Departamento de Fotografía del Parlamento del Uruguay

La generación del 83 y la democracia

Quienes crecieron en dictadura aún no han podido, o sabido, dejar su huella

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26 de junio de 2020 a las 22:44

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En la mañana del viernes 26 de junio, el Parlamento uruguayo descubrió una placa en homenaje a la generación del 83. Ninguna de las coordenadas es casual: ni la fecha (un día antes de la conmemoración del Golpe de Estado de 1973) ni el lugar (el Pasaje de la Democracia, que une los dos edificios del Poder Legislativo). En el acto, representando algunas de las vertientes partidarias de la época (faltó alguien de la juventud comunista), hablaron varios referentes de esta generación política. La realización del homenaje es un claro testimonio del ascenso, tan postergado, de esta camada de militantes (de su “empoderamiento”, como decimos de un tiempo a esta parte). Pero nos obliga a preguntarnos si, cuando se escriba la historia de estos tiempos, la generación del 83 le habrá dado al país todo lo que tenía para aportar. Me explico.

Antes de ir al grano, quiero compartir una advertencia inspirada en un gran maestro de otra generación. En Fermentario, en uno de sus psicogramas, escribió Carlos Vaz Ferreira: “Dos clases de pensadores: los que manejan las clasificaciones, y los que se dejan manejar por ellas”. Distinguir generaciones, generaciones políticas en este caso, puede ayudarnos a pensar si no olvidamos ese consejo. Una generación es un “nosotros”. Es un conjunto de individuos que, en buena medida por haber vivido circunstancias formativas similares, comparte un núcleo básico de principios, valores y creencias, y que es consciente de esas coincidencias. En términos más actuales, podríamos decir que una generación es una red, informal pero consistente.

Quienes integran la generación del 83 están marcados a fuego por la experiencia de la dictadura. Nacieron durante la agonía de la democracia, para usar la expresión de Julio María Sanguinetti, y militaron con enorme valentía en pos de su restauración, desafíando persecuciones sistemáticas y vejaciones inenarrables. Desde luego: no fueron los únicos en quedar matrizados por el quiebre institucional y en luchar por la libertad. Decir esto sería olvidar el extraordinario papel de políticos de la talla de Wilson Ferreira, Jorge Batlle, Líber Seregni o Juan Pablo Terra. Pero esa generación, la del 83, al asomarse a la militancia política en el especialísimo contexto de la lucha contra la dictadura, generó lazos de solidaridad y de confianza interpersonales persistentes, que van más allá de las profundas diferencias ideológicas de fondo (no es trivial la distancia entre marxistas y liberales) y de la permanente y ardiente disputa de espacios de poder en las áreas más distintas (movimiento estudiantil, sindicatos, partidos).

Los integrantes de esta generación, años más, años menos, rondan los sesenta. Muchos de ellos han seguido militando políticamente desde 1985 en adelante. Pese a sus méritos, han demorado mucho en acceder a los primeros planos del liderazgo. La recuperación de la democracia, como se advirtiera en su momento, tuvo mucho de restauración. La generación que ocupaba los principales cargos en 1973, por un sentido elemental de justicia, los recuperó en 1985, eclipsando a los que se habían incorporado a la vida política en el contexto de la recuperación democrática. La restauración ocurrió en todas partes. Pero hay una gran diferencia entre la izquierda y los partidos tradicionales. Blancos y colorados, al ganar elecciones nacionales y departamentales acudieron a los más jóvenes para hacer funcionar sus gobiernos. En la izquierda, en cambio, hubo menos oportunidades. La conquista del gobierno departamental de Montevideo en las elecciones de 1989 permitió el ascenso al primer plano de algunos pocos dirigentes de la generación del 83. Pero, en general, incluso durante los quince años de gobierno del Frente Amplio, esta camada de militantes se ha sentido postergada. Este sentimiento fue especialmente intenso durante la segunda presidencia de Tabaré Vázquez.

La generación del 83 tiene que hacer pedagogía política: tiene que mostrar, con hechos y palabras, que lo cortés no quita lo valiente, que no hay nada tan legítimo como pensar distinto, y nada tan necesario como respetar las ideas de los demás

La generación del 83, en su momento, hizo un aporte democrático muy significativo. Pero tiene mucho más para dar. Desde mi punto de vista, tiene por delante el desafío de contribuir a mejorar significativamente la calidad de nuestras prácticas e instituciones políticas. La generación del 83, que vivió su adolescencia en dictadura, comprende acaso mejor que ninguna otra, el significado de la ausencia de libertad, el dolor de la persecución, y la infamia de la tortura. La generación del 83, que supo construir puentes por encima de las grietas de los años sesenta, tiene la enorme responsabilidad de hablarle a los más jóvenes para evitar que se siga dañando el tejido de la convivencia democrática. La generación del 83 tiene que hacer pedagogía política: tiene que mostrar, con hechos y palabras, que lo cortés no quita lo valiente, que no hay nada tan legítimo como pensar distinto, y nada tan necesario como respetar las ideas de los demás. La generación del 83 tiene que demostrar que es posible marcar las diferencias políticas combinando firmeza y lealtad, y que es necesario hacer política sin utilizar chicanas ni resbalar al pantano de la posverdad. La generación del 83 tiene que liderar la tarea de mejorar las instituciones de este país. Tenemos la mejor democracia de la región. Pero tenemos mucho para corregir. La generación del 83, la mía, todavía no ha podido, o no ha sabido, dejar plenamente su huella. 

Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
de la República

adolfogarce@gmail.com

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