La reelección de Donald Trump

Como todo populismo proteccionista y voluntarista, los primeros años mostrarán una economía pujante y un pueblo contento. Con lo que es posible que el título casi irónico de esta nota sea una profecía cumplida

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14 de febrero de 2017 a las 05:00

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Por Dardo Gasparré

Ya denostamos prolijamente al nuevo presidente americano, hasta dejar reducidos a tibios opositores a la talentosísima Meryl Streep y al famoso columnista del New York Times Paul Krugman. Y probablemente tengamos razón en las críticas. Ahora tratemos de ver la realidad.

Desde el fulminante “impeachment” que se vaticinaba, el novato político ha avanzado algunos pasos. Para ponerlo de modo provocativo, ha empezado a ser reelegido por varios sectores. El primero fue el Partido Republicano. Con mayorías legislativas en el Parlamento Nacional y en muchos Estados, 33 gobernadores del GOP y la Corte bajo control, el partido del elefante ha comenzado ya una serie de reformas propugnadas por el presidente en su campaña. Hay en marcha proyectos estaduales de limitación a los derechos sindicales, al aborto, a la obligación de dar salud y educación a los inmigrantes aunque fueren ilegales y al gasto. También hay proyectos presentados para aliviar el control sobre la tenencia de armas, cambiar los beneficios del sistema de salud y reducir impuestos.

Esto en los estados. La consigna republicana ha sido “actuemos rápidamente”, y así está ocurriendo también a nivel federal, donde se preparan grandes cambios en igual sentido para someter al Congreso. Los funcionarios designados para ejecutarlos están siendo aprobados sistemáticamente por los legisladores, a veces, como en el caso de la secretaria de educación, Betsy DeVos, a puro verticalismo.

La renuencia que se suponía frenaría al nuevo mandatario, ha dado paso a un pleno ejercicio de las mayorías por parte del GOP, que ahora usufructúa ampliamente el triunfo electoral. Si alguien contaba con una suerte de oposición intestina, puede despedirse de esa idea. Y el despido del procurador general interino por sabotear las órdenes del Ejecutivo para purgar a los ilegales, no mosqueó al sistema.

El caso de DeVos es interesante porque plantea el conflicto con que la “plataforma” de Donald ha enfrentado a muchos sectores, políticos y analistas. La billonaria –seguramente bajo coaching, ya que ignora todo sobre educación– defiende la política de vouchers y chartered schools. Mientras que para los sindicatos de enseñanza –tan retrógrados e ineficientes en EEUU como los de Uruguay o Argentina– la idea es fatal porque reduce la injerencia del Estado, para muchos educadores serios y para el empresariado de avanzada es el mejor camino para la inclusión y para achicar la brecha de conocimiento (para este columnista también). Algo similar ocurre con la baja de impuestos, la reducción de gastos, y la lucha contra los excesos del Obamacare. Como no hay dos Trumps, hay segmentos que prefieren apoyarlo en esos aspectos y confiar en que los puntos negativos de su programa o de su estilo irán siendo moderados por los especialistas, los diplomáticos y la realidad.

Por eso no solo el partido lo ha reelegido. También todos los factores de la industria de la obra pública, nada despreciables en su peso económico y demográfico. Desde el estúpido muro hasta la infraestructura, ese enorme sector de no transables lo reelige a diario, con alegría. Ni hablar de la industria del armamentismo, las fuerzas armadas, la Comisión de Armamento del Senado, el espionaje y toda la maquinaria que ha llegado a tercerizar las acciones bélicas, un mecanismo esencialmente corrupto. Agreguemos a los rednecks y los blue collar.

Wall Street está también reeligiéndolo cada vez que suena la campana del recinto, porque la previsible política de endeudamiento, inflación, algún nivel real de proteccionismo, compre preferencial a industrias locales, boom de infraestructura, junto con la baja de impuestos anunciada, necesariamente mejorará las ganancias. Las bolsas no se preocupan por los fundamentals ni por el largo plazo, como se sabe. En la misma línea, todo el mercado financiero refrenda su voto por el magnate, ahora que el CFO de Goldman Sachs hasta noviembre es su consejero principal y trabaja a marcha forzada pare eliminar la reforma Dodd-Frank que frenó el libertinaje bancario, una de las causas de la crisis-estafa de 2008.

La oposición política parece más bien perder impulso, más allá del activismo y de las encuestas que muestran que Trump ha perdido drásticamente popularidad, a las que habrá que darle la misma credibilidad que a las compulsas que vaticinaban su derrota por 8 puntos a manos de Hillary.

Entre trabajadores y pequeños empresarios americanos, y algunos grandes, un poco de proteccionismo, un poco de nacionalismo, un poco de inflación, un poco de compre nacional son bienvenidos, más allá de toda ideología o de los efectos colaterales de ese remedio. Como el paso siguiente –consecuencia de estas políticas– será un aumento en los salarios estadounidenses, dentro de poco el developer devendrá en presidente popular. (¿Veremos a su archienemigo Krugman aplaudirlo por lograr la inflación que él viene predicando?) El FMI parece haber empezado.

Queda el resto del mundo. También aquí Trump propone una política republicana, aun en las guerras. Hace mucho que el partido sostiene buena parte de su discurso de hoy. Solo que el mandatario golpea la mesa y el Twitter. El mundo negociará y EEUU conseguirá una parte de lo que quiere, más rápidamente que si lo hiciera por medio de las burocracias de siglas que, en manos de ineptos eternos, caminan hacia la nada. Como bien ha definido Carlos Slim, también un precario billonario, Donald no es Terminator, es Negociator. A su modo.

Vamos ahora a la pregunta que el lector quiere hacer: ¿y estas políticas y cambios no tendrán consecuencias negativas? Seguramente sí. Pero después. Las leyes económicas tienen efecto y vigencia. Habrá inflación, bastante más endeudamiento, suba de tasas de interés (pese a que el presidente se opone), una suba del dólar (ídem), un mayor déficit y hasta una pérdida de la importancia americana en el mundo. Y mucho manoseo monetario. Y también sufrimientos importantes globales, que analizaremos en otra columna. Pero todo eso no pasará de un día para otro. Como todo populismo proteccionista y voluntarista, los primeros años mostrarán una economía pujante y un pueblo contento. Con lo que es posible que el título casi irónico de esta nota sea una profecía cumplida: la reelección.

Dado el tamaño de la economía americana, su población, su productividad y nivel de conocimiento, investigación e innovación, los efectos negativos no tendrán la inmediatez ni capacidad explosiva que sería ineludible si esta aventura la encararan Grecia o Turquía. Pero tendrá severas consecuencias locales y globales, en especial el freno a la generación de empleos y la reducción de la pobreza. La coexistencia de este régimen con el de estímulo cuantitativo irresponsable de una Europa acezante también plantea un peligro de pronóstico más que reservado.

A esta altura, otra pregunta cae de madura: ¿y cómo deben actuar nuestros países ante este panorama? Eso también es motivo de otra u otras notas. Pero me permito un consejo para los hermanos de la patria grande. Como dice la televisión: “No intente hacerlo en su casa”, a menos que usted tenga la mayor economía del mundo, la mayor Fuerza Aérea, el mayor poder atómico y misilístico y además sea el que imprime los dólares.

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