Un animal nunca tiene la culpa de nada obviamente. El carpincho que se cruza en una carretera no es culpable del accidente del automóvil que tiene un accidente, si pisamos descalzos una crucera y la crucera siente que está siendo aplastada, no es culpable de morder al imprudente caminante. La garrapata está programada por sus genes para alimentarse de la sangre de un vacuno o un perro y no es culpable de debilitar al animal del que vive. Aún cuando lo que hagan nos cause un fuerte disgusto, los animales nunca son culpables eso es obvio. La culpabilidad solo aplica a la única especie que tiene capacidad de razonar y distinguir el bien del mal, que somos nosotros.
Aún así, podría utilizarse el concepto de culpabilidad en un sentido ampliado de incidencia. Dado que hay un proceso de calentamiento del planeta y que la acumulación de metano en el techo de la atmósfera genera un efecto invernadero, la ganadería -no la vaca- está cuestionada. Esa discusión clave es crucial para Uruguay. Lo que nos encanta escuchar es que no hay un problema de cambio climático, que el clima siempre ha cambiado, que esto es una patraña de Bill Gates o de Soros o del propio Satanás. Pero a la luz solar que queda atrapada eso no le concierne: los termómetros seguirán subiendo.
En un territorio un poco más firme se puede decir que sí que hay un cambio de temperatura pero que la vaca no es parte de ello. Eso es lo agradable de escuchar. Podemos seguir como hasta ahora, podemos comer el asado sin culpa y que la vida siga como hasta ahora, haciendo de cuenta de que el metano que un día si y otro también generan los microorganismos del rumen no cuentan.
A muchos productores ganaderos les encante escucharla. “Mire si la vaca va a ser culpable, si vacas ha habido siempre”. Para todos quienes disfrutamos enormemente de comer un buen asado o ganamos dinero con la ganadería de una manera u otra escuchar eso da placer, tranquiliza, es agradable. Ese discurso es seductor. Pero solo para los ofertantes del producto, difícilmente lo sea para los demandantes.
Una tercera línea de defensa, igualmente vidriosa es reclamar el cambio de métrica. Miles de meteorólogos, climatólogos, estudiosos de la atmósfera están equivocados. Nosotros agrónomos de Uruguay siguiendo a algún científico que en EEUU es abundantemente financiado por la industria cárnica los convenceremos de que la métrica está equivocada y que el metano de las vacas está un cierto porcentaje sobrevaluado y que su incidencia sería un poco menor. En términos técnicos esa polémica es el debate es entre una métrica GWP y otra GWP* (GWP significa Global Warming Potential, o el potencial global calentante.
El problema de ese tipo de posicionamientos, que se pueden escuchar con frecuencia por parte de técnicos de organismos oficiales de Uruguay hace algunas semanas es que a los consumidores de carne de Uruguay no les resultarán convincentes y a medida que pase el tiempo les generarán rechazo. Le damos una alegría pasajera y no sustentable a los productores locales a costa del posicionamiento de mediano plazo de la carne de Uruguay.
Mientras el metano en la atmósfera siga aumentando, que expliquemos que el petróleo y el carbón son peores, que el metanos a los 12 años se rompe y pasa a ser Co2 y agua, o que la métrica lleva a que la incidencia de la ganadería en el mundo sea 12% en lugar de 14% será un argumento de venta poco convincente. los consumidores se seguirán preguntando, ¿además de las energías fósiles, qué otras fuentes de metano hay? Y seguirán preguntando qué estamos haciendo para bajar las emisiones. Si decimos que la vaca no es culpable estamos diciendo que no queremos hacer nada al respecto. Invitando al consumidor alemán a que compre carne de otro país que esté bajando las emisiones. Y ya los hay.
Queremos vender la carne a consumidores de alto poder adquisitivo, con alto nivel educativo, que entiende la química básica de lo que le está pasando a la atmósfera, pero queremos convencerlo de que dos más dos da menos 0. Es una tarea difícil.
Mientras, los competidores que apuestan a los mismos segmentos de consumidores de buen poder adquisitivo, que buscan productos donde calidad quiere decir muchas cosas, entre ellas, que ayude a solucionar los problemas del mundo, se mueven a una velocidad de vértigo a posicionar a la carne asumiendo que los rumiantes emiten metano y que eso si, lamentablemente, es un problema a resolver. Asumiendo además que toda la cadena cárnica tiene que modificarse desde la cria del ternero hasta la llegada al plato del consumidor.
Esta semana por ejemplo, Ray Smith, el director del Ministerio de Industrias Primarias de Nueva Zelanda al presentar una proyección de demanda por alimentos de su país al 2050, explicó que los factores por los que los consumidores toman su decisión de compra son cada vez más variados y que entre ellos su huella de carbono es cada vez más importante.
Indicó que el desafío para Nueva Zelanda es “reducir nuestro perfil de emisiones desde la granja hasta el mercado. Parte de esto implicará que las compañías navieras lleguen a un acuerdo sobre cómo lidiar con las emisiones.
Smith agregó que “un enfoque basado en la ciencia para reducir las emisiones es primordial y, como parte de esto, Nueva Zelanda colaborará con países que enfrentan problemas similares, como Irlanda, que es un importante exportador de productos alimenticios. " creo que con el trabajo que estamos haciendo llegaremos y llegaremos antes que nadie", remató.
En su currículum, Smith dice que trabaja “para que el sector primario de Nueva Zelanda se convierta en el proveedor más sostenible del mundo de alimentos y productos primarios de alto valor.
La de asumir la importancia de bajar las emisiones de la ganadería no es solo la línea de trabajo de los Kiwis y de Irlanda.
En esta semana Canadá salió a la prensa a anunciar su primera generación de vacunos de bajas emisiones. Porque en aquel país empezaron a inseminar vacas con semen de toros “de baja emisión de metano”, en este caso de ganado lechero.
En la competencia por el posicionamiento de un producto clave para la ganadería uruguaya nos estamos alejando de competidores clave. Dando un mensaje del que se podría concluir que la inacción sería lo apropiado o que nos pondremos a rebatir a nuestros compradores que están equivocados en preocuparse por el efecto que la ganadería tiene sobre el clima.
ES una pena porque Uruguay también está llevando adelante investigaciones muy valiosas sobre ese tema por parte de científicos cuyo trabajo parecería desvalorizado por el mantra de “la vaca no es culpable” o “no es tan culpable como dicen”.
Hubo un tiempo en el que la estrategia de no tomar cartas en este tema se basaba en que “igual China nos compra todo” pero ese ya no es el caso. Los precios de la carne y el ganado ha bajado y en la leche se viene una baja de precios como pocas veces se ha visto. En un mundo cada vez más caliente, no entender las genuinas preocupaciones de los consumidores puede traducirse en precios que se enfrían para la ganadería uruguaya.
Si pasado el boom de China los precios caen y los mercados de más alto valor prefieren productos que tengan origen en Oceanía, Irlanda o Canadá porque se posicionan en base a una menor huella climática, tampoco será culpa de la vaca.