En una era de desorden, el comercio abierto está en riesgo

Es necesario actuar para fortalecer los bienes comunes globales, y los países menos poderosos deben tomar la iniciativa

Tiempo de lectura: -'

30 de junio de 2022 a las 10:13

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Martin Wolf

Ahora hemos entrado en una tercera época en la historia del orden económico mundial de la posguerra. La primera fue desde fines de la década de 1940 hasta la década de 1970 y se caracterizó por la liberalización, principalmente entre los países de altos ingresos estrechamente aliados con EEUU en el contexto de la Guerra Fría. A partir de la década de 1980, y especialmente después de la caída de la Unión Soviética, formas más radicales de liberalismo económico, conocidas como “neoliberalismo”, se extendieron por todo el mundo. La creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995 y la adhesión de China en 2001 fueron puntos culminantes de esta segunda era.

Ahora estamos entrando en una nueva era de desorden mundial, marcada por errores domésticos y fricciones globales. En el plano nacional, se ha fracasado, particularmente en EEUU, en cuanto a la adopción de políticas que amortigüen los ajustes al cambio económico y que brinden seguridad y oportunidades a los negativamente afectados. Las estratagemas retóricas del nacionalismo y de la xenofobia más bien han centrado la ira en los competidores “desleales”, especialmente en China. En EEUU, la idea de una competencia estratégica con China también se ha vuelto cada vez más bipartidista, mientras que la propia China se ha vuelto más represiva y aislacionista. Con la guerra en Ucrania, estas divisiones se han profundizado.

¿Cómo pudiera sostenerse un orden comercial liberal en un mundo así? "Con mucha dificultad" es la respuesta. Sin embargo, hay tanto en juego para tantos que todos los que tienen influencia deben intentarlo.

Afortunadamente, un gran número de países menos poderosos entienden lo que está en juego. Ellos debieran estar dispuestos a tomar la iniciativa, en la medida de lo posible, independientemente de lo que decidan hacer las superpotencias que se pelean entre sí. En este contexto, incluso los éxitos limitados de la reunión ministerial de la OMC en Ginebra son significativos; al menos han mantenido la máquina funcionando.

Sin embargo, es más importante aclarar y luego abordar los retos más fundamentales para el sistema de comercio liberal. A continuación se encuentran cinco de ellos.

El primero es la sostenibilidad. La gestión de los bienes comunes globales se ha convertido en el reto colectivo más importante de la humanidad. Las normas comerciales deben ser plenamente compatibles con este objetivo. La OMC es un foro obvio para abordar los subsidios destructivos, particularmente los de la pesca. En términos más generales, la gestión de los bienes globales debe ser compatible con políticas liberales, como la tarificación del carbono. Los ajustes de precios fronterizos, necesarios para evitar el desplazamiento de la producción a lugares sin una tarificación adecuada, son tanto un incentivo como una sanción. Estos deben combinarse con ayuda a gran escala a los países en desarrollo para la transición climática.

El segundo reto es la seguridad. Aquí hay que distinguir lo económico de lo más estratégico, y los asuntos que las empresas pueden manejar de los que deben preocupar a los gobiernos. Las cadenas de suministro, por ejemplo, han mostrado una falta de solidez y de resiliencia. Las empresas necesitan lograr una mayor diversificación. Pero esto también es costoso. Los gobiernos pueden ayudar monitoreando las cadenas de suministro a nivel de la industria. Pero ellos no pueden hacer el trabajo de administrar sistemas tan complejos.

Los gobiernos tienen un legítimo interés en saber si sus economías dependen excesivamente de importaciones provenientes de potenciales enemigos, como lo es Europa del gas de Rusia. De manera similar, deben preocuparse por el desarrollo tecnológico, especialmente en áreas relevantes para la seguridad nacional. Una forma de hacerlo es elaborar una lista negativa de productos y actividades que se consideren de interés para la seguridad, eximiéndolos de las normas estándar de comercio o de inversión, pero manteniendo estas últimas para el resto.

El tercer reto son los bloques. Janet Yellen, la secretaria del Tesoro de EEUU, ha recomendado el "friendshoring" – establecer cadenas de suministro con países que se consideran ‘amigos’ – como respuesta parcial a las preocupaciones de seguridad. Otros recomiendan bloques regionales. Ninguna de las dos sugerencias tiene sentido. La primera supone que los "amigos" son para siempre y excluiría a la mayoría de los países en desarrollo, incluyendo los estratégicamente vitales: ¿Es Vietnam amigo, enemigo o ninguno de los dos? También crearía incertidumbre e impondría altos costos. Del mismo modo, la regionalización del comercio mundial sería costosa. Sobre todo, dejaría a Norteamérica y a Europa fuera de Asia, la región más poblada y más económicamente dinámica del mundo, dejándosela en manos de China. Esta idea es un disparate económico y estratégico.

El cuarto son los estándares. Los debates sobre los estándares se han convertido en un elemento central de las negociaciones comerciales, con demasiada frecuencia mediante la imposición de los intereses de los países de altos ingresos sobre los de otros países. Un controvertido ejemplo es la propiedad intelectual, donde los intereses de un limitado número de empresas occidentales son determinantes. Otro ejemplo son los estándares laborales. Sin embargo, también hay áreas donde los estándares son esenciales. En particular, conforme se desarrolle la economía digital, se necesitarán estándares de datos compartidos. En su ausencia, el comercio global se verá sustancialmente obstaculizado
por requisitos incompatibles. Por cierto, ésta fue la razón por la que el mercado único de la Unión Europea (UE) requirió la sustancial armonización regulatoria que los partidarios del Brexit detestaban.

Por último, la política interior. Será imposible mantener un sistema de comercio abierto sin mejores instituciones y políticas nacionales destinadas a educar al público en materia de los costos de la protección y a ayudar a todos los afectados negativamente por los grandes cambios económicos. En su ausencia, un nacionalismo mal informado está destinado a romper los lazos del comercio, los cuales han traído tantos beneficios al mundo.

Esta nueva época del mundo está creando enormes retos. Es posible – quizás incluso probable – que el sistema mundial se derrumbe. En un mundo así, miles de millones de personas perderán la esperanza de un futuro mejor y los retos globales compartidos seguirán sin resolverse. El comercio mundial es sólo un elemento de este panorama. Pero es un elemento importante. La idea de un comercio liberal sujeto a normas multilaterales era noble. No se debe permitir que perezca. Si EEUU no puede ayudar, otros deberían hacerlo.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.