enero de 2024 a las 05:02

¿Quiénes son los líderes que están pensando en el futuro de Uruguay? La respuesta aparentemente más evidente serían los líderes políticos, pero no siempre es así, ni debe serlo. Esta semana murió Ricardo Pascale, un pensador de esos que sí estaban pensando, y desde hace tiempo, sobre las opciones que tiene Uruguay para dar el paso extra que le falta para dar el salto hacia el verdadero desarrollo, el que se refleja en la calidad de vida de su gente. Su legado queda en libros, conferencias, y el desafío es que su visión lúcida y persistente, consiga hacer mella en las “tradiciones” que tantas veces nos frenan y anquilosan.

En estos días se publicó un informe del CED (Centro de Economía para el Desarrollo) titulado “Un salto al desarrollo: agenda 2025-2030”. En él se plantean propuestas concretas de todo tipo y color, para alcanzar el nivel de bienestar al que aspiramos los uruguayos. “Uruguay puede ser el primer país desarrollado de América Latina si hacemos lo que debemos hacer”, dice le informe. 

Un año electoral es el mejor momento para hacerse preguntas complicadas como la de qué futuro queremos y qué debemos hacer para intentar alcanzarlo. Lo es incluso a pesar de los gritos y ruidos por enfrentamientos efímeros y, tantas veces, inútiles. Lo es porque ya no hay tiempo para demorarnos más, porque ya salimos de allá abajo pero nos falta mucho ya no para llegar allá arriba, sino tan solo para llegar un poco más arriba. El “más arriba” no es un objetivo “economicista”, sino parte de la esperanza de una mejor vida para los uruguayos.

Hernán Bonilla, presidente del CED, alertó qué puede pasar si no se avanza; “si el próximo gobierno llega sin una agenda clara y sin un impulso reformista”, corremos el riesgo bastante probable de repetir una y otra vez el estancamiento económico que, como vemos en la región y en otras partes, genera descontento social y, tantas veces, inestabilidad. 

Es bueno tener informes como estos como guías ya no para seguir recetas sino para cuestionarnos un poco, para sacudirnos la modorra del “como Uruguay no hay” (porque hay), de que somos un oasis en la región y tanto bla bla bla. Claro que Uruguay ocupa lugares destacados en muchos aspectos, pero también los ocupó Chile, el “faro” de prosperidad latinoamericana durante años, que se desmoronó bajo el peso de la desigualdad y ese descontento que siempre acecha cuando las promesas nunca terminan de convertirse en realidad. 

En Uruguay todo parece pasar más lento, pero casi siempre pasa. Lo que no pasa lento es la esperanza de un ciudadano que ha visto mejorar su calidad de vida en términos generales en las últimas décadas, y que ahora quiere más. Más trabajo, más trabajo de calidad, mejores sueldos y oportunidades, una salud, educación y seguridad social acorde a los impuestos altos que paga.

Los economistas y estudiosos de estos temas dicen que para bancar la esperanza, eso que parece tan intangible, la receta a aplicar, pero nada sencilla de confeccionar, es lograr tener una economía más dinámica y, sobre todo, más productiva. Luego de un 2023 con crecimiento nulo, esta es una meta complicada, sobre todo si no queremos que el crecimiento de nuestra economía siempre esté ligado a lo que pasa allá o más allá y a los vaivenes de los mercados mundiales.

La “trampa del ingreso medio”, dice este documento, es la que tenemos por delante para superar. En la clasificación del Banco Mundial, Uruguay es considerado hace años un país de ingreso per cápita alto. En 2022 era de unos 20 mil dólares, indica el informe de CED. Pero este ingreso es 60% inferior al promedio de los países considerados desarrollados e incluso un 35% menos de su segmento más pobre, donde se encuentran países como España o Portugal, agrega.

“De este modo, si bien estrictamente, Uruguay no es un país de renta media en términos absolutos, si se encuentra en una situación “a mitad de camino”. Esta tensión se visualiza nítidamente en los niveles salariales, en las ocupaciones de baja calificación (que conforman el 60% de los empleos de la economía). Los costos salariales son altos en relación a la productividad media del trabajo, pero bajos en relación al costo de vida”.

Incluso si en 2024 mejora el crecimiento, como se prevé, necesitamos mucho más que un año o incluso una década para salir de la zona media. La tasa de crecimiento uruguaya de largo plazo es de 2%, pero la diferencia para llegar al 3% es enorme aunque no imposible, y es la que hay que alcanzar. Así lo explicó Bonilla en En Perspectiva: “la diferencia entre crecer al 2 y al 3% es muy grande acumulada en décadas y hace una diferencia muy grande en la calidad de vida de la gente”.

Uruguay no es un país de gran atractivo para las inversiones, tanto nacionales como internacionales, porque no es barato desde ningún punto de vista, incluyendo su capital humano. Pero la inversión es clave para cualquier esperanza de crecimiento. Entonces, ¿cómo se hace? No se hace abaratando ni empeorando la calidad de vida, sino haciendo al sistema más productivo, responde el CED. Y aprovechando, dice el informe, que Uruguay tiene condiciones de base que nos ubican bien en rankings internacionales, entre ellos democracia, corrupción, derechos humanos, libertades personales. El desafío es cómo mejorar las instituciones económicas para que el país ingrese en un proceso de desarrollo que lo conviertan en un lugar “en el que las personas puedan vivir este con el máximo grado posible de libertades políticas, sociales, económicas, de forma de que puedan desarrollar el proyecto de vida que quieran llevar adelante, formar la familia que quiera formar o no formar familia, poner una empresa o no ponerla, trabajar siguiendo sus intereses. Eso es posible en un país que tenga buenas instituciones políticas y buenas instituciones económicas”, dice Bonilla.

“Uruguay es un país con una institucionalidad política asimilable a la de un país desarrollado”, resume el informe. “Sin embargo, cuando miramos nuestra institucionalidad económica la realidad es distinta; tenemos instituciones económicas de país en vías de desarrollo. Claro que no hemos sufrido el “terraplanismo” económico que se implementó en Argentina o Venezuela, pero los índices de competitividad, de facilidad para hacer negocios o de libertad económica sistemáticamente nos muestran que queda mucho camino aún por recorrer”.

El objetivo ambicioso que propone el CED, primer país desarrollado de América Latina-, es posible en pocas década solo si la sociedad uruguaya logra el consenso suficiente y necesario para procesar reformas y transformaciones pendientes que, de antemano sabemos, son complejas y casi siempre impopulares. En estos tiempos de referéndums y plebiscitos que tantas veces no miden sus consecuencia más allá del corto plazo y la satisfacción de ciertos grupos de ciudadanos, este parece ser el gran desafío. “También es posible que tomemos el camino contrario y caigamos en un círculo de demandas insatisfechas y ausencia de reformas que genere una profunda frustración e insatisfacción en los sectores medios de la sociedad”.

Quiero escuchar sobre estas reformas en los discursos políticos de este 2024. Quiero escuchar cómo se harán y que se hará, aunque el partido de turno luego deba sufrir una derrota porque las movidas fueron impopulares. Y quiero escuchar cómo las seguirá el partido al que le toque gobernar después. El CED advierte que estas reformas “deberán realizarse con decisión y coraje”. en años que no se prevén como fáciles en términos de condiciones internacionales.

Vale la pena leer estas 22 páginas que se meten con todas las reformas, todas las burocracias y todos los popes sagrados del statu quo uruguayo. Vale la pena plantearse que además del Estado necesitamos reformar el trabajo, los consejos de salarios, las condiciones para empleados y empleadores, entre tantas cosas. Y que además debemos invertir mucho más en innovación y conocimiento, las dos claves de las sociedades que de verdad pueden traspasar el desarrollo hacia sus poblaciones. 

“La agenda de mayor bienestar social y de reformas económicas no sólo no son contradictorias, sino que por el contrario, se retroalimentan. No habrá mejores

niveles de protección social sin una economía más productiva, y esa economía más productiva requerirá personas más educadas y con mayor protección social”. Hora de reflexionar.

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