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Esperanzas y temores de la recuperación mundial de Covid-19

Conforme las economías salen de la pandemia, la labor de los bancos centrales es relativamente sencilla: proporcionar una ayuda menos generosa y mejor orientada

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14 de octubre de 2021 a las 14:47

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Martin Wolf

La recuperación del choque provocado por Covid-19 fue más rápida y más sólida de lo que nadie anticipaba hace un año y medio. Esto se lo debemos a un gran logro científico y organizativo: el desarrollo y la producción en masa de eficaces vacunas. Una proporción deprimentemente grande de la humanidad desconfía de este milagro moderno. Sin embargo, este éxito y la recuperación que ha traído consigo no son alegrías incondicionales: traen nuevas ansiedades y retos. Ésa es la mejor manera de interpretar las más recientes versiones de Perspectivas de la economía mundial (WEO, por sus siglas en inglés) y del Informe sobre la estabilidad financiera mundial (GFSR, por sus siglas en inglés) del Fondo Monetario Internacional (FMI).

La mayor preocupación debe ser la pandemia en sí. A finales de septiembre de 2021, el 58 por ciento de la población de los países de altos ingresos estaba totalmente vacunada, en comparación con el 36 por ciento en las economías emergentes y un escaso 4 por ciento en los países de bajos ingresos. Más de la mitad de los países del mundo no están en camino de vacunar al 40 por ciento de su población este año. El informe supone que el programa de vacunación mundial tendrá suficiente éxito como para controlar el Covid-19 para fines del próximo año. Pero el lento despliegue aumenta el riesgo de que nuevas variantes refuten esta esperanza.

La recuperación económica también conlleva una serie de importantes preocupaciones. En general, es sólida, con una previsión de crecimiento económico mundial del 5.9 por ciento este año y del 4.9 por ciento el próximo. Ambas cifras son casi exactamente lo que se anticipaba en julio. Aun así, el Fondo ha pronosticado significativas cicatrices económicas, con la notable excepción de EEUU, cuya producción en 2024, según sus previsiones, será 2.8 puntos porcentuales superior a la de enero de 2020.

Las mayores cicatrices se producirán en las economías emergentes de Asia (excluyendo a China), cuya producción ahora se prevé que será 9.4 puntos porcentuales menos en 2024 que la prevista en enero de 2020. La reducción se sitúa en 5 puntos porcentuales para Latinoamérica; para el mundo, en 2.3 puntos porcentuales; y para China, en 2.1 puntos porcentuales menos. Sin embargo, para las economías de altos ingresos (salvo EEUU) se pronostica una reducción de apenas 0.3 puntos porcentuales.

En general, el covid ha afectado más a los países más débiles y a las personas más vulnerables. Esto se debe, en parte, a que estuvieron expuestos más directamente a los contratiempos y, en parte, a que no tuvieron la capacidad de amortiguarlos, ni médica ni financieramente. Así, en las economías de altos ingresos, y en las emergentes y en desarrollo, las mayores pérdidas de empleo se produjeron entre los jóvenes y los poco cualificados. Los niños han sufrido disrupciones en su escolarización en todas partes, pero, de nuevo, especialmente los hijos de los pobres.

A pesar de la recuperación, el empleo sigue estando por debajo de los niveles prepandémicos. Pero las oportunidades de empleo son altas y las presiones inflacionistas fuertes. Esto es cierto para la inflación general y, en menor medida, para la inflación subyacente. Esto se debe, en gran parte, al aumento de los precios de las materias primas, especialmente el del petróleo y del gas. Ha aparecido una escasez de chips semiconductores y de barcos en los lugares adecuados. Dada la magnitud del decrecimiento en actividad en 2020, estas disrupciones no parecen sorprendentes en una recuperación tan sólida.

La preocupación, sin embargo, es que este repunte de los precios reducirá los ingresos reales y, al mismo tiempo, se verá integrado en las expectativas, generando así una espiral de precios y salarios, y un período de estanflación. Ésta es la pesadilla de los bancos centrales. El FMI es optimista en cuanto a que la inflación será un breve paréntesis. El Fondo ha destacado, en particular, que los mercados laborales siguen siendo flojos; que los salarios son estructuralmente insensibles a la presión del mercado laboral; y que las expectativas de inflación están bien ancladas en los grandes países de altos ingresos, aunque no tanto en los países emergentes y en desarrollo.

Sin embargo, tal como lo ha señalado el Fondo, el futuro es aún más impredecible que de costumbre, con la mayoría de los riesgos a la baja: aparición de variantes más transmisibles de la enfermedad; persistentes desajustes entre la oferta y la demanda y presiones sobre los precios y, por lo tanto, una normalización más rápida de la política monetaria; agitación en un sector financiero excesivamente extendido, con activos excepcionalmente caros en casi todas partes, tal como se ha indicado en el Informe sobre la estabilidad financiera mundial; y un endurecimiento fiscal aún más rápido de lo previsto. Más allá de esto, se encuentran las mayores preocupaciones de nuestra era: inestabilidad política interna; choques climáticos; devastadores ciberataques; crecientes tensiones comerciales y tecnológicas; y, en el peor de los casos, la ruptura de las relaciones entre China y EEUU e incluso hostilidades entre ellos. Frente a estos jinetes del apocalipsis, el FMI sólo puede congregar a dos salvadores: una producción y distribución más rápida de vacunas, y un repunte sostenido de la productividad.

Entonces, ¿qué se debe hacer? Lo más importante se ha convertido ahora en lo más difícil: cooperar activa y eficazmente. Si una crisis tan global como una pandemia y un reto tan global como el clima no pueden sacarnos del insensato ensimismamiento actual, nada lo hará. Las señales del progreso necesario serían un esfuerzo acelerado de vacunación mundial; la determinación de proteger a los más vulnerables del impacto a más largo plazo del covid; y un acuerdo ambicioso y creíble en la COP26 de Glasgow.

Según estos criterios, las responsabilidades domésticas de los bancos centrales y de los ministros de finanzas que están participando en las reuniones anuales del FMI y del Banco Mundial esta semana son relativamente sencillas. Conforme las economías salen de la pandemia, la ayuda puede ser menos generosa y estar mejor orientada.

Esto significa que la ayuda debe provenir de las autoridades fiscales. Los países de altos ingresos no afrontan ninguna crisis fiscal. La austeridad prematura que siguió a la crisis financiera mundial no debe repetirse. El apoyo fiscal debe ser generoso, donde sea necesario, y el endurecimiento debe ser medido. Mientras tanto, varios bancos centrales deben empezar a retirar la actual política monetaria ultraflexible. Este reequilibrio de las políticas fiscal y monetaria ayudaría tanto a los ciudadanos como a la economía, al tiempo que acabaría con la dependencia de las finanzas del opio del dinero gratis. En EEUU y en el Reino Unido, el momento de hacerlo ya ha llegado.

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