WAKIL KOHSAR / AFP

Era domingo de madrugada en Kabul

Un análisis de la situación de Afganistán. Por Ricardo Peirano, director de El Observador

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22 de agosto de 2021 a las 05:00

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Y sábado por la noche en Washington donde el presidente Joe Biden vacacionaba en Camp David cuando las fuerzas talibanas ingresaron en la capital afgana sin disparar un solo tiro ni encontrar la mínima resistencia por parte de las fuerzas oficiales. Completaba así la retoma del poder en todo el país. El presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, salió también temprano de la capital pero con destino a los Emiratos Arabes Unidos. El miércoles 18 publicó un video en Facebook, donde defendió su rápida salida del país el pasado domingo diciendo que tomó esa decisión para "evitar un derramamiento de sangre" en Kabul.

"Si me quedo, hubiera sido testigo de un derramamiento de sangre en Kabul. Mi misión era que, por ansias de poder, Kabul no iba a convertirse en otro Yemen o Siria", aseguró en su primer intervención pública desde que huyó de Afganistán.

El ya ex presidente se lamentó de que todo "ocurrió muy rápido", con la toma repentina de Kabul por los insurgentes, y que eso hizo imposible "trabajar con los talibanes para alcanzar un Gobierno integral, negociar para allanar el camino para un transición" de poder.

La misma sorpresa afectó a Joe Biden y a sus asesores, que esperaban una mayor resistencia de las fuerzas oficiales, equipadas y entrenadas durante estos 20 años por el ejército norteamericano. La rápida caída de Kabul no estaba en los planes americanos, cuyo escenario era que habría semanas y quizás meses antes de que la capital cayera en manos talibanas.

Esa rapidez hizo que la evacuación de funcionarios occidentales y afganos que trabajaron para ellos se hiciera sumamente difícil y que se vivieran en el aeropuerto de Kabul escenas dantescas de gente intentando subirse como fuera a los aviones americanos, incluso aferrados a las alas. Una salida que aún no ha terminado y que tiene a más de 11.000 personas en lista de espera, si es que puede llamarse así a la desesperación de encontrar lugar en algún avión de la OTAN. Militares británicos y franceses llegaron incluso a romper la línea talibana que controla la ruta al aeropuerto para volver a la capital en busca de refugiados en sus embajadas. Biden tuvo que ordenar un despliegue adicional de tropas y asegurar que se quedarían allí más allá del 31 de agosto, mientras hubiera americanos en el país tratando de escapar.

Los que seguramente no tendrán tanta suerte son los millones de afganos que deberán volver a la edad de piedra que impone la ley talibana. Y en especial las mujeres, que son objeto de enormes restricciones, incluso la de ir a la escuela.

Y el resurgir talibán se hará sentir en la región. No olvidemos que la guerra, con acierto o con error, comenzó después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, con apoyo de todo el arco político americano y de otros países de la OTAN y que procuraba evitar que el grupo Al Qaeda tuviera allí sus bases de entrenamiento y aprovisionamiento para llevar a cabo sus atentados urbi et orbi.

Ahora los talibanes podrán potenciar la exportación de su principal producto -la heroína- que les provee de divisas para armarse y sobrevivir. También habrá exportación de apoyo a grupos terroristas de la región y Pakistán, que mantuvo una actitud ambigua y vacilante con las tropas de la OTAN, sufrirá en carne propia esa actitud de querer estar bien con tirios y troyanos.

Biden, por su parte, pagará el costo de haber salido de Afganistán, algo que incluso su acérrimo adversario Donald Trump también deseaba y con razón. Pero la salida, inevitable, fue muy mal planificada y peor ejecutada. Ni siquiera logró proteger a su propio personal diplomático, que tuvo que quemar papeles a las apuradas, antes de salir corriendo al aeropuerto.

Al menos, después de este bochorno, los países occidentales deberían ser generosos en recibir refugiados afganos, que huyen de la miseria y la muerte. No parece, lamentablemente, ser esta la actitud de algunos países europeos que se lavan las manos olímpicamente. Como si nada de lo que ocurre allí les concerniera.  

En todo caso, será importante extraer lecciones de este episodio. Estados Unidos no perdió una guerra pero fracasó en su intento de construir un país democrático sobre bases culturales poco afines. Sigue vigente la máxima de que es más fácil entrar en un país que salir de él. Y es preciso reconocer que la democracia occidental no es plato que guste a todos los paladares. La democracia, las libertades individuales y el estado de derecho se han construido a lo largo de los siglos y no en un santiamén. Hay que construirlas desde dentro y no imponerlas desde fuera.

Por último, será importante ver cómo se puede combatir a fuerzas del terrorismo global como Al Qaeda y el ISIS. Sus métodos y su raíz islámica complican enormemente esa batalla. Pero es importante darla en apoyo de los valores de la civilización occidental y de acuerdo a esos valores. Porque si se los traiciona, no habrá otra alternativa que apuntalarlos sentados sobre bayonetas, y esto no dura mucho tiempo.

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