El riesgo de la maldición

Desde hace mucho tiempo me ha preocupado el 2022 como año fatídico de un ciclo de 20 años

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30 de julio de 2022 a las 05:01

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Desde hace mucho tiempo me ha preocupado el 2022 como año fatídico de un ciclo de 20 años. Es que cuando era niño algunos de mis mayores asignaban el origen de la inestabilidad económica al dólar fijo en 11 pesos en 1962 y la gran devaluación con inflación de 1963, a partir de la cual nunca se había recuperado la estabilidad. Veinte años después, mi padre, que aunque no tenía título de economista entendía el funcionamiento económico con una claridad meridiana me advirtió a comienzos de 1981 el estallido de la tablita que vendría apenas pasaran las elecciones internas de noviembre de 1982, cuando la dictadura militar se jugaba su supervivencia manteniendo una falsa estabilidad basada en atraso cambiario.

La crisis de comienzos de los años 80 trajo dos enseñanzas importantes: cuando Argentina devaluaba salvajemente su moneda para Uruguay era muy difícil resistir. El país vecino tuvo su mega devaluación en 1981, tras un sistema similar de cotizaciones fijas móviles que se anticipaban en los diarios “la tablita”. La suerte de la tablita en Uruguay estaba determinada. Nuestras exportaciones no competían y tampoco el mercado interno, las compras en el país vecino eran masivas.

La segunda enseñanza de Argentina era muy importante. Cuando los problemas internos de un gobierno argentino desbordaban había que buscar un enemigo al que enfrentar y con eso distraer a la gente. Tres días después de que la Confederación General del Trabajo hiciera el primer paro general contra la dictadura a comienzos de 1982, el presidente argentino Leopoldo Galtieri anunciaba la invasión a las Malvinas.

Ya para 2002 estaba preparado y la vi venir. Crisis con devaluación en Argentina en 2001 más aftosa. Un doble contagio que era muy difícil de superar para Uruguay. Un contagio directamente viral, y el otro de expectativas a través de una entidad bancaria argentina que falló a sus ahorristas. La maldición que se repetía cada 20 años se daba por tercera vez consecutiva.

Durante un tiempo prolongado me preocupó que en el 2022 viniera otro quiebre. El gasto estatal disparado, un discurso crecientemente hostil al sector agropecuario (el agronegocio, los agrotóxicos, la oligarquía vacuna), un discurso de indiferencia ante una grave sequía, una fuerte valorización de la moneda y bajas de precios internacionales, hicieron que me pareciera oportuna la convocatoria de Durazno en la que se exhortara a la unidad nacional y se advirtiera de esos riesgos.

El riesgo de enfrentar una pandemia con un déficit fiscal mayor al 5% no era menor. El grado inversor podría haberse perdido. La estabilidad económica y social podría haberse perdido. Casi toda América Latina la ha perdido. Uruguay no la ha perdido por muchas razones. La primera cronológicamente podría simbolizarse homenajeando a los que no están en la figura de Alejandro Atchugarry y en su nombre a un equipo diverso que pudo traer un cheque de la manga de EEUU que frenó una corrida cambiaria y empezó a ordenar la vida financiera. 
También gracias a quienes reorganizaron a una ganadería arrasada por la aftosa a través de vacunas y chips.

La tantas veces menospreciada actividad agropecuaria empresarial es clave para esta estabilidad que hace que nos parezca aburrido el dólar siempre a 40 pesos, el grado inversor ya dado como un dato de la realidad y la inflación al 9% anual que nos parece inaceptable, mientras los vecinos tienen esa inflación en un solo mes y subiendo en espiral. 

A la ganadería en estos 20 años se le ha sumado una agricultura pujante y un sector forestal que sirve a muchos productores para diversificar y a todos para mejorar el balance de carbono del país tan importante como el balance fiscal o más.

Hace 20 años al evitar el default y reorganizar al principal sector productivo del país se construyó un cimiento que es importante recordar. Que persistió con alternancia de partidos en el poder. Y que permite que los vendavales que volverán a llegar desde Argentina no nos tumben esta vez.

No es que todo sea color de rosa ni mucho menos. Pero mientras aquí hablamos de que no alcanzan los jóvenes para trabajar en software, de la revolución del hidrógeno, y de acuerdos de libre comercio en Asia y en todo el mundo, los vecinos están hablando del dólar blue, contado con liqui, y otras diez variantes de monedas manipuladas que deberá manejar el tercer ministro de Economía de un mes y de si un superministro será capaz de estabilizar desequilibrios desbocados.

La libertad y la estabilidad nunca pueden darse por garantizadas. En estos tiempos de zapping se pueden ver en la misma noche a Víctor Hugo Morales agrediendo a los agricultores argentinos y a un programa uruguayo hablando de supuestas “libertades agrotóxicas”.  

El discurso anti productor rural se sigue sembrando. Y es posible que en algún público incauto de ciudad pueda germinar la cizaña. El divide y reinarás.

Ya no nos afectan contagios financieros, que no nos vayan a contagiar con la lógica de divisiones absurdas. Homenajeemos a quienes hace 20 años hicieron posible la oportunidad uruguaya cerrándole el paso a discursos maniqueos e ignorantes. 

Que el impulso que surgió hace 20 años desde la mayor adversidad reciente no se frene. Que las rivalidades políticas no crucen límites que lamentablemente en el resto de este continente ya se han cruzado. 

La posibilidad de un acuerdo multipartidario sobre la seguridad social da una excelente oportunidad para transitar ese camino. Y de paso darle una señal a Argentina (y a algunos locales) de que la promoción de grieta es un juego en el que todos pierden.

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