ERNESTO BENAVIDES / AFP

Encrucijada en Perú III

En un país centralizado, con disparidades sociales y culturales entre el interior y la capital, Keiko Fujimori no entendió que esta elección a empezar a revertir males estructurales

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28 de mayo de 2021 a las 05:03

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A diez días de la segunda vuelta en las elecciones peruanas, el candidato de extrema izquierda Pedro Castillo sigue encabezando cómodamente los sondeos, y salvo un imponderable, todo indica que será el próximo en ocupar el sillón de Pizarro.

A cualquiera que se haya asomado mínimamente a la campaña presidencial peruana, esto le parecerá extraño. Difícilmente se pueda encontrar en la historia democrática del Perú un candidato más improvisado y menos preparado que Castillo. Ha ido y ha venido en una infinidad de temas, ha dicho y se ha desdicho tantas veces que ya nadie sabe lo que realmente piensa, a qué Castillo creerle, o cuál es el verdadero plan de gobierno de este “tantas veces Pedro”, como lo motejó el siempre ocurrente y bombástico Jaime Bayly aludiendo a la famosa novela de Bryce Echenique.

Por si esto fuera poco, algunos personajes de su entorno, cuyo compromiso con la democracia y las instituciones es, por decirlo suave, dudoso, han cometido errores hasta más graves que los del propio Castillo. Y ya no es solo el líder de su partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, quien está en archivos diciendo a viva voz que “al poder se llega para quedarse” y poniendo de ejemplo al régimen de Nicolás Maduro. También del congresista electo por su agrupación Guillermo Bermejo, se filtró hace poco un audio donde califica a la democracia, sin rodeos, de “pelotudez”; y dice que si ellos llegan al poder, “no será para dejarlo”.

Cuesta trabajo creer que con todos estos errores y los múltiples flancos expuestos que ha exhibido su campaña, la candidatura de Castillo no solo no se haya desplomado en las encuestas, sino que además mantenga su ventaja.

Hay una razón para ello; pero no es la que creen en Lima. En la burbuja de la capital peruana, se dice que la razón es simplemente su rival: la candidata Keiko Fujimori y sus altísimos negativos. Piensan que la ventaja sólida, y aparentemente infranqueable, de Castillo se debe a esa polarización, concretamente al antifujimorismo, como hace un rato le escuché decir al exministro peruano, hoy analista político, Carlos Basombrío en Radio Programas del Perú.

Y en efecto, el antifujimorismo es un sentimiento muy fuerte; en algunos casos, hasta irracional. 

Tan es así que los últimos días, tras la masacre terrorista de 16 personas en una zona inexpugnable entre la montaña y la selva conocida como el VRAEM, donde se asienta una escisión del viejo Sendero Luminoso, algunos en las redes peruanas dijeron que todo había sido “un psicosocial” del fujimorismo. 

En la vulgata popular peruana, un “psicosocial” es el abreviado de “operativo psicosocial”, término acuñado en épocas del maquiavélico Vladimiro Montesinos al frente del SIN, y que no es otra cosa que una operación psicológica con fines políticos, lo que en inglés se conoce como “psyop”. 

Ahora, para describir a la barbarie del domingo en el VRAEM como un psicosocial hay que estar bastante mal, padecer de una ceguera de esas que solo puede producir el fanatismo. Y el antifujimorismo es una forma de fanatismo, más allá de si lo merece o no la señora Fujimori, los crímenes de su padre y, sobre todo, su reciente responsabilidad como líder de una bancada parlamentaria que ha tenido un comportamiento por demás arbitrario.  

Pero se trata de un fenómeno casi exclusivamente limeño. En el resto del país no hay tal polarización, ni existen esos niveles de odio. Y es allí donde Castillo arrasa. Se nota que estos comentaristas ni siquiera se han tomado el trabajo de ver los mítines de Castillo por toda la Sierra y otras partes del interior peruano, que se transmiten en vivo por YouTube.

No hay allí grandes arengas antifujimoristas, ni destempladas consignas de “¡Fujimori nunca más!”, sino gente postergada por el sistema, endeudada hasta el cuello y abandonada a su suerte que se hartó de esperar del modelo económico “la derrama” eternamente prometida.

Y Keiko Fujimori se pasó las primeras semanas de su campaña de segunda vuelta con el caballito de batalla de “preservar el modelo”. 

Otra vez: ese discurso funcionaba para Lima; no para el resto del país donde sienten que el modelo se agotó, que no pueden seguir viviendo en la precariedad que viven y que la pandemia ha agudizado de un modo asolador. 

En un país sumamente centralizado, con enormes disparidades sociales y culturales entre el interior y la capital, Keiko Fujimori no entendió que esta elección iba precisamente de empezar a revertir esos males estructurales. Aunque no está claro, y parece más bien improbable, que cualquier cosa que hubiera hecho diferente, incluso todo, podría haber cambiado las tornas. 

Como sea, la clave no estaba en Lima. Allí la candidata de derecha arrasa con el 59% de las preferencias. Por eso si los antifujimoristas, que son casi todos limeños, creen que Keiko va perdiendo, o que perderá, gracias a ellos, se equivocan. 

Es en el resto del país donde Castillo domina de punta a punta: con 63% en el sur, 61% en el centro, 53% en el oriente y 45% en el norte, según el último simulacro electoral de la encuestadora más confiable.

Casi no habría más nada que decir. Con esos números, a menos que la demencial matanza del domingo haya tenido un impacto que yo al menos no alcanzo a percibir, la suerte parecería estar echada. 

Mientras en Lima antifujimoristas y aquellos que votarán por la señora Fujimori se siguen peleando en el Twitter, la elección ya se ha decidido en otra parte.

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