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La vacuna no es es el futuro, se necesita un Plan B

Hay que entender que la ciencia no hace magia sino ciencia ; las decisiones que tomamos siempre afectan a otros, más cercanos o más lejanos

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12 de septiembre de 2020 a las 05:01

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Todos necesitamos de una ilusión; incluso el más cínico ser humano encuentra una para inspirarse y seguir adelante. En estos días pandémicos hay una que actúa casi como un faro en la noche con niebla y es LA vacuna. Cuando ya quedó claro que el Covid-19 había llegado para quedarse (con reincidencia), el mundo se aferró a una ilusión que seguramente será realidad, pero a su tiempo. Es casi seguro que demorará bastante más que lo que optimismo nos indica. Mientras tanto, la o las futuras vacunas no son el remedio para navegar y sobrevivir a esta crisis.

Una eventual vacuna puede abrir de nuevo el mundo a algo similar a lo que antes considerábamos normal. Pero no tendremos una ni este año ni tal vez el próximo. Incluso con todos los miles de millones que se invierten, las horas sin dormir y las mejores ideas de miles de científicos, la filantropía de unos y el egoísmo de otros, la ciencia no hace magia sino ciencia. Así que plan B ya, señores. Y el plan B pasa por algo bastante más sencillo que investigar incansablemente para entender la forma en que actúa este virus y cómo una vacuna puede intentar contenerlo. El plan B es la solidaridad y el respeto.

Pero antes recordemos un poco de historia, algo con lo que vengo obsesionada en estos últimos tiempos, tal vez porque cada segundo vemos algún ejemplo de historia olvidada-historia repetida, con consecuencias nefastas. Las vacunas han logrado detener terribles enfermedades como la viruela, polio, sarampión, tuberculosis, y los científicos han refinado sus métodos en los últimos 200 años.

Pero no todos los virus son iguales y no todas las vacunas han corrido con la misma suerte. La que logró derrotar a la viruela fue inusualmente efectiva. Este virus no provenía de animales (como los Covid) y solo se transmitía entre humanos.

La poliomielitis arrasó con miles de vidas y dejó a muchas más con discapacidades permanentes durante buena parte del siglo XX. Jonas Salk logró desarrollar una vacuna a fines de los 50; en 1953, luego de un gran brote en Estados Unidos, se hizo una de las primeras pruebas randomizadas y controladas de la historia, en la que casi 2 millones de niños estadounidenses recibieron una dosis de la vacuna o un placebo.

Así se confirmó que la Salk era efectiva. Otros científicos desarrollaron luego una opción oral aún más efectiva y fácil de administrar y desplegar masivamente. Para los años 70 ya no había casos de polio en Estados Unidos y en las siguientes dos décadas cada vez más países lograron erradicar la enfermedad. Sin embargo, aún existe en algunos lugares olvidados de este planeta. Pasaron siete décadas.

Después de hablar de historia, hablemos de política. Cada día se conoce alguna novedad sobre alguna de las vacunas o supuestas vacunas que se están desarrollando. En muchos casos los anuncios tienen mucho de nacionalismo (¿Rusia tiene vacuna?...misterio) y en otros mucho de politiquería. Tendremos vacunas antes de noviembre, dijo Trump. Las elecciones son el 3 de noviembre y el presidente estadounidense sabe que las 200.000 muertes y más de 700.000 personas infectadas en su país son una carga pesadísima de remontar en las urnas.

Unas pocas semanas después de que se descubriera el brote en China, científicos de ese país lograron secuenciar el genoma del virus y lo compartieron con el mundo. Poco después se reveló la estructura del virus. Ambos descubrimientos son ahora la base para que universidades y laboratorios públicos y privados estén en etapas avanzadas de desarrollo de vacunas.

Sin embargo, nada ha resultado tan veloz como se pensaba. Ni lo será. En abril se hablaba de una vacuna en seis meses. En agosto de una para noviembre. Ahora los expertos apuntan a mediados de 2021, en el mejor de los casos. Otros consideran que este cálculo es demasiado optimista. Todo esto a pesar de que ya nadie escatima en los miles de millones de dólares que se están volcando al esfuerzo.

La historia de las vacunas demuestra que el proceso puede ser largo y frustrante. Y a veces, infructífero. La vacuna contra las paperas se queda con el récord de la que tardó menos en desarrollarse: cuatro años. La mayoría, sin embargo, han requerido más de una década para poder ser administradas eficazmente y con seguridad. En algunos casos, como el HIV, nunca se logró desarrollar una.

En 2014 un brote de ébola mató 11.000 personas, sobre todo en África, pero también se extendió con casos aislados hacia la parte rica del mundo. Entonces aprendimos que las vacunas que intentan parar enfermedades que afectan a los pobres pueden pasar años sin avances, o pueden quedarse detenidas en el llamado “valle de la muerte” (así lo denominan los propios científicos) .

El ébola había matado a miles de personas antes. Cuando pegó el salto hacia el “mundo desarrollado” pegó el susto e hizo que las billeteras se abrieran. En 2019 se aprobó una vacuna para prevenir la enfermedad, luego de donaciones millonarias y un empujón por fin certero de la OMS. ¿Cuántos africanos ya fueron inoculados?

El mundo se enfrenta a desafíos múltiples: desarrollar una vacuna que sea efectiva, producirla masivamente, distribuirla a suficientes personas (cuántas, no se sabe) para lograr el efecto manada que contenga el virus. Todo esto al mismo tiempo que se lidia con los efectos del virus en la salud, la economía y la vida.  Por ahora las únicas “vacunas” contra el coronavirus y su horadante efecto en nuestras vidas (incluyendo una imponente disrupción económica mundial) son el sentido común y sobre todo, la solidaridad. Ambos se conectan íntimamente y también con ese concepto que el gobierno uruguayo ahora ha elevado a la categoría de “marca país”, la libertad responsable.

Esta semana por primera vez estuve cerca de una persona que debió ser hisopada por estar en contacto con otra que dio positivo. La cadena de sentido común y solidaridad se activó inmediatamente. Esa persona me avisó, se hizo el test el mismo día en que se enteró, se quedó en su casa hasta esperar el resultado; y yo hice lo mismo. Cuando me lo dijo mil preguntas se cruzaron por mi cabeza; ese día tenía que seguir trabajando, ir al super y a mi clase de yoga. Cancelé todos esos planes rutinarios y me fui para casa, no sin antes preguntarme si estaba exagerando. Acá estoy escribiendo y esperando.

Como dijo el ministro Daniel Salinas, “algo pasó” para que en los últimos días aumentaran los casos más de lo previsible.  El ministro utilizó esas dos palabras en una conferencia de prensa en Rivera la semana pasada, cuando las cifras pasaron de un dígito a dos y los casos activos, que venían bajando, volvieron a crecer. Se refería a lo que había pasado el 24 de agosto.

El Covid-19 ha transformado nuestras vidas en una serie interminable de cálculos sobre riesgos. ¿Me encuentro con amigos? ¿Voy a ver a mis padres/abuelos? ¿Espero el hisopado de la persona con la que estuve en contacto durante pocos minutos? Claro que la mayoría no somos expertos en evaluar riesgos.

El peso de tomar estas decisiones ahora es individual y, como mucho, familiar. Si bien las autoridades deben definir líneas de acción y emitir recomendaciones, como lo han hecho y seguirán haciendo, el resto depende de cada uno. Las decisiones que tomamos siempre afectan a otros, más cercanos o más lejanos. Es hora de asumirlo sin buscar tantos culpables. 

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