El maestro Borges imaginó un punto en el que confluían todos los puntos del universo, todos los actos y sus consecuencias, todo el bien y el mal. Llamó a ese punto El Aleph.
Semeja la complejidad de los sistemas jubilatorios que sufren y producen tanto daño económico, son víctimas y victimarios de la sociedad, carcomen presupuestos, reparten frustraciones y aspiran recursos hasta la quiebra, ad infinitum.
Bolsonaro se apresuró a debatir la reforma porque la bomba de tiempo está a segundos de estallarle y con ella la economía. Argentina ha ensayado tibios cambios que postergan (minutos) la discusión de fondo que Macri no osa proponer, especulativamente, y el peronismo no aprobaría, irresponsablemente. Uruguay, en un estilo propio, piensa que se requieren retoques, pero no es grave ni urgente. Falso.
Hace apenas seis años, en su estudio de sensibilidad, el BPS, influido aún por los efluvios de la soja cara, prometía autofinanciarse en 2018, sin ayuda alguna de rentas generales. Algo distinto que la realidad de 2017, donde el subsidio del estado rozó el 7%, incluyendo prestaciones periféricas, y de 2018, que podría ser peor. La lógica sensibilidad que despierta la vejez implica un complejo abordaje, pero surge ya la certeza de un gasto estatal no menor al 10% o 12% del PIB en pocos años, insostenible para los contribuyentes y contrapeso fatal para el crecimiento.
La solución fácil, como hizo Argentina en 1993, y hará Brasil, es aumentar la edad de retiro y con ello los años de aportes. Pero de inmediato surge la pregunta: ¿y qué pasará en el extremo inferior de la pirámide? Los jóvenes o no tan jóvenes –de por sí renuentes a trabajar, como saben tantos padres– se encontrarán con que los puestos están aún ocupados por los ancianos útiles.
En una economía abierta, libre, con costos laborales bajos y salarios flexibles, sin sindicatos que se adueñen de los trabajadores, la afluencia de nuevos participantes reactiva la demanda de bienes y de empleo, con lo que el punto se resuelve solo. No es el caso de la economía oriental, destructora sistémica de empleo verdadero o sea privado, e indexadora de salarios por inflación, garantía de achique.
Entonces se piensa puerilmente que hacen falta más aportantes, o sea, futuros trabajadores estafados, que se cotizarán hoy para ayudar a pagar a los jubilados y se someterán a la caridad pública en el futuro. Y así, se sueña con una potente inmigración para que el modelo de retiro se sustente. Falso. Mientras el salario y las condiciones laborales sean considerados conquistas sociales y no el resultado de un mercado de trabajo de oferta y demanda, el aumento de la población laboral no tendrá correlato en el aumento del empleo, trátese de jóvenes orientales que se incorporan, o de inmigrantes, salvo que los inmigrantes vengan con una inversión bajo el brazo, algo que, hasta ahora, no ocurrió.
La tasa de participación, que se hunde peligrosamente, es la mejor prueba de tal aserto. Corregida la tasa de desempleo por la de participación, el resultado es, además de contundente, desesperanzador. En ese proscenio cualquier reforma debe ser más potente. No alcanza ni aumentar años, por la razón apuntada, ni bajar la tasa de remplazo, o sea el porciento del salario activo que se garantiza a cada jubilado. El monto jubilatorio no debe ser una cifra basada en los últimos años de trabajo, sino en los aportes del trabajador. Un sistema de aportaciones definidas.
Como describió la columna, el esquema de Suecia –ejemplo favorito de “socialismo”– es un complejo mix entre el modelo de reparto y el privado, basado en cuentas nocionales o virtuales, cuyo saldo recibe el interesado cada mes. El sistema reparte según el rendimiento de las inversiones, el monto de los aportes realizados y la esperanza de vida (se reduce el ingreso mensual si la esperanza de vida aumenta), y el trabajador elige cuándo se retira y por cuánto tiempo cobrará su jubilación. Y puede optar por una jubilación privada adicional.
El método de aportar cierto número de años, jubilarse con el promedio salarial de los últimos años y mantener esa relación indexada de por vida, simplemente explota. Fue una de las causas que llevó a Suecia a la quiebra en 1993. Y que lleva a la quiebra a cualquiera. Al ser imposible de sustentar, el Estado termina incumpliendo su parte del acuerdo con manoseos de índices y otros recursos, con lo que tampoco se garantiza satisfacción ni seguridad, menos en contextos inflacionarios.
Paralelamente, en un mundo en busca de eficiencia, la suma de las altas tasas de aportes del trabajador y la patronal, lleva a una pérdida de competitividad, que a su vez influye en la demanda laboral, el crecimiento y el bienestar, que termina en un aumento del subsidio y consecuentemente de los impuestos y/o la inflación, un círculo vicioso.
El sistema jubilatorio debe ser cambiado de raíz, no solo remendado. También el vicio de usar sus fondos para otros fines, solidarios o no. Lo que implica una monumental tarea de persuasión, negociación, coraje e inteligencia. Por eso es de lamentar que los tres países del Mercosur no hayan encarado simultáneamente el plan de reformas, como modo de transmitir a la sociedad la universalidad del problema y la urgencia de salir del ruinoso formato actual.
Nadie ganará una elección propugnando esta modificación. Pero todos saben que cualquiera que gobierne deberá hacerlo. Es claro que el Frente jamás propondrá semejante reforma, encerrado, junto al PIT-CNT, en una ideología suicida. (Para los trabajadores) La pregunta es si en caso de ganar la oposición tendrá el coraje, el talento y la claridad conceptual como para promover el cambio impostergable.