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La rabia que recorre el mundo y un Uruguay que no está aislado

Las protestas y violencia que recorren buena parte del mundo se relaciona con la desconfianza a la política; Uruguay no está exento de ese desencanto
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25 de noviembre de 2019 a las 10:21

Las calles de medio planeta están ocupadas por gente que reclama. Hay protestas en Chile, Ecuador, Colombia, Venezuela, Nicaragua, Francia, España, Hong Kong, Haití, Etiopía, Indonesia, Argelia, Egipto, Irak y la lista sigue.

En algunos lugares, los motivos de estas manifestaciones parecen claros. Hay reclamos contra procesos autoritarios, dictaduras, fraudes electorales, golpes de estado. En otros lugares, las razones son más difusas: no hay dictadura ni golpe de estado, pero la rabia es la misma.

En todos los lugares se repite un mismo patrón: la desconfianza en el sistema político.

Las calles están tomadas por gente que no cree que los partidos sean un buen vehículo para canalizar sus reclamos.

El sociólogo español Manuel Castells, que también es economista y profesor universitario de Sociología y de Urbanismo en la Universidad de California en Berkeley, fue invitado a Chile para que hablara sobre la ola de violencia que, sin que nada lo hiciera prever, ganó a ese país en los últimos meses.

Castells dio hace un par de semanas una conferencia en el Centro de Estudios Públicos, que está disponible en YouTube.

Lo primero que le dijo a los chilenos es que lo que les está pasando no es algo exclusivo de ellos, sino que es una ola mundial.

“Los ciudadanos no tienen confianza en sus parlamentarios, ni en sus gobiernos, ni en sus presidentes ni, sobre todo, en sus partidos políticos. Hay un rechazo unánime a todos los partidos”, dijo Castells. “Piensan que la clase política se ha encerrado en sí misma, que solo hablan entre ellos y no se preocupan de los intereses de los ciudadanos”.

Esa desconfianza en el sistema tiene como consecuencia resultados políticos concretos: de ese cóctel de bronca y desencanto salió Trump; allí también creció el Brexit, dijo el español que se ha dedicado a estudiar estas explosiones sociales. Recordó que entre 2010 y 2012 hubo ocupaciones al estilo de las que realizaba el movimiento de indignados de España en más de 100 países y 2.000 ciudades. Y remarcó que aún países que todo el mundo admira, como los nórdicos, han pagado las consecuencias de este fenómeno con una creciente presencia de partidos xenófobos, que en algún caso han llegado a sumarse a las coaliciones de gobierno.

Al respecto Castells advirtió a algunos políticos izquierdistas que miran con simpatía -e incluso alientan- estos movimientos: “No hay que pensar nunca es que los movimientos de protesta y desconfianza política necesariamente benefician a una nueva izquierda. Benefician a quien conecta de alguna manera con algún sector de la opinión que no esté dentro del sistema político”.

Uruguay vive todavía la euforia de una campaña electoral y la primavera de un nuevo gobierno en ciernes, pero por debajo del entusiasmo de la militancia, el trasfondo es el mismo que recorre el planeta.

La encuesta de Latinobarómetro 2018 marcó que al 39% de los uruguayos hoy les da lo mismo si hay democracia o no. Y casi la mitad ellos ya prefieren una dictadura o un gobierno autoritario. Todavía un 61% cree que una democracia siempre es mejor, pero es el porcentaje más bajo desde que se realiza esta encuesta continental.

El apoyo democrático era 80% en 1995 cuando Latinobarómetro comenzó sus mediciones, llegó al 86% en 1997 y se mantenía en 83% en 1999. Incluso entre 2002 y 2004, en medio de una crisis económica brutal, el apoyo a la democracia se mantuvo entre 77 y 78%.

La pérdida de confianza en la democracia se explica por otros indicadores: el 65% cree que Uruguay está gobernando por “grupos poderosos en su propio beneficio” y apenas un 27% piensa que se gobierna “para bien de todo el pueblo”.

Solo 33% de los uruguayos confía en el Parlamento y apenas un mísero 21%, en nuestros partidos políticos. En cambio, el 59% cree en la Policía y el 62% en las Fuerzas Armadas.

La exitosa irrupción de Cabildo Abierto puede explicarse en este contexto y bien podría sumarse a los ejemplos que Castells maneja en sus conferencias.

La encuesta de Latonibarómetro remarcó, además, que al 34% de los uruguayos el dinero no le alcanza y pasa dificultades, mayores o menores. Es mucha gente. Mucha más, por cierto, que la que indican las cifras propaladas por las estadísticas oficiales de pobreza. El 42%, además, se autopercibe de clase baja.

“Donde anida la democracia es en las mentes. Si la gente no cree en la democracia, la democracia es superficial”, dijo el sociólogo español en Chile. Y no es difícil darse cuenta que las penurias económicas no ayudan a que la democracia haga nido en las almas.

Como en muchos países estas protestas tienen una amarga cosecha de heridos y muertos, Castells dedicó parte de su conferencia a la violencia.

“La gente no puede más y explota. Y explota en algunos lugares con violencia limitada, en otros con violencia más extrema”, dijo el español. Sostuvo que por lo general, los violentos existen más bien en los márgenes de la protesta, pero a veces logran incidir de un modo decisivo y “se llevan el movimiento por delante”.

Explicó que en las manifestaciones masivas suele haber infiltrados, provocadores y vándalos, pero que ellos no son su parte esencial. Lo fundamental -insistió- es el descontento, la desconfianza, la insatisfacción con un sistema. El reclamo de una dignidad que se siente perdida. Tratar las protestas como un mero problema de seguridad pública, solo las agudiza.

“Cuánto más reprime la policía, más rabia”, dijo Castells.

También advirtió del daño que pueden causar unos pocos policías que se excedan en su tarea de represión, en tiempos en que todo el mundo lleva un celular que filma: “Los videos en YouTube son la causa más directa de la rabia contenida que explota en todas estas situaciones sociales de extrema confrontación”.

Los chilenos lo escuchaban en silencio. Castells les dio una mala noticia:

“No piensen que esto va a pasar. No piensen que pueden cerrar los ojos y esto es un mal sueño, que desaparece y ya está”.

En la campaña electoral que acaba de terminar, los uruguayos hablamos poco del mundo, como si no pudiera alcanzarnos.

Pero la realidad está ahí.

La insatisfacción es la misma. Casi un 80% de la gente no cree en los partidos. Los mensajes antipolíticos que inundan nuestras redes de WhatsApp son los mismos que en cualquier otro país.

Que todo siempre llegue un poco más tarde a Uruguay nos da un margen. Lo que está ocurriendo en decenas de países, algunos muy cercanos, debería ser un llamado de atención para todos los partidos y también para el movimiento sindical, que padece la misma crisis de descrédito.

Hay contrato de confianza con la gente que está dañado; un vínculo que hay que reconstituir. Pasada la euforia electoral se hará notar.

El nuevo presidente tendrá que tenerlo en cuenta.

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