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12 de marzo 2022 - 5:00hs

Esta semana hubo una nueva marcha por el 8M en el día internacional de la Mujer, ese día que no condensa una celebración sino una serie de reivindicaciones que se realizan desde hace siglos, algunas de las cuales derivaron en resultados positivos y otras muchas que siguen sin resolverse. Es por eso un buen momento para hablar de las paradojas de los feminismos, no de EL feminismo en singular, porque hay tantos como personas decidimos reclamar y luchar -de muy diversas maneras- por la igualdad de derechos. Buena parte de las discusiones que dividen no solo a las mujeres a la hora de hablar de feminismos, tienen que ver con supuestos, malentendidos, ideologías y muchas paradojas. 

Hay demasiadas razones por lo cual debemos estar unidas y unidos a la hora de reclamar derechos igualitarios. Sin embargo, persisten divisiones nimias y confusiones inútiles (muchas generadas a propósito y hasta con agenda), en las que se manejan conceptos o inventos como “feminazis”, “ideología de género” y algunos más que siembran dudas y mitos que ojalá podamos superar. 

Lo paradojal que intentaré abordar en esta columna se lo tomé prestado a la historiadora e investigadora uruguaya Graciela Sapriza, quien en una publicación de 2018 titulada “Giros del futuro. Sorpresas del pasado. Los colectivos de mujeres y la lucha por el espacio público”, aborda con claridad la línea de tiempo de los devenires del feminismo local y propone “observar en particular como los logros (¿o conquistas?) del movimiento se pueden leer también en relación a los costos en conflictos en torno a liderazgos y al desgaste de los entusiasmos iníciales”.

¿Por qué considero que no hay un solo feminismo? Porque hay tantos como personas luchen desde su lugar -trabajo, movimiento social o sindical, hogares- por una, algunas o todas las reivindicaciones que se han planteado en décadas y décadas de luchas, algunas muy públicas y otras tantas privadas e igualmente determinantes.

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En Uruguay las mujeres obtuvieron el derecho al voto en 1932, pero no fue hasta la elección de 1938 (luego de la dictadura de Terra) cuando lograron ejercerlo y así los números de votantes se dispararon casi al doble. Lógico, las mujeres eran y son -al menos- la mitad de la población. Pero la lógica nunca ha formado parte de la equidad de género, ni antes ni ahora, a pesar de los enormes avances que se lograron sobre todo en el siglo XX y en lo que va del XXI.

Cuando por fin se aprobó el sufragio femenino, una lucha pública encabezada por el movimiento de sufragistas y apoyada por socialistas, la revista Mundo Uruguayo informó sobre la conquista con un reportaje en el que varias mujeres daban su testimonio. “Las mujeres votan, ¿qué más pueden pedir?”, escribió el periodista. 

¿Qué más podían y pueden pedir? Las mujeres en Uruguay, durante el siglo XIX y una parte del siguiente, no sólo no podían votar; tampoco podían administrar sus bienes ni estudiar sin permiso de padre/esposo u hombre encargado. Sí podían ser asesinadas por sus maridos si eran adúlteras, sin que ellos fueran a la cárcel por eso.

Las conquistas de principio de siglo, el voto femenino y la elección en 1943 de las primeras cuatro legisladoras uruguayas, hacían prever que todo iba viento en popa. Los logros, indiscutibles, cimentaron lo que Sapriza describe como “el mito de la igualdad entre hombres y mujeres en el Uruguay”.

La realidad es que durante las décadas que siguieron, las mujeres reclamaron pero obtuvieron poca cosa más. El total de legisladoras electas en 1943 se mantuvo estancado por mucho tiempo; hasta el inicio de la dictadura nunca llegaron a ser más del 3%. La participación política mejoró levemente y con subas y bajas en los últimos 40 años, pero Uruguay sigue siendo de los países con menor representación parlamentaria de mujeres.

Cuando ahora alguien exclama “¡Feminista, feminazi!” quiero creer que nunca supo que las pioneras de la equidad de género en Uruguay fueron las maestras que gestaron la reforma escolar junto a José Pedro Varela. Maria Abella fue una de ellas, al igual que Paulina Luisi. Ellas también tuvieron sus paradojas y enfrentamientos.

También desde el socialismo hubo mujeres que lucharon por estos reclamos desde fines del siglo XIX. Ya entonces había diferencias; para las sufragistas el derecho al voto era la lucha básica, mientras que para las socialistas el norte estaba en igual salario para igual trabajo. Ambos movimientos pusieron en primer plano la “cuestión femenina” en los 900, como identifica Sapriza. Sus luchas tuvieron resultados concretos: el Uruguay de la primera parte del siglo XX se transformó en un país de avanzada con una sucesión de enormes logros como la creación de la Universidad de Mujer (1912), la ley de divorcio por sola voluntad de la mujer (1914), la ley de ocho horas de trabajo (1915) y el sufragio (1931).

Creo que no hay uruguayo que hoy se atrevería a cuestionar los logros de esas mujeres y esos movimientos. Sin embargo, son miles y miles los que discuten la pertinencia de reclamos y de una marcha en la que miles y miles piden que cese la violencia, la discriminación, el silencio y la inequidad. El hecho de que un ínfimo porcentaje de las participantes caiga en excesos, como sucedió en algunas marchas del 8M, no invalida ni el encuentro ni las reivindicaciones. ¿Las supuestas “feminazis” son las que cometen excesos contra el patrimonio público? ¿O son todas las mujeres que van a la marcha o que defienden y luchan por una sociedad más justa?

Esta es otra de las paradojas; he conversado con personas que rechazan no solo una marcha sino cualquier manifestación feminista, porque las asocian con el radicalismo o, directamente, con el fundamentalismo. Esas mismas personas no quieren que sus hijos tengan más derechos y más posibilidades que sus hijas. Ir o no ir a la marcha no define a una feminista. Define solamente la decisión de demostrar públicamente, que -no nos engañemos-, es una de las formas de darle visibilidad a lo que se reclama y a las inequidades evidentes que persisten. 

Hay feminismos tan diversos como las causas por las que cada persona decide luchar pública o privadamente. Es feminista quien decide quedarse a educar a sus hijos en el hogar y lo hace evitando los estereotipos y formas que heredamos y que sistemáticamente perjudican a las mujeres. Lo es la que decide no parar y trabaja todos los días para intentar achicar la brecha salarial y las paredes y techos que se llaman de cristal, pero que en la práctica han demostrado ser de concreto a la hora de detener el avance natural de una fuerza laboral que es la mitad de la población y que está más educada incluso que los varones. En Uruguay, más del 62% de los egresados universitarios son mujeres, por dar solo un ejemplo.

El feminismo no se define por una ni dos ni un grupo de personas que deciden manifestar con excesos y hasta violencia. 

Hay muchos ejemplos de manifestaciones populares en las que, lamentablemente, se incurren en violencias, y para muestra basta hablar de fútbol o de actos políticos. Sin embargo, la gente no deja de ser de un cuadro de fútbol porque hay violencias en las canchas y asesinatos fuera de ellas en el supuesto nombre de unos colores deportivos. Ni deja de votar al candidato de su partido político porque alguno de sus correligionarios no hizo lo que debía o hizo o que no debía.

Cada persona es en sí misma un mar de creencias, convicciones y contradicciones. Con más razón lo es cada movimiento y con más razón una causa integrada por diversos movimientos y diversas personas cuyo único punto en común -enorme punto en común- es la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades. “Hoy las que se identifican con el (los) feminismos lo hacen desde una postura individual-subjetiva”, escribe Sapriza. “Se es feminista más como una actitud con una misma y  se comprometen en luchas que ya no son “clásicamente políticas”, pero que han dado resultados exitosos”. 

Reconocer lo que hicieron otras mujeres antes que nosotros, con paradojas incluidas, reconocer lo que hacen ahora miles y miles de mujeres desde diversos lugares, es parte del camino que debemos transitar para seguir adelante en una lucha que no está terminada. Hay mucho más que podemos y debemos pedir. Por las que vinieron antes, por las que están ahora, por las que vendrán y, sobre todo, porque es el único camino para una sociedad justa.

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“Lo que hoy entendemos por calidad de vida no es otra cosa que el resultado de conquistas penosamente conseguidas: el divorcio (no el repudio), la decisión libre de la maternidad… el espacio propio, es decir el derecho a la individualidad fuera de la existencia clánica… el feminismo es uno de los núcleos principales de la masa crítica que funciona dentro de los sistemas políticos democráticos. Debemos saber y poder reconocer esta herencia para no sentirnos como habitualmente nos sentimos y sobre todo se nos hace sentir, las recién llegadas”, Amelia Valcárcel. Feminismo y poder político. (1992).

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