AFP

La peligrosa disputa entre Washington y Moscú por Ucrania

Los neoconservadores que conducen la política exterior de EEUU deberían entender que no es provocando, hoy a Rusia, mañana a China, que van a mantener el liderazgo global

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03 de diciembre de 2021 a las 05:04

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El 30 de octubre una nota de The Washington Post informaba del movimiento de tropas rusas y equipamiento militar “cerca” de la frontera con Ucrania, lo que los informantes del diario calificaron (bajo reserva de anonimato) como “inusual”.

Con ese dato y sin más, la nota se extendía en una serie de recientes declaraciones y hechos que, en opinión de los autores, demostraban que Moscú había adoptado ahora una “línea dura” contra Kiev y una “escalada retórica”.

A partir de ese momento, casi todos los grandes medios empezaron a informar de una “inminente invasión” rusa a Ucrania, y se armó la bola de nieve. 

En un principio, el gobierno de Kiev desmintió la especie, por todos los medios y durante varios días. Hasta que finalmente salió el presidente de Ucrania Vladimir Zelenski, alfil de Washington y de profesión payaso, a confirmar en cadena nacional que “nuestros socios occidentales nos han proporcionado información sobre el movimiento activo de tropas rusas a lo largo de la frontera y un aumento de su concentración”. Esa fue toda la acusación del mandatario ucraniano; sin embargo, concluyó en la misma alocución que “el mundo puede ver ahora quién quiere la paz y quién no”.

Y es así como hemos llegado hasta hoy en esta escalada de las tensiones entre Washington y Moscú por Ucrania, que ayer se suponía se aliviarían tras la reunión del secretario de Estado, Antony Blinken, y su par ruso, Sergei Lavrov, en Estocolmo; pero que, en cambio, se han avivado. Mientras crecen los “temores de que Vladimir Putin prepara una invasión”, según informa hoy The Guardian.

La narrativa parece bastante clara. Las versiones de prensa, tanto en Rusia como en Estados Unidos, están claramente sesgadas. Nuestra obligación es analizar estas cosas bajo una visión global de conjunto y con rigor cartesiano.

Sin duda, todo esto se inscribe en el conflicto que desde hace ya una década enfrenta a Estados Unidos y Rusia por las fronteras de la OTAN. Washington busca llevarlas lo más al este posible, y el Kremlin naturalmente quiere tener un tapón (lo que en geoestrategia se conoce como un ‘buffer’) en Ucrania. No quiere a las fronteras de la OTAN tan cerca de Moscú. Y quien conozca la historia entenderá el porqué de estos recelos.

El país fue completamente invadido los últimos tres siglos: en el siglo XVIII por los suecos, en el siglo XIX por los franceses y en el siglo XX por los alemanes. Cuando uno lo ve desde esa perspectiva, se pueden entender algunas cosas del sentimiento ruso, siempre tan inescrutable a la mirada occidental; se puede, pues, descifrar un poco mejor el “acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.

La sangre llegó al río cuando en 2013 Ucrania se vio envuelta en una serie de protestas en contra del gobierno prorruso de Viktor Yanukovik. El Departamento de Estado de EEUU aprovechó entonces la situación para fogonear un “cambio de régimen” e imponer a un líder afín a sus intereses, a pesar de que la población ucraniana estaba dividida a partes iguales entre prorrusos y pro Estados Unidos y Unión Europea. Los ucranianos del este del país querían seguir bajo la influencia de Moscú, y los del oeste preferían alinearse con el bloque de Estados Unidos y la OTAN.

El precio fue la división de Ucrania, una guerra fratricida que se cobró más de 12 mil vidas, y la anexión de Crimea por parte de Rusia. El conflicto se zanjó en 2015 con los acuerdos de Minsk, que establecían que el gobierno de Kiev debía otorgar autonomía a la región del Donbass, en el este de Ucrania, e iniciar un proceso de diálogo con las repúblicas no reconocidas de Donetsk y Lugansk para asegurar una paz duradera.

Sin embargo, en los hechos, Kiev ha desconocido los acuerdos una y otra vez; últimamente, incluso, con el apoyo de Washington. Hubo un impasse de cuatro años durante el gobierno de Donald Trump. Y en abril de este año, ya con los halcones de regreso en el Departamento de Estado, el Consejo de Seguridad Nacional y otros cargos políticos del establishment de exteriores, Washington volvió por la revancha en Ucrania. 

Primero fue el decreto presidencial de Zelenski que, de la nada, declaraba política oficial de Ucrania el recuperar Crimea de Rusia. A esto siguieron inmediatamente declaraciones de Blinken --que en 2014 había sido uno de los arquitectos del golpe en Ucrania-- y del Pentágono prometiendo “apoyo total” a Kiev y ayuda para “mantener su integridad territorial”. La escalada retórica entre Washington y Moscú cobraba por momentos ribetes preocupantes.

Se detuvo solo unos días cuando fue la cumbre de Biden y Putin a mediados de junio en Ginebra. Y luego se suspendió por completo ante el avance de los talibanes en Afganistán que terminó con la toma de Kabul y la retirada de Estados Unidos de ese país a fines de agosto.

En el medio hubo varios cruces con China por Taiwán, cuya invasión por unos días también era “inminente” según los medios estadounidenses. Y ahora volvemos otra vez a las escaramuzas con Rusia por Ucrania. Pareciera que lo que están buscando es un conflicto a escala global; lo cual es extremadamente grave.

Uno, como occidental y como latinoamericano en su zona de influencia, quiere lo mejor para Washington. Pero los neoconservadores que dirigen su política exterior están actuando de un modo muy temerario.  

Ahora mismo, Estados Unidos parece el grandote obstinado en medio del bar buscando pelea con todo el mundo. Si uno es verdaderamente amigo del grandote, su obligación es tratar de calmarlo.

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