Desde este espacio, nos hemos dado habitualmente a la tarea de explicar cómo encaja América Latina, y particularmente Uruguay, en el nuevo orden geopolítico que está rápidamente tomando forma en el mundo.
La última semana se han producido dos eventos que marcan desembozadamente el inicio de ese nuevo paradigma en el orden internacional.
El primero fue el anuncio de la flamante alianza militar integrada por Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), que además desató una crisis diplomática con Francia. Washington y Canberra habían negociado en secreto un acuerdo para construir submarinos nucleares; lo que de facto echaba por tierra un contrato de 66 mil millones de dólares que Australia había suscrito para adquirir submarinos franceses.
Furioso, el presidente Emmanuel Macron dijo que la maniobra equivalía a “una traición”, e inmediatamente llamó a consultas a sus embajadores en ambas capitales.
El segundo hecho fue la cumbre de la Organización para la Cooperación de Shangai, el bloque euroasiático encabezado por China y Rusia que integra a otros seis países del Asia Central. El encuentro tuvo lugar durante el fin de semana en Dusambé, la capital de Tayikistán; y allí se anunció el ingreso de Irán como miembro pleno de la organización.
Tanto la nueva alianza de AUKUS como el acuerdo por los submarinos entre Washington y Canberra tienen por cometido reforzar la ofensiva (alegada como “contención”) de Washington en el Indopacífico en contra de China. Hace al menos un par de meses que en la prensa occidental proliferan artículos y versiones de una supuesta “inminente” invasión de Beijing a Taiwán y, en general, se pinta a China como una amenaza militar.
No lo es. No parece estar en el espíritu de Xi Jinping y los líderes chinos. China es sí una amenaza económica para Estados Unidos, en particular para su estatus de potencia hegemónica. Y ahí está la verdadera razón de tanto ruido ahora en contra de Beijing.
Como sea, es una exageración llevar el asunto al campo militar. Thomas Friedman en su última columna de The New York Times le pide a Washington más comercio y menos militarismo para contener a China, más TPP y menos AUKUS. Pero ya es muy tarde para todo eso, que además ya fracasó -junto a la política Pivote de Asia- durante el gobierno de Barack Obama. Solo tienen que hacerse a la idea de que en algún momento China los va a superar como primera potencia. No es tan grave. No es el fin del mundo.
Pero les cuesta. Yo sé que les cuesta.
Por lo pronto, así han quedado conformadas las alianzas en este mundo crecientemente bipolar, tal como lo anticipamos en esta tribuna: por un lado la Anglósfera, con Washington a la cabeza (EEUU, Reino Unido y Australia); y por el otro, el eje euroasiático encabezado por Beijing: China, Rusia e Irán. Europa occidental quedará en el medio y será más campo que actor, seguidor y no líder. Y a Washington no le será fácil prolongar su hegemonía por mucho tiempo allí porque para ello dependerá de mantener la energía rusa y la tecnología china fuera del viejo continente. Cosa que ya no estaría logrando.
Así pues, el mapamundi que trazara George Orwell en su célebre distopía 1984 tiene un asombroso parecido con el tablero geopolítico que actualmente está tomando forma.
El presidente Joe Biden dijo en la Asamblea de la ONU que no quiere una nueva guerra fría. Pero la guerra fría ya está. Técnicamente nos encontramos en una Guerra Fría 2.0 entre estos dos polos antagónicos. Ahora depende de ellos -sobre todo de Washington- que esa guerra fría no se caliente.
¿Una de cal y una de arena, o un tema de principios?
En este contexto se inscribe la participación internacional del presidente Lacalle Pou la última semana. Desde algunos sectores, se lo ha acusado de aplicar un doble standard por condenar a los regímenes totalitarios de la región cuando días antes había anunciado que estaba negociando un TLC con China. Incluso algunos colegas llegaron a especular con que su firme admonición al cubano Díaz-Canel en la cumbre de la Celac había sido parte de una retorcida “táctica” del mandatario uruguayo para darle a Washington una de arena, después de la de cal que supuestamente implicó su anuncio del TLC con China.
Leer la mente es lo que tiene: a veces nos lleva a decir cualquier disparate.
Tengo para mí que lo que el presidente expresó en la Celac son simplemente sus principios democráticos. Y desde luego que estos tienen una densidad muy diferente cuando se aplican a un país de la región que cuando se aplican a una civilización totalmente distinta como es la china. Por una razón muy sencilla -y bastante obvia, por otra parte: que es que en el Sistema Interamericano nos hemos dado unas instituciones y hemos firmado unos documentos que garantizan la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho en todos los países de la región.
Es parte de nuestra cultura, de nuestra civilización como latinoamericanos y como americanos. Nacimos al mundo y nos emancipamos para siempre en Ayacucho como repúblicas independientes con una clara vocación democrática. Luego, las lecciones aprendidas tras los autoritarismos del siglo XX nos llevaron a establecer un marco normativo regional de respeto a los derechos humanos y a la democracia representativa. ¿Qué hacemos? ¿Nos olvidamos de la Carta Democrática, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de virtualmente todos los acuerdos regionales que hemos suscrito cuando se trate de Venezuela, Cuba y Nicaragua?
Por último, mal podría Lacalle Pou ir a exigirle estas cosas a Xi Jinping para firmar un tratado comercial. Pero si no les pidiera a Díaz-Canel y a Nicolás Maduro que dejen de tiranizar y reprimir a sus pueblos –en un foro, además, del que Uruguay participa y no se ha retirado- estaría faltando a su deber como demócrata latinoamericano.
Yo, tal vez por instinto, le hubiese recomendado al presidente ser un pelín más diplomático. Pero es un tema de estilo. Ese es el estilo de Lacalle Pou, muy personal, con el cual, por lo demás, no le ha ido nada mal. Y es más probable que en esto yo esté equivocado.