Que yo recuerde, hubo pocas series en la corta historia de Netflix cuyo final generara tanta ansiedad como el de Ozark. A tanto llegó la expectativa por la segunda y última temporada, a estrenarse el viernes 29 de abril, que la compañía de streaming hizo un breve documental en el cual el elenco y el equipo técnico hablan sobre la filmación de la serie que transformó en familia reconocible al matrimonio Byrde y a sus dos hijos adolescentes, dos criminalitos, los cuales han seguido el camino de sus padres en el lucrativo negocio del narcotráfico. El final, anuncian, será traumatizante para todas las partes involucradas. Tensión a todo volumen. Algo conozco al respecto, pero no lo voy a contar aquí. Quedan muy pocos episodios conteniendo el misterio sobre la conclusión, por lo tanto, hay que disfrutar los preparativos del viaje, que a veces terminan siendo lo mejor de la experiencia. Ozark nos hizo viajar con la imaginación a un lugar del medio oeste estadounidense, en el estado de Misuri, con amplios lagos artificiales, donde los carteles mexicanos tienen sucursal y son tan violentos como en México. Que yo recuerde, parte II, en la historia de la televisión reciente solo hay dos series que han sabido relacionar, con argumentos de fondo convincentes, la conexión entre narcotráfico y política, crimen y poder: Narcos, notable, de principio a fin, y Ozark, categoría aparte.
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