El resplandor

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El placer del susto: la razón por la que el cine de terror sigue seduciéndonos

El género tiene fanáticos aterrorizados de todas las edades y en todo el mundo, pero ¿por qué buscamos exponernos al miedo?
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30 de octubre de 2022 a las 05:00

Un escalofrío levanta cada pelo en la nuca como una alineación de espinas. La respiración se acelera junto con los pasos del protagonista que huye de una presencia infernal en el sótano de una casa añeja. Las palmas de las manos se humedecen mientras la tensión se mantiene, se prolonga y genera un delicado estado de alerta que se hace añicos con el golpe de efecto. El miedo. El salto del sillón y la sensación de que el corazón se acerca al estómago. Después viene la calma, al menos por un momento.

A algunos nos gusta sentir miedo. Otros huyen de cualquier producto cultural que lleve esa etiqueta. Pero a medida que el mes de octubre va llegando al final, todos saben que es el momento ideal para una dosis de horror cinematográfico que sacuda el cuerpo y la mente. Halloween, esta tradición importada desde los países anglosajones, enlata títulos terroríficos en las plataformas de streaming y las salas de cine.

Usted, lector o lectora, podría preguntarse por qué alguien en su sano juicio buscaría asustarse. Bueno, lo cierto es que el terror es uno de los géneros más redituables de la industria cinematográfica. Es por eso que la variedad de subgéneros, a su vez, es tan amplia como la calidad de las películas que se hicieron desde La mansión del diablo, la película de Georges Méliès estrenada en 1896 que es considerada como la piedra fundacional del rubro.

En esa línea sigue El doctor Frankenstein, la película de 1931 dirigida por James Whale, que se estrenó con un prólogo en el que un hombre les advertía a los espectadores que estaban a punto de ver una película terrorífica. Porque también fue necesario reparar en la sensibilidad de los espectadores que todavía no se habían educado en los códigos del cine de terror. 

Pero hay buen cine de terror para todos los gustos –aunque también están aquellos que prefieren entretenerse con una película de dudosa calidad, que en cualquier caso puede generar más risas que sobresaltos–: el cine clásico, el de monstruos, el de asesinos-psicópatas, el gore o el slasher, el giallo italiano, aquel en el que los animales atacan, el culto del jumpscare o el terror psicológico. El horror que no podés sacarte de la cabeza. 

La masacre de Texas

De todas formas, una película de terror no tiene que considerarse “buena” en términos cinematográficos para generar un susto de campeonato. La escritora argentina Mariana Enríquez, referente literaria del horror, lo adelantó hace un tiempo a El Observador. “Las películas que me dan miedo no me parecen necesariamente buenas. Por ejemplo, me dio mucho miedo Sinister, de Scott Derrickson; las películas en súper 8 sobre crímenes de unas familias me parecieron tremendos, pero la película no me gusta mucho además de eso. O me dan miedo momentos: el final de El proyecto Blair Witch por ejemplo (toda la película me resulta muy tensa, sin embargo). El resplandor, que me parece extraordinaria, no me da nada de miedo; en El exorcista me dan miedo todas las escenas con la madre de Karras, pero casi nada de lo sobrenatural, excepto el momento en que Karras escucha la grabación de Regan hablando como demonio. De todos modos puedo decir que El exorcista da miedo. También me dio mucho miedo la primera Pesadilla, que vi en cine; de grande, ya no. Creo que la película más aterradora, para mí, es Mulholland Drive de David Lynch. La escena del mendigo, esa pesadilla narrada y hecha realidad, me pareció espeluznante. Es lo peor imaginable: que una pesadilla aterradora efectivamente exista”. 

El reconocido cineasta italiano Dario Argento, que recibió el Gran Premio Honorífico del último Festival de Cine Fantástico de Sitges, dijo durante la ceremonia que ha visto que “el cine de terror es como el oleaje del mar: sube y baja, va cambiando con el espíritu del mundo”. ¿Nos asusta lo mismo que antes? 

En la misma línea, el historiador cultural David Skal sostiene que la ficción de terror ha cumplido la función de “recrear, o de conjurar, los principales traumas y obsesiones sociales” a lo largo de su historia. Porque aunque quizá se pierda en una primera lectura, hay algo de derrame social que puede estar impregnado en la fachada lateral del horror. 

La noche de los muertos vivos termina siendo una película sobre el racismo, La masacre de Texas es sobre la violencia imperante al momento de la sociedad que estaba en plena guerra de Vietnam, Pesadilla tiene que ver con la nueva adolescencia y los suburbios, con las familias que se fueron a vivir fuera de la ciudad buscando una seguridad que tal vez no era tal”, comenta a El Observador el cineasta uruguayo Pablo Stoll.

No quiere decir que todos los directores hayan tenido la intención de hacer un abordaje sobre estos temas, sino que quizá es el reflejo del contexto sociopolítico del momento. De todas formas ahí está, en el fondo. La otredad, la contraposición entre el campo y la ciudad, la violencia machista o las diferencias de clase. El verdadero horror está en eso cotidiano, o quizá en nosotros mismos.

No respires

Los pelos de punta: la reacción fisiológica del miedo

El miedo es instintivo. Es la reacción que el organismo activa cuando se siente amenazado, la reacción más primitiva que nos recuerda el parentesco con otros animales. El miedo es el gatillo de una serie de reacciones fisiológicas que se desencadenan ante el peligro. Por eso es que la ciencia también se ha interesado en la paradoja del placer de sentir temor. 

Gilliard Lach, investigador de la Universidad de Edimburgo, explicó en una nota de El País de Madrid que el llamado jumpscare –ese susto que te hace saltar de la silla– golpea directamente la amígdala, la parte del cerebro donde se procesan las emociones, y genera una reacción de “lucha o huida”: el cerebro ordena bombear adrenalina, el corazón se acelera, el oxígeno se acaudala y los músculos se optimizan. 

Un grupo de investigadores, dirigidos por Matthew Hudson, estudiaron la respuesta cerebral ante diferentes estímulos cinematográficos que despertaban diferentes zonas según el miedo sostenido –cuando la tensión se mantiene– y el miedo agudo –el susto repentino–. Para el estudio, publicado en 2020 en la revista NeuroImage, seleccionaron dos películas mediante un detallado proceso de consulta: El conjuro 2 e Insidious, ambas del director James Wan. Los voluntarios vieron segmentos de las películas dentro de un aparato de resonancia magnética que mostraba cuáles eran las zonas del cerebro que se activaban en cada momento. Entre las conclusiones encontraron que, a medida que los participantes se asustaban más, sus cerebros se comportaban de forma más parecida. 

La casa muda

La socióloga Margee Kerr, especializada en el estudio del miedo, apuntó en el libro Scream: Chilling Adventures in the Science of Fear, que superar el susto que nos preparó el cineasta y salir ilesos produce satisfacción. La investigadora, citada en un artículo de la revista Forbes, explica que a su vez ver películas de miedo inyecta temporalmente el sistema nervioso con un cóctel de neurotransmisores y hormonas, desde la dopamina hasta la adrenalina, que produce una euforia leve que aumenta el estado de ánimo. Genera un efecto que no dista del de una caída en la montaña rusa. 

Podemos saber que estamos en un espacio seguro, que cuando demos vuelta el rostro de Norman Bates, el asesino de Psicosis, no nos va a estar esperando con una cuchilla, pero poco importa. Empatizamos con los personajes y la reacción física del miedo es tan real como podría ser. 

En el mismo artículo, David DiSalvo hace una aclaración: “Todos los beneficios solo parecen materializarse si se está abierto a la experiencia. Para aquellos que no lo están, los resultados fácilmente podrían ir en sentido contrario. Y para algunas personas eso no significará solo un aumento inmediato de la ansiedad, sino también potencialmente residual, y eso no ayudará a nadie”.

Memoria emotiva: el susto de tu vida

Recorrer los pasillos alfombrados del videoclub hasta llegar a la sección. Esa sensación de que mirar “una de terror” te acercaba un poco más a la inquietud de la adultez. El ritual de llevarla a casa y preparar el ambiente para la llegada del miedo: la luz apagada y la manta tapando hasta la nariz. Elegir y mirar una película de terror está en la memoria afectiva de muchos fanáticos del género. Tanto como el recuerdo de la primera vez que aquella mujer de pelo negrísimo y vestido blanco se contorsionaba la salir de la pantalla de un televisor. 

La llamada

“No tengo una explicación de por qué me gustan las películas de terror”, dice Stoll, en diálogo con El Observador. Pero tiene un recuerdo: cuando era niño había algo lindo en ver las cosas que se suponía que no podías ver. Esa pequeña trasgresión en la que caía viendo el ciclo de cine Al filo de la medianoche en canal 4 o Sábados de cine en la pantalla de canal 12 cuando en la última función se colaba un título de suspenso o de terror. “Estamos hablando de principios de los 80, Uruguay con dictadura, no había cosas muy extremas, pero recuerdo ver algunas películas de Argento. Era como quedarse a deshora a ver la tele, a veces lo hacía en una pijamada con amigos. Eso bien de niño de taparte los ojos con las manos y abrir los dedos para poder ver entre las manos”.

Recuerda el primer VHS que vio en su vida. Cuando un amigo fue de viaje a Estados Unidos y regresó con un reproductor fueron al videoclub y sacaron dos películas, entre ellas una de zombis que lo aterrorizó y lo marcó en partes iguales: Zombie creeping flesh, de Vincet Dawn, que en realidad se llamaba Bruno Mattei.

Ahora Stoll está filmando una de zombis, una de muertos vivos en Uruguay: se titula El tema del verano y está en etapa de posproducción. Pero explica que en este momento le asustan más otras cosas. “Me asusta más lo reaccionario de los mensajes y la estetización de determinados tipos de violencia. Pero no es que me da miedo la película en sí, sino que la persona que la hizo no pensó en que lo que pone en pantalla es la justificación de una violencia”. 

El cineasta considera que se usa el término género para lo fantástico o el terror y en realidad todas las películas tienen un género, todas están regladas de alguna manera. “Hay una especie de contraposición falaz entre género y autor en el mundo del cine, y en Uruguay especialmente”. 

Hereditary

Sobrevuela en el imaginario que las películas de terror son para niños que se tapan la cara ante cualquier estímulo, o para adolescentes que rezan por un jumpscare para abrazar a la persona que les gusta. Stoll considera que “tiene que ver con el cine clase B, con los autocines, con un montón de cosas que pasaron en la industria y donde la industria dirigía ese tipo de productos”. 

“Parecería que es algo para niños o para adolescentes y que hay una edad en la cual ya no podés verlas más. Y en las películas de terror hay muy buen cine. Hay que ser muy buen narrador”, agrega.

Sostiene que, desde su perspectiva, la construcción de los personajes y el clima son los dos elementos más determinantes de una buena película de miedo: “Los personajes tienen que ser gente a la que quieras, porque están jugando con su vida, y crear un clima que se vaya enrareciendo de a poco o que vaya generándote cosas, que de repente no son gritos, ni colores, ni movimientos de cámaras; sino pequeños detalles que se van sumando y haciendo que eso que el personaje esté viviendo –y que estás viviendo con el personaje– empieza a extrañarse hasta decir ‘esto no está del todo bien’”. 

Exponerse al miedo en un ambiente controlado puede generar placer. Lo ha comprobado la ciencia. Y esa película terrorífica que querés ver pero te convencieron de que el cine de miedo no es cosa de adultos te está esperando.

Un apunte: todavía vale taparse los ojos y mirar entre los dedos de ser necesario.

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