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El uruguayo que descubrió 80 rollos de películas de la familia que marcó la cultura infantil

Andrés Pardo acaba de vender a un museo en Chicago su documental sobre la editorial Novaro, el gigante de las historietas de Latinoamérica y España
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08 de abril de 2019 a las 05:00

Mientras hacía en México el documental Buscando a Larisa, Andrés Pardo (Montevideo, 1977) se encontró con algo que para él era un pequeño tesoro. Se trataba de unos 80 rollos de películas caseras, en formato de 16 y 8 milímetros que databan de las décadas de 1950 y 1960. La particularidad radicaba en que eran filmaciones de la familia Novaro, fundadora de la más poderosa editorial de historietas de Latinoamérica y España, una potencia que llegó a generar el equivalente al 1% del PIB mexicano. 

Buscando a Larisa trata sobre cómo Pardo encontraba filmaciones familiares desechadas, que databan de la década de 1960 y cómo luego buscó a la niña que aparecía en ellas. Novaro, el coloso mexicano siguió un procedimiento más o menos similar, aunque aquí no se trataba de encontrar a una persona, sino las huellas de la editorial que le dio forma a la infancia de varias generaciones de niños y cuyas revistas son hoy costosos objetos de coleccionistas. 

Durante años Pardo compró lotes de filmaciones caseras, registros de cumpleaños, bodas, navidades, paseos familiares e incluso cosas cotidianas. La Cineteca de México tiene un programa por el cual reciben este tipo de cintas, las archivan en buenas condiciones y las digitalizan para quien se las facilitó. Pardo les donó incontables horas de materiales a cambio de ese servicio y, del mismo modo, consiguió versiones restauradas y digitalizadas de las cintas de Novaro. 

“Me llama la atención el cine familiar y en cierto modo me da un poco de pena que termine en la basura”, explica sobre su vieja afición de comprar películas caseras. “Por eso, cuando llego a un acuerdo económico con el vendedor, lo compro. Hoy en día incluso me han contactado empresas de bancos de imágenes que buscan material de ciertos temas históricos que aparecen como fondo en las películas caseras que he ido comprando. Pero creo que uno de los motivos que tengo es que, como buen uruguayo, me tira la nostalgia”, contó.

Los 80 rollos sumaban unas siete horas en total y registraban todo tipo de eventos de la familia de Luis Novaro, el fundador. De esos materiales, un poco menos de la mitad podía ser verdaderamente útil para un documental sobre la editorial. Pero, por otra parte, se encontró con algunas curiosidades que le resonaron más por cuestiones personales. Una de ellas estaba en la filmación de un viaje de Novaro y su esposa, en los años de 1950, en los que paseaban por un lugar que le sonaba familiar: era el Rosedal del Prado.

El proceso de investigación empezó lentamente en 2010, cuando todavía estaba terminando Buscando a Larisa. Se postuló a un fondo que apoya la escritura e investigación de guiones para documental y lo ganó. Ese fue su único recurso material para el trabajo de los siguientes años, que lo implicó principalmente a él y al fotógrafo uruguayo Santiago Cassarino, también afincado en México. Este mes, al menos, consiguió vender la película a la galería de arte del Chicago College, que quiso incorporarla en su colección permanente porque había montado una exposición sobre la historieta en México.

Novaro fue fundada por Luis Novaro Novaro, quien luego se asoció con su hermano Octavio Novaro Fiora en 1951. Luis era empresario de prensa y Octavio periodista y ambos habían abandonado el periódico La Prensa cuando inauguraron la editorial. Diez años más tarde, Octavio vendió sus acciones tras ser designado como embajador en Suiza. Y, a mediados la década de 1960, Luis vendió sus acciones a las otras empresas que estaban asociadas. Se supone, entre quienes han investigado, que el proceso fue duro y que marcó a la familia de tal forma que ninguno de los herederos quiso nunca hablar en público sobre esto.

Luis Novaro, curiosamente, tenía mucha conciencia de la capacidad de influir de sus publicaciones. Ponía especial cuidado en las traducciones, en los modismos que se usaban, en la corrección de los textos y también en la tipografía que usaban, para asegurar su legibilidad y claridad. La familia se había dedicado a la filantropía y a la cultura dentro y fuera de fronteras, tanto que en Chile una escuela fue bautizada Rosita Novaro en honor a la madre del fundador.

“A los Novaro les interesaban otros temas que no eran las historietas. Se interesaban más por imprimir literatura, por ejemplo, porque eran gente muy culta y vinculada al ambiente de las artes. Lo que sucedía es que el negocio de las historietas les funcionaba y les comió la empresa, porque les daba mucha más plata que el resto de sus rubros. Tan grande era la producción de historietas que tenían una planta impresora en Panamá para complementar la que tenían en México y así cubrir toda América”.

Pero no son esos los únicos motivos por los que en España una de esas pequeñas revistas de Superman puede costar hasta € 15 y en Uruguay alguna en buen estado hasta $ 500. Lo que produjo la editorial marcó a los niños hispanoparlantes (incluso en Estados Unidos) hasta principios de los años de 1980 no solo porque editaban historietas de Batman, Capitán Marvel, Superman y otros, sino también porque fueron las que les enseñaron a apasionarse por la lectura recreativa a cambio de un precio bajo o de un canje en un kiosco de barrio. 

“Yo creo que se recuerda tanto a estas historietas porque se trata del entretenimiento que había cuando éramos niños. No había ni videojuegos ni televisión bajo demanda. Era una época en que una película exitosa como E.T. estaba dos meses en cartel y no había tantas opciones más. Entonces lo que teníamos para disfrutar aventuras variadas estaba en las revistas. Lo que he visto en los coleccionistas es que a todos les pasa más o menos lo mismo, que rememoran los buenos momentos que pasaban con esas revistas. Y se sorprenden por cómo se divertían con cosas tan banales. Y además estaban muy bien hechas, bien impresas, bien traducidas”, explicó.

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