Mikhail METZEL / SPUTNIK / AFP

¿Está Putin a punto de invadir Ucrania?

En este conflicto ha habido malinterpretaciones y errores de lado y lado. Solo nos queda esperar que corrijan y no haya otra guerra a gran escala que lamentar

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21 de enero de 2022 a las 05:01

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Escribo esto mientras el mundo se encuentra en uno de esos momentos de suspenso global que históricamente solo los medios occidentales han sido capaces de crear: cuando supuestamente nos encontramos a las puertas de un gran conflicto que se describe como inminente y cuyo inicio, se anuncia, sería solo cuestión de horas.

Durante la mayor parte de los últimos 30 días, hemos leído y escuchado que la Rusia de Vladimir Putin se apresta a invadir Ucrania. Ríos de tinta han corrido en la prensa sobre el asunto, al tiempo que el gobierno ruso desplegaba tropas y armamento a lo largo de la frontera. Pero ahora lo dice el presidente de los Estados Unidos y todo toma un cariz más perentorio.

El miércoles por la tarde, Joe Biden hacía parar las rotativas al afirmar en conferencia de prensa que él esperaba que Putin ordenase pronto una invasión y que el ruso “pagaría caro” por ello.

Cuánto de cierto puede haber en esa especulación, la verdad es que no podemos saberlo; y Putin ha preferido pronunciarse poco sobre el particular, seguramente para mantener sus opciones abiertas. Pero sabemos que las negociaciones entre ambos gobiernos sobre Ucrania quedaron en un punto muerto cuando Washington se negó a acceder al pedido de Moscú de no extender la OTAN a su país vecino. Y quien espera la invasión es nada menos que el mandatario estadounidense.

Es verdad que Biden es famoso por sus metidas de pata, a las que, incluso como presidente, ya nos tiene acostumbrados; pero aun así, que el presidente de Estados Unidos haga una predicción de esa naturaleza, siempre despierta las alarmas. Por eso el mundo sigue expectante y ya han pasado 24 horas.

Todo este estado de cosas en la actualidad es el resultado de una larga malinterpretación. Un error de origen, una malinterpretación geopolítica, histórica, a la salida de la Guerra Fría y el posterior colapso de la Unión Soviética.

En ese momento, hace exactamente 30 años y unos días, la OTAN, que había sido creada para proteger a Europa Occidental de la amenaza de la URSS, ya no tenía en los hechos razón de ser. Ante la ausencia de la potencia militar que la desafiaba y la disolución del Pacto de Varsovia, era de esperar que la Alianza Atlántica, como gran acuerdo para la guerra, fuera poco a poco reduciendo su tamaño hasta desaparecer; o que al menos se mantuviera como una asociación compacta de sus miembros originales.

En lugar de ello, la OTAN ha incorporado desde entonces a 14 nuevos países, muchos de ellos exintegrantes del Pacto de Varsovia, como Bulgaria, Rumania y Polonia; otros, incluso, directamente exrepúblicas soviéticas, como los países bálticos.

Fue demasiado, el brazo militar de Occidente extendiéndose hasta la zona de influencia de Rusia, y más tarde, como ahora, pretendiendo incluso copar su bajo vientre, incorporando a Ucrania y a Georgia. Creo que todo ello supone un gran desconocimiento de la historia, de Europa del Este y del Asia Central, pero sobre todo de la propia Rusia y de la lógica de los imperios.

En Occidente nunca se entendió realmente. Pero que tras la caída de la URSS en los noventa -los años de Boris Yeltsin-, lo hayan considerado un país más del Este europeo al que mangonear, habla a las claras de una ignorancia supina del país, de su pasado y de su cultura. La misma ignorancia que por entonces llevaba a describir a Rusia en medios políticos de Washington y de algunas capitales europeas como “Alto Volta con armas nucleares”.

Precisamente el ascenso de Putin fue la respuesta rusa a todo ese menosprecio. Sin embargo, también ha habido una gruesa malinterpretación de parte del propio líder ruso y de sus seguidores, que en Rusia son la mayoría. Y es esa visión simplista del nacionalismo ruso de que todos los pueblos eslavos y “hermanos no eslavos” han de integrarse bajo la égida de Moscú.

Desde luego Putin no es un nacionalista extremo, al estilo de Vladimir Zhirinovsky y otros supremacistas rusos; pero a menudo cae en el ensalzamiento del mito euroasiático (con una reverencia a Rusia) y el paneslavismo, ideas que han sido fuertemente impulsadas por intelectuales orgánicos, funcionarios y estrategas de su régimen.

En un artículo que publicó en julio pasado en la página del Kremlin, Putin puso de manifiesto que adhiere a los postulados de “las tres Rusias”, por su antepasado común en el Rus de Kiev, el primer Estado ruso fundado en el siglo IX.

De entrada dejemos claro que, en efecto, aquel primer estado ruso ocupaba los territorios de la actual Ucrania, de parte de la actual Rusia y de la llamada Rusia Blanca, o Bielorrusia, y que estos tres pueblos reivindican al Rus de Kiev como origen de su legado cultural. Pero que un presidente ruso lo exprese hoy de ese modo en medio de un conflicto con Ucrania, parece una actitud bastante cerril y que, por lo demás, denota algunos delirios imperiales un tanto desmedidos.

Lo mismo que su predilección por apoyar a movimientos separatistas prorrusos en países vecinos que antes fueron repoblados tanto por el Imperio Ruso como por la Unión Soviética, creando esos focos de población rusovita que hoy quisieran independizarse o anexarse a la Gran Rusia.

Como va dicho, en este conflicto ha habido malinterpretaciones y errores de lado y lado. Solo nos queda esperar que corrijan y que no haya otra guerra a gran escala que lamentar.

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