Ronaldo SCHEMIDT / AFP

La pandemia: un recordatorio de cosas que ya sabíamos

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12 de septiembre de 2020 a las 05:01

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Lo que hayamos aprendido en términos sociales, lo veremos cuando hayamos salido, ahora corremos el riesgo de declarar aprendizajes que luego se los lleva el viento. Las verdaderas enseñanzas no se declaran, se manifiestan en cambios de hábitos y actitudes una vez que no haya emergencia sanitaria global. 

En términos filosóficos, lo principal de la pandemia no es la novedad sino el recordatorio de cosas que ya sabíamos. Por ejemplo, que usábamos más cosas de las que necesitamos. Entiendo por cosas tanto recursos naturales, como pasajes para trasladarnos, bancos de clase, alimentos o servicios varios. Queda claro que en términos de humanidad podemos vivir con menos, aunque eso no quita la injusticia de que algunos tengan nada. El problema del exceso y el de la escasez ha quedado de manifiesto. Si hubiera un aprendizaje, se generaría una nueva manera de relacionarnos con el consumo y el bienestar en términos globales.  

En palabras del filósofo Peter Sloterdijk a El País de Madrid: “El mundo en su concepción como gigantesca esfera consumista está basado en la producción colectiva de una atmósfera frívola. Sin frivolidad no hay público ni población que muestre una inclinación hacia el consumo. Este vínculo entre la atmósfera frívola y el consumismo se ha roto”.

Otra cosa que ya sabíamos: cuidar los vínculos, estar más y mejor tiempo con la gente que queremos y nos quiere. Preservar el ámbito privado, íntimo, abonarlo, disfrutarlo. Ya entendíamos que esto era así, el virus lo hizo patente. Dentro de este espacio hogareño, hubo también una oportunidad de introspección personal. No solo estar más con la familia, sino estar más con uno mismo. Es más difícil de lo que parece la reflexividad, pero es importante sortear esa dificultad porque se sale fortalecido. Aprender del miedo, de la pérdida, de la ausencia, de la muerte que siempre es inminente aunque vivamos como si no fuera a suceder.  

Por último, hay un aprendizaje de sentido de comunidad, tanto planetario como local. Ya sabíamos que el mundo era uno solo y cada vez más interconectado. Este virus nos mostró que eso implica también un compromiso entre lo que hacemos acá y los efectos que puede tener al otro lado del globo. Al mismo tiempo, aunque parezca contradictorio con lo anterior, hay un sentido de comunidad local que puede salir fortalecido de esta experiencia global. El caso uruguayo es un buen ejemplo: hicimos las cosas bien, libres, responsables, críticos y nos cuidamos unos a otros. Eso estrenando un gobierno nacional y en medio de un proceso eleccionario departamental. Con el pánico del virus todo podría haber sido más histérico y extremo. Hubo una prudencia transversal a toda la población. Un aprendizaje es mantenerla cuando llegue la vacuna.

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