La carta manuscrita de Ramón Artagaveytia en exhibición

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Historia epistolar: el uruguayo que viajó en el Titanic y la carta que su familia guardó por generaciones

Ramón Artagaveytia fue uno de los tres uruguayos que viajaron en el legendario transatlántico y la carta que escribió en el barco fue subastada a un coleccionista
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01 de julio de 2023 a las 05:00

Cerró los ojos y subió al barco. Boleto y maleta en mano, Ramón Artagaveytia abordó el RMS Titanic el 10 de abril de 1912. Había pagado 49 libras, 10 chelines y 1 penique por un pasaje en primera clase que llevaba impreso el número 17609. Fue uno de los tres uruguayos que participaron de esa porción de la historia, junto a Francisco y José Pedro Carrau.

El transatlántico había comenzado su viaje inaugural con destino a Nueva York apenas unas horas antes desde el puerto inglés de Southampton, recalando más tarde en la ciudad francesa de Cherburgo donde embarcó Artagaveytia, que después de un viaje por Europa haría una visita a los Estados Unidos antes de regresar a Sudamérica.

Ramón Artagaveytia

Al día siguiente le escribió una carta a su hermano Adolfo. Dos folios con tres carillas manuscritas en un papel con membrete y marca al agua de la compañía británica White Star Line: “Está fresco como el Río de la Plata y, al mirar para arriba, me hace el efecto de estar al pie de una casa de cinco pisos”.

En las líneas, Artagaveytia le contaba a su hermano cómo había sido su primer día en el Titanic: “Uno de los transportistas tomó mi maleta y la llevó al tercer piso. Fuimos al comedor. Salón C. Mi camarote es muy cómodo. Se calienta con electricidad. Está encendido durante la noche porque hace mucho frío”.

“Ahora puedo ver Irlanda y he terminado de escribir esta carta”, escribió el uruguayo. La misiva fue despachada en la ciudad irlandesa de Queenstown durante la última parada que hizo el transatlántico.

“Era el apogeo de una época dorada. A la vuelta de la esquina asomaba ya la Primera Guerra Mundial y su laberinto de trincheras, pero en 1912 las noches del Océano Atlántico todavía se encantaban con los brillos y los vapores de las decenas de transatlánticos que unían Europa y América con sus cargamentos de riquezas y esperanzas, transportando millares de almas hacia el recreo europeo o hacia al futuro americano, en buques que competían en vigorosa carrera de opulencia y velocidad”, contextualiza el texto del remate de la carta de Zorrilla Subastas. 

Titanic

Pero lo que habría de ser un viaje histórico, tanto por la magnitud de la embarcación como por el lujo que ostentaba su interior, terminó en las páginas de la historia como una de las tragedias marítimas de mayor trascendencia internacional. Tres días más tarde el Titanic naufragó. El barco que los astilleros Harland & Wolff de Belfast y la compañía naviera White Star Line describieron como "prácticamente insumergible” chocó contra un iceberg y ahora se encuentra a casi 4 mil metros de profundidad.

Artagaveytia murió esa noche, pero la carta continuó su trayecto hacia Uruguay. Las palabras de su hermano fueron recibidas por Adolfo en Montevideo y fueron atesoradas durante generaciones como sus últimas palabras hasta este viernes, cuando la imposibilidad de mantener el documento en condiciones óptimas para su preservación llevó a sus descendientes a subastarla.

La carta, junto a un pasaporte nacional de navegación mercantil expedido por Manuel Oribe y un juego de cubiertos de plata de su pertenencia, fue subastada este viernes por Sebastián Zorrilla de San Martín en la primera jornada del remate Platería Criolla, Militaria y Documentos Históricos.

La carta se remató por US$12.000

“Mi hermano y yo somos los únicos dos uruguayos que somos parientes de los tres viajeros de Titanic. Por le lado de mi madre los dos Carrau y por el lado de mi madre Artagaveytia", dijo Luis Felipe Gutiérrez Carrau a El Observador minutos antes de que bajara el martillo. La historia de los pasajeros siempre estuvo presente en la historia familiar de generación a generación lo que llevó a la investigación.

Después de la muerte de Adolfo la carta pasó a manos de su prima, Laura Artagaveytia, y la bisabuela de Luis. "Son cuatro generaciones. Quedó la carta conmigo y tomé la decisión de subastarla porque ha pasado muchísimo tiempo y ya se estaba empezando a echar a perder", explicó.

La historia quiso que los destinos de los Artagaveytia y los Carrau se uniera en las generaciones siguientes. Si bien los tres uruguayos no se conocían cuando embarcaron en el Titanic en 1912, un descendiente de Artagaveytia –de apellido Gutiérrez– se casó décadas después un descendiente de los hermanos Carrau. Una unión tan insólita como poética, de la que nacen dos hombres que terminan siendo parientes de los únicos tres uruguayos que viajaban en el histórico Titanic.

"Nos jugamos ahora en un rato, a ver qué pasa", dice con expectativa Luis Felipe. El martillo finalmente bajó en US$ 12.000, el precio establecido como base, con una única oferta que llegó de forma telefónica. Según supo El Observador, la carta fue adquirida por un coleccionista ecuatoriano que se enteró de la subasta por medio de la cadena de noticias CNN y se interesó por la compra del lote que incluía el manuscrito y una fotografía de Ramón Artagaveytia Gómez, impresa en carta postal francesa con inscripción manuscrita situada en Évian, fechada el 31 de agosto de 1909: “Una misiva y un recuerdo cariñoso a mi hermano Adolfo. Ramón”.

Dos naufragios y una vida signada por la navegación

Ramón Fermín Artagaveytia nació el 14 de julio de 1840. Hijo de María Josefa Gómez Calvo y de Ramón Artagaveytia Urioste, un inmigrante vasco y empresario marítimo que navegaba en rutas comerciales hacia las Islas Malvinas con el aval del presidente Manuel Oribe en el “bergantín nombrado Eduardo”.

Las derivas de la navegación estaban en su linaje familiar. Según cuenta la leyenda, su abuelo le entregó a su padre un remo y unas palabras: “Sabiendo cómo usarlo, nunca tendrás hambre. Tus antepasados siempre han sobrevivido gracias al mar. Este es tu destino. ¡Síguelo!”

Sin embargo, las aguas no fueron complaciente con Ramón Artagaveytia. La tragedia del Titanic no fue la primera para él. El 23 de diciembre de 1871 el vapor América salió desde el puerto de Buenos Aires con más de 200 pasajeros que viajaban a Montevideo para celebrar la Nochebuena y Navidad. El panorama era despejado, el río manso y la noche cálida.

Pero pasada la medianoche explotó una caldera. 141 pasajeros murieron incinerados o ahogados en las aguas del Río de la Plata. Ramón Artagaveytia, de por entonces 30 años, sobrevivió al incendio y posterior hundimiento saltando por la borda y nadando hacia la costa uruguaya hasta salvar su vida.

Las huellas emocionales fueron indelebles. Según consta en la Encyclopedia Titanica, un archivo de documentos y testimonios del famoso naufragio, dos meses antes de zarpar en el Titanic le escribió una carta a su primo Enrique: “Por fin podré viajar y, sobre todo, podré dormir tranquilo. ¡Fue terrible el hundimiento del América! Me siguen atormentando las pesadillas. Incluso en los viajes más tranquilos, me despierto en medio de la noche con terribles pesadillas y siempre escuchando la misma fatídica palabra: ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego! Incluso he llegado al punto en que me encuentro parado en la cubierta con mi cinturón salvavidas puesto”. 

Uno de los avances tecnológicos que Ramón Artagaveytia celebraba era la incorporación de un nuevo sistema de comunicación a bordo: el telégrafo inalámbrico. Es que el Titanic estaba equipado con radios Marconi de última generación que podían alcanzar hasta 2,000 millas por la noche en buenas condiciones.

Titanic

“No te imaginas, Enrique, la seguridad que da el telégrafo. Cuando el América se hundió, justo frente a Montevideo, nadie contestó a las luces pidiendo ayuda. Los que nos vieron desde la nave Villa del Salto, no respondieron a nuestras señales luminosas. Ahora, con un teléfono a bordo, eso no volverá a suceder. Podemos comunicarnos instantáneamente con todo el mundo”.

Irónicamente, el barco mercantil SS Californian que se encontraba a solo 20 millas del impacto habría podido llegar al rescate de los pasajeros antes del hundimiento pero, según un informe de National Geographic, "el oficial de comunicaciones había desconectado el telégrafo debido al trato desagradable que había recibido por parte del telegrafista del Titanic poco antes del choque". En cambio, se ocupó de recuperar más de 300 cuerpos del agua.

“Mujeres y niños primero”

Esa noche, Artagaveytia fue visto en la cubierta junto a Francisco Carrau y su sobrino José Pedro Carrau escuchando los últimos acordes de la orquesta que musicalizaba el final. Los tres uruguayos se habían conocido en el transatlántico sin saber que aquel sería el último viaje de sus vidas.

La máxima de la época era clara: “Mujeres y niños primero”. Y Artagaveytia era un caballero. Según cuenta la familia, el uruguayo cedió el lugar que su pasaje de primera clase le aseguraba en una de las escasas balsas salvavidas a una joven de menos de 20 años.

La carta manuscrita de Ramón Artagaveytia en exhibición

Vestido con un traje azul y abrigo a tono, chaleco de gala blanco con las iniciales R.A y botas negras, a los setenta y dos años, Ramón Artagaveytia murió en las aguas del Océano Atlántico. Su hermano luego agregaría una nota manuscrita en las páginas que recibió en Montevideo: "Última carta que escribió mi querido hermano Ramón. A los 3 días de ésta, naufragó el Titanic, pereciendo ahogado". Los años y la investigación de las generaciones que le siguieron concluirían que, en realidad, habría muerto a causa de la hipotermia junto a otras 1.500 personas.

Según un informe publicado por la agencia EFE, cuando identificaron su cuerpo se halló entre sus ropas un reloj de bolsillo con sus agujas fijas en una hora diferente a la del naufragio. Según dijo Josu Hormaetxea, autor de Pasajeros del Titanic. El ultimo viaje de Ramón Artagaveytia, "su reloj estaba parado a las 5 de la mañana; eso significa que estuvo a punto de volver a engañar a la muerte, ya que los equipos de rescate a esa hora ya habían llegado".

Después de ser recuperado entre los restos del naufragio, e identificado por sus pertenencias, su cuerpo fue enviado a Nueva York y repatriado por el cónsul uruguayo Alfred Metz Green. El 18 de junio de 1912 fue enterrado en el panteón familiar del Cementerio Central. "Descansa en la paz de su sueño de bon vivant. Ha quedado, para la historia, este último testimonio suyo", concluye la descripción de la subasta.

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