Perrier

El tamaño de los sueños de Brasil

Bolsonaro representa la enésima refundación del país

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04 de enero de 2019 a las 05:03

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El sueño esquivo de Brasil es la grandeza, cualquier cosa que eso signifique. El radical cambio de orientación política que implicó la elección de Jair Bolsonaro, con 58 millones de votos, fue otra gran apuesta colectiva en esa dirección: la búsqueda de un hombre providencial, que tome a puntapiés todo el tinglado, que corte el nudo gordiano y acabe de un golpe con todas las ataduras del país.

Muchos brasileños recuperan ahora su autoestima, muy alicaída desde que la economía se apagó en 2014, con su secuela de desempleo, pobreza para decenas de millones de personas y toda suerte de trapacerías políticas. Como si fuera poco, la “operación lava-jato” corrió el velo de la más amplia y grosera corrupción imaginable.

Paulo Guedes, el liberal ortodoxo que Bolsonaro puso al frente del Ministerio de Economía, sostuvo que el país “fue corrompido por el exceso de gastos y dejó de creer por el exceso de gastos”.

El déficit fiscal, que llegaba al 10% del PBI en 2016, cuando Dilma Rousseff fue destituida, aún ronda el 7%, pese a las reformas intentadas por su sustituto, el muy oportunista Michel Temer. El agujero se cubre con una deuda explosiva, que ya ronda el 80% del PBI.

La principal reforma —la madre del borrego— será el sistema de seguridad social (Previdência), que está repleto de irregularidades y privilegios. Guedes quiere ir hacia un sistema mixto, similar al uruguayo, con cuentas individuales y capitalización. Si el nuevo gobierno pierde esa batalla, en un Congreso dividido en decenas de facciones, bien puede perder el favor de los mercados y enfrentar una crisis fiscal similar a la que padece Argentina.

El ministro Paulo Guedes enumeró los grandes puntos reformistas: “Abrir la economía, simplificar impuestos, privatizar, descentralizar los recursos y enfocarse en las cuestiones sociales”.

Él quiere deshacer en cuatro años el entuerto estatista que se gestó a lo largo de muchas décadas, comentó un analista del diario Folha de São Paulo. Ese estatismo alimentó dos monstruos gemelos: la corrupción y el dirigismo burocrático, con cargos para militantes políticos en vez de expertos.

AFP

El sueño Bolsonaro propone en el plano económico un Brasil liberal-conservador, de iniciativa personal y oportunidades, al modo estadounidense.

El país también padece grandes déficits en infraestructura, en particular carreteras, puertos y tendido eléctrico; una industria poco competitiva; cuadros burocráticos ineptos; demasiados impuestos y regulaciones; una elevada deuda pública; y, en el plano social, mucha pobreza, violencia, delito, ignorancia y desigualdad.

El gran auge de inicios del siglo XXI, gracias al alto valor de las materias primas, tuvo mucho de espejismo. Brasil no lo aprovechó para realizar reformas estructurales sostenibles, sino que gastó como si fuese eterno.

El nuevo canciller de Brasil, Ernesto Araújo, otro eufórico ultra-derechista, celebró el alineamiento con Estados Unidos, con “la nueva Italia” y con otros gobiernos de la ola antiglobalización. La nueva política exterior rompe con la tradición brasileña de procurar la equidistancia con las grandes potencias y la preferencia por los países del sur, en especial aquellos con gobiernos de izquierda, como propusieron Lula y Rousseff.

Habrá que ver, sin embargo, cómo se acerca más a Washington sin ofender a China, el principal socio comercial de Brasil, al que Bolsonaro acusó de estar “comprando” el país.

La nueva ministra de Agricultura, Tereza Cristina Correa da Costa, ha dado señales preocupantes respecto al Mercosur, en un sentido nada liberal sino proteccionista. En noviembre dijo que Brasil sufre “problemas por causa de la leche, que entra al país y causa perjuicios, principalmente para los pequeños productores”, y que lo mismo ocurre con el arroz. El cierre de fronteras afectaría aún más a Uruguay, que vende a Brasil precisamente leche y arroz.

Bolsonaro tampoco desea pedir permiso al Mercosur para realizar acuerdos de comercio bilaterales.

Brasil vive su nueva novelería. Pero la brecha entre las esperanzas y la realidad en América Latina sigue siendo tan amplia como siempre.

Bolsonaro no podrá hacer lo que quiere con Brasil; no al menos en un sentido radical, pues los países no se rehacen al antojo de sus gobernantes, de un día para otro, salvo para mal, al estilo Venezuela. Destruir es mucho más fácil que construir.

Pero tal vez —si no se consume en su chabacanería y en sus fuegos de radicalismo populista— pueda representar el inicio de un nuevo ciclo de optimismo y crecimiento, que haga de Brasil un país un poco más próspero y democrático, y un poco menos miserable, desigual y supersticioso.

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