Antonio Alzamendi y Alfonso Domínguez en la vuelta olímpica de Uruguay tras ganar la Copa América de Argentina 1987

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Lo echó Máspoli y volvió, el Chueco Perdomo lo hizo lateral izquierdo y Maradona lo llevó a Argentina: la vida de Domínguez

Alfonso Domínguez fue criado por su abuela, conoció a su padre a los 15 años, jugó en los dos grandes, fue campeón con la selección, y tiene una hija que la rompe en Nacional y en la celeste
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23 de mayo de 2021 a las 05:02

Alfonso Domínguez es uno de los duraznenses más conocidos de todos los tiempos en el fútbol, junto con su compadre, Antonio Alzamendi. Sin embargo, hay toda una historia que contar que se da de bruces con lo que todo el mundo futbolístico piensa. Domínguez nació en Montevideo, en el Hospital Pereira Rossell, luego vivió en Maldonado, en Paso de los Toros -en una casa que su madre recuperó tras haber quedado bajo el agua en las peores inundaciones que vivió este país en 1959- y recién en 1981, cuando estaba cerca de cumplir 16 años, se fue a vivir con su madrina a Durazno.

Fue criado por su abuela Juana desde los tres meses, su madre Nelia estaba cerca y a su padre Enrique lo conoció a los 15 años. Tiene 12 hermanos más, pero el único de apellido Domínguez es él.

“Un día mi madre me dijo que me quería presentar a mi papá. Yo tenía 15 años y mantuve contacto con él un par de años. Murió en 1985 cuando yo estaba en Peñarol”, recuerda el exfutbolista a Referí.

En Durazno y a esa edad, empezó a trabajar. Jugaba en el club Artigas que le pagaba el alquiler para el apartamentito de su madre. Entonces comenzó a repartir medicamentos de una farmacia.

Alfonso Domínguez

“La abuela me hacía de todo. Si no llegaba, me estaba buscando. Es quien me hizo ser prolijo, no me crié con mis padres, pero fue muy importante su respaldo para ser lo más derecho posible”, recuerda.

Por entonces se disputó un Campeonato Sudamericano en Paraguay y cada departamento podía enviar a un futbolista a la preselección. Durazno mandó a Domínguez con 17 años y él fue el único del interior que quedó en la selección que concurrió al torneo. Allí conoció a Eduardo “Dito” Da Silva y al Pollo Vidal. Los dirigía Aníbal Gutiérrez Ponce.

Fue justo Dito Da Silva quien le puso el apodo de “Guacha”. Así lo cuenta: “Los de esa preselección nos quedábamos en CAFO. Yo extrañaba mucho y tenía un par de ovejas chicas guachas criando. Un día le dije: ‘Me voy a cuidar a las guachas’ y me quedó el sobrenombre”.

Domínguez fue uno de los siete que jugaron todos los partidos en aquel Sudamericano de 1985. Su rendimiento fue tan bueno que Peñarol se interesó por él.

Compartía habitación con el Pollo Vidal y el golero de Cerro, Jorge Roverano. Antes de volver a Montevideo, el Pollo le dijo que en Peñarol estaban interesados. “No, dejate de joder. Yo llego al aeropuerto y me voy para Durazno”, le contesté. Pero al llegar, lo estaba esperando el dirigente Amadís Errico y le pidió que pasara por la sede del club. “Fui y dejé mis datos. Después Wanderers y Bella Vista quisieron llevarme. Y Peñarol hizo una reunión en Montevideo, negoció con un militar grande que era el presidente de Artigas, y que era socio de Nacional, el coronel Conti. Él fue quien arregló todo”.

Alfonso Domínguez y su coterráneo y compadre, Antonio Alzamendi, cuando coincidieron en Peñarol

Enseguida cubrió el puesto 23 de la lista de Peñarol para la Libertadores, debido a que Charly Batista debió regresar a Cerro. Roque Máspoli era el técnico.

“Era un fenómeno. En nuestro grupo todavía nos acordamos cómo le gustaba jugar al tute, cómo jugaba con nosotros al vóleibol el día antes de los partidos. Le gustaba jugar en la red. Aprendí muchísimo con él”, explica.

Entiende que Peñarol fue su primer trabajo serio. “Había que jugársela. Dependía de mí, si la dejaba pasar, no sabía si iba a tener otra oportunidad, y más en mi caso siendo hincha de Peñarol”.

Jugó con Fernando Morena y Juan Ramón Carrasco con la aurinegra. Un día, extrañaba mucho y Máspoli, con aquella sapiencia única que tenía, lo echó de la concentración.

“Váyase y vea si quiere quedarse en su pueblo o jugar al fútbol profesional”, le dijo el excampeón del mundo con Peñarol y con la selección uruguaya en Maracaná 1950. “Volví al otro día y nunca más falté a ningún entrenamiento”, recuerda Domínguez.

Fue a vivir a la pensión de Peñarol en Ejido e Isla de Flores. Allí compartía hogar con el Chueco Perdomo, el Bomba Villar y el Pollo Vidal. Doña Beba era la encargada, pero no cocinaba. Manolo Facal pasaba en el ómnibus de Peñarol y los llevaba todos los días a Los Aromos.

En esa época, además de Morena, compartió plantel con el Tano Gutiérrez, Mario Saralegui y Miguel Bossio. “Son experiencias que se viven y tenemos necesidad de contarlas. Estar rodeado de gente como ellos era una enseñanza diaria. Me integré a esa Libertadores de 1985. La escuela que me dejó Peñarol es lo que tengo en mi vida diaria ya con 55 años. La escuela que tuve en Peñarol era diferente a la que tuve en Nacional. Hoy, un jugador con un año se salva económicamente, nosotros teníamos que rogar estar al día. Nos debían seis o siete meses de sueldo, pero no faltábamos a entrenar porque se hacía una vaquita para los que éramos jugadores del interior, y entrenábamos en las canteras del Parque Rodó”. Otros tiempos.

Alfonso Domínguez jugó en Peñarol y Nacional, además de en la celeste

En aquella época, el plantel votaba si paraba de entrenar debido a las deudas o no. “Cuando levantaban la mano para votar, yo era un gurí, pero mis compañeros me decían: ‘Usted, hable’. Querían saber mi opinión. Eso me ayudó a estar ocho años y ser capitán de Peñarol. Esa fue mi escuela”, cuenta.

Quizás muchos lo recuerdan como un gran lateral izquierdo, aunque, sin embargo, su puesto natural era por derecha.

Así lo admite: “A Peñarol fui como lateral por derecha. En 1986 se lesionó Juan Rabino en el Tróccoli, el Pepe Herrera jugaba de zaguero central con Rotti, y el Loco Trasante lo hacía de ‘10’. En medio del partido, el Chueco hizo las modificaciones. Máspoli era el técnico, pero fue el Chueco quien me puso a la izquierda y el Pepe pasó a la derecha. Luego del partido, Roque preguntó: ‘¿Quién hizo los cambios tácticos?’. Le dijimos que fue el Chueco. Primero se enojó, pero después dijo: ‘Está bien, hay que tener soluciones rápidas en el fútbol’”.

En Los Aromos se quedaba después de terminados los entrenamientos con Eliseo Rivero para trabajar el perfil zurdo del cierre. “Nuestra segunda casa era Los Aromos. Pasábamos ahí, llegábamos una hora antes para charlar y nos íbamos una hora después. Hoy terminan los entrenamientos y se van”.

Otra vez gracias a su nivel, fue citado para la selección mayor por Roberto Fleitas. Se venía la Copa América de Argentina 1987.

El Pelado Peña, Alzamendi, Domínguez y Seré dando la vuelta olímpica en el Monumental de Núñez tras ganar la Copa América 1987

Si habrán cambiado los tiempos con relación a la celeste: “Nos cambiábamos en el Centenario, pero no podíamos entrenar ahí, entrenábamos enfrente, en la cancha de Miramar. Nos fuimos una semana a Maldonado a hacer la pretemporada y viajamos a Argentina tres días antes de empezar la Copa. Nos quedamos en Moreno y pasábamos un frío bárbaro. Había un lugar de juego en el que había solo una mesa de ping pong (tenis de mesa). Hacíamos un sacrificio muy grande respecto a lo que se hace hoy. Gonzalo Díaz era el titular por derecha y yo por izquierda, y en el entrenamiento previo, Fleitas nombró a los dos zagueros, nombró al Chango (Pintos Saldanha) de lateral izquierdo, y pensé: ‘Ta, me limpió’. Pero no, me puso a la derecha. Gonzalo tenía una pubalgia embromada y se ve que por eso lo sacó”.

Claro que el mensaje de Fleitas, fue un yunque de responsabilidad. Lo miró a Domínguez y le dijo: “Usted se va a encargar de marcar al mejor jugador (Diego Maradona), no lo deje desbordar y que haga el centro. Juega un partido mano a mano con él”.

Recuerda Domínguez: “Ese año fue muy especial para mí, más que nada por haber logrado el título con Peñarol y haber llegado a mi primera selección mayor. Estaba con seguridad. Me sentí muy seguro de lo mío. Contra Argentina era un partido que me jugaba mucho, pero que en aquel momento no lo pensaba, era como un partido más. Tenía la función de que Diego Armando no hiciera lo que siempre hizo. Eso me ayudó muchísimo a ir a jugar después a River argentino. Sobre todo, luego de una nota, en la que él me nombró como el mejor lateral que lo había marcado sin pegarle”.

Alfonso Domínguez marcando a Diego Armando Maradona en la Copa América 1987; "Diego Armando habló muy bien de mí, dijo que nunca le pegué y lo marqué muy bien; eso hizo que con el tiempo me contrataran en River argentino", dijo Domínguez

Y añade: “Fue uno de los partidos en que ni lo toqué. No lo dejé recibir, ni girar. Históricamente, cuanto más le pegaban, mejor andaba, y no caía fácilmente. En ese partido buscaba fastidiarlo, pero sacándole la pelota, no dejarlo pensar ni recibir y eso intento enseñar o volcar a mis jugadores, sacar ventaja en las pequeñas cosas”.

Para el exlateral, fue “uno de los días de mayor alegría de mi vida, porque ganamos y porque cada uno de nosotros cumplimos tal como se había planificado. Jugábamos contra el campeón del mundo, me tocó marcar al mejor del mundo y ganarle en la cancha de River. Sabíamos que habíamos hecho un papel más que importante. No te podías equivocar porque no tenías revancha”.

Después vino la final contra Chile, con un fútbol totalmente diferente al argentino. “Eran muy rápidos, pero la selección era un grupo. Aprendí mucho de los repatriados, como se les dijo. Por ejemplo, de Antonio (Alzamendi) que es mi compadre. Fuimos compañeros de pieza, él es padrino de mi hijo Maximiliano y yo soy padrino de su hija Vanessa. Yo quería conseguir las cosas que él había logrado. Esas cosas son las que te dejan los jugadores de experiencia, siempre y cuando quieras aprender”.

Solo seis años antes defendía al club Artigas de Durazno y en ese momento, era campeón de América con la selección. Apenas tenía 21 años. “Pasé de jugar con 500 personas a hacerlo con 65 mil. La vuelta olímpica fue espectacular, algo soñado”, explica.

Aprender todos los días

Siguió creciendo con la selección hasta integrar el plantel para el Mundial de Italia 1990. En la gira previa estuvo en el 3-3 con Alemania, tuvo que marcar nada menos que a Pierre Littbarski, y después, de postre, le ganaron a Inglaterra 2-1 en Wembley.

“Me acuerdo la pisada del Negro (Ruben) Pereira (ante los alemanes) y el golazo del Chueco de tiro libre (para la victoria contra los ingleses)”.

Uruguay venció a Inglaterra 2-1 en Wembley antes del Mundial de Italia 90 y allí estuvo Alfonso Domínguez

El nivel de juego en el debut de aquel Mundial fue muy bueno, pero no se pudo llevar al resultado. Todos recuerdan el penal que marró el hasta entonces, mejor jugador de Uruguay, Ruben Sosa, ante España. El encuentro terminó 0-0.

“Lo que se ha logrado en estos 15 años con el Maestro, es algo de lo que ya tenía pensado él en aquel primer pasaje por la selección con un proyecto con jugadores del medio local, y agregarle aquellos de nivel internacional en buen momento para las diferentes competencias. No tuvimos la suerte en ese penal, seguramente la historia hubiera sido muy distinta. Bajó anímicamente a nuestros jugadores clave como Ruben, Antonio (Alzamendi) también bajó muchísimo, pero fueron situaciones de juego. Hicimos todo para ganarle a España y el rival mismo admitió que fuimos muy superiores”, explica.

Al Maestro Tabárez lo tuvo en Peñarol campeón de la Libertadores 1987, y en la selección. “Con el profesor (José) Herrera, tenían una evolución diferente, veían el fútbol que iba a pasar más adelante. Con pocas herramientas lograba cosas. En mi carrera lo pongo como el mejor técnico que tuve. Me enseñó mucho, su base es la conformación de un grupo. Con él no existe patrón-empleado. El jugador para él no es personal de laburo. Intenta formar el grupo como persona. Yo como jugador tengo que saber lo que está pensando mi compañero de zaga, el lateral, el punta. Lo hizo en Peñarol, en la selección cuando yo jugué y ahora en la selección. Se va uno y el que entra, lo hace con las armas que se le dieron tiempo atrás. No es solo lo deportivo, solo jugar bien. Él trabaja la formación del grupo, que se sientan bien”.

La base de la selección uruguaya que jugó el Mundial de Italia 90

Con Tabárez en Peñarol, ganó el clásico de los ocho contra 11, la noche en la que todos aseguraban que si los aurinegros no ganaban, el Maestro iba a ser despedido.

Cuenta Domínguez que hace poco vio se partido otra vez. “Tras las tres expulsiones, había que jugar uno contra uno en el fondo, se jugaba y si había que arriesgar, se arriesgaba. Si perdíamos, había cuatro o cinco entrenadores para hacerse cargo del plantel. Como decimos siempre los de ese grupo, somos la barra de los inconscientes, jugamos las finales de la Libertadores, pero no lo sabíamos. En Peñarol se ganó así la copa y el ocho contra 11. Asumíamos, nos conocíamos tanto, creíamos tanto en el compañero, que arriesgábamos. No teníamos descanso durante un año por las giras que había a mitad de temporada, porque había que recuperar dinero”.

Recuera que jugaron amistosos en Colombia y llegaron directo del aeropuerto a la cancha de Defensor por el Uruguayo. “Nos veníamos cambiando en el ómnibus por la rambla y dentro del Franzini, el Loco Trasante se mandó un pancho antes de jugar. Ahí no había las comodidades de ahora, había que jugar y se jugaba. El otro día veía a los jugadores de Independiente en Bahía que debieron dormir en el aeropuerto. ¡Las veces que nos quedamos en el aeropuerto para esperar el próximo vuelo horas y horas, para no pagar un pasaje más caro, o no pagar una estadía. Si habremos hecho eso! Uruguay mismo lo hizo”, dice.

Los ocho jugadores de Peñarol que le ganaron 2-1 a Nacional el 23 de abril de 1987; Eduardo Da Silva, Eduardo Pereira, Obdulio Trasante, Alfonso Domínguez (parados); Jorge Goncálvez, Gustavo Matosas, Diego Aguirre y Jorge Cabrera (sentados)

Esas giras tenían cosas increíbles. Eran para recaudar fondos para pagarse sus propios sueldos. En una realizada por México, fueron a Torreón y Potosí.

“Hicimos 750 kilómetros en un ómnibus que tenía tres filas de asientos adelante, en la mitad del bus había un living con una mesa en el medio y dos sillones, y en el fondo dos cuchetas y un baño. En un partido nos robaron en el hotel mientras jugábamos. En otro se armó lío, se suspendió, nos rodearon en la mitad de la cancha. No podíamos respirar por los gases lacrimógenos. Querían que devolviéramos la plata. La venta era mínima, pero daba para pagarnos un mes de sueldo. El Bola Delgado, que era el utilero, estaba durmiendo y no quería devolverla. Roberto Matosas (padre de Gustavo, quien vivía en México) nos sacó del país disparando de madrugada”, cuenta.

La Libertadores de 1987

Peñarol campeón de la Copa Libertadores de América 1987

Sobre la Copa Libertadores ganada en 1987 recuerda dos cosas: el partido que se le ganó a Independiente en Avellaneda y, obviamente, la final de Santiago.

“En Avellaneda realmente el equipo vio a qué apuntaba, el grupo supo que dependía de sí mismo. De la forma que se ganó ahí fue espectacular. Era el Peñarol que a veces mirándolo de afuera no se entiende, no era el mete huevo, era el Peñarol-Peñarol. En Santiago, ellos tiraban pelotas desde el banco de suplentes, y después que hizo el gol Diego (Aguirre), directamente se murieron. Lo primero que decíamos era qué bien me siento, así es lindo ganar”.

Previo al partido, ambos planteles estaban en el mismo hotel. “Nosotros estábamos en un piso y ellos en otro. Un día antes, subió el Loco Trasante al ascensor con alguno más y justo había uno de los rivales con la camiseta de Nacional. Si hubiesen tenido que bajar más el Loco lo hubiera matado a piñazos. Se ganó con nuestras armas. Éramos los inconscientes. No le teníamos miedo a nadie, ni a River, ni a Independiente, ni América que era una selección”.

El grupo de Whatsapp se llama Somos la Quinta. El Bomba Villar es el que empieza mandando mensajes ya a las 5 y media de la mañana y después lo sigue Domínguez.

Y reflexiona: “Nos duele que no se hayan hecho reconocimientos porque capaz que se olvidan de gente que la está pasando mal. Nosotros tratamos de ayudarnos uno a otro. A veces se olvidan de los reconocimientos. Si hay una comida, tenemos que estar todos, si hay un reconocimiento, se hace para todos. Se hizo un libro y si entra dinero es para todos”.

La final de la Intercontinental contra Porto en Tokio fue el recordado encuentro en la nieve.

El partido que Peñarol perdió bajo la nieve de Tokio por la final de la Copa Intercontinental ante Porto, con Alfonso Domínguez en el lateral zurdo

“Ninguno de nosotros estábamos acostumbrados a jugar en la nieve, sí con mucho barro. Calentamos dentro de un vestuario y ellos calentaron afuera. Nuestros tapones eran intercambiables normales y ellos tenían tapones totalmente diferentes porque se veía que se iban a necesitar. Hacía años que no nevaba en Tokio. Nos acostamos con una noche tremenda y al otro día, nieve. Pensábamos que se iba a suspender y se jugó”.

Menotti como DT

Domínguez era el capitán de Peñarol cuando fue nombrado César Luis Menotti como técnico, por lo que fue él quien se lo presentó al resto de sus compañeros en Los Aromos.

“Hice la presentación como capitán. Jugamos a nivel local, hicimos una gira por Italia y ganamos un torneo. Él subió de Cuarta división a Paolo Montero. Menotti le daba la libertad de salir jugando como si tuviera muchos años en Primera. Lo que él cenaba en Italia, lo cenaba el plantel, era igual a todos. Puso a la delegación a una altura que él estaba acostumbrado, al estilo europeo: buen hotel, ya no se viajaba en ómnibus, sino en avión. Él marcó esa diferencia e intentó jugar diferente, bien con los riesgos del achique”, explica.

Jugó el clásico sin arquero en 1991 cuando fue expulsado Fernando Álvez y en su lugar ingresó Jorge “Tito” Goncálvez.

Recuerda que fue el propio Tito quien “asumió ponerse los guantes y sacó un par de pelotas bárbaras. Él quiso ir y el plantel lo respaldó. Ni le preguntamos nada al técnico, que era el Tato Ortiz. Fue una decisión propia”.

En 1992 quedó libre por un error administrativo, y Alzamendi logró llevarlo para River Plate argentino.

Allí lo dirigió Daniel Passarella con el Tolo Gallego como ayudante, y el actual técnico, Marcelo Gallardo -que recién comenzaba a entrenar en Primera- “cumplió 16 años en la pretemporada en Mar del Plata y le festejamos el cumpleaños. Nacional tuvo la suerte de conocerlo y él es así, una tremenda persona”. También estaban “Orteguita, Basualdo, Altamirano, Ramón y Hernán Díaz, el golero era Ángel Comizzo, Zapata, Astrada, Toresani y Medina Bello”.

El pasaje de Alfonso Domínguez por River Plate argentino, en donde fue dirigido por Daniel Passarella

Su etapa en Nacional

Un año y medio después volvió a Montevideo, llegó a un acuerdo con Juan Pedro Damiani para retornar a Peñarol. Estaba Gregorio Pérez como técnico y tenía el puesto ocupado, y le dijo “que lo esperara seis meses”.

“Antonio (Alzamendi) se calentó y me dijo que pasaba a Nacional. Al otro día estaba entrenando en Los Céspedes. Salimos a las 6 de la mañana de Durazno, fui a Los Céspedes, estaba Ceferino Rodríguez, el técnico era Luján Manera que me conocía porque dirigía a Argentinos Juniors cuando yo jugaba en River. Estuve 20 días en un hotel, hasta que arreglamos”, explica.

Alfonso Domínguez fue llevado por Antonio Alzamendi a jugar en Nacional

Jugó con grandes futbolistas en los tricolores. Estaban Fabián O’Neill, el Vasco Ostolaza, el Negro Méndez, Revelez, Seré. "De Fabián lo que recuerdo es que era un tremendo jugador, un ser humano espectacular. A veces es bravo entender situaciones o momentos de él, pero como persona es espectacular. Si querés elegir un amigo, elegilo a él, es un gaucho espectacular. Tuve la suerte de tenerlo de compañero antes de que se fuera a Italia. Cuando volvía, yo era de cuidarlo, de traerlo, le hacía de chofer. Siendo presidente de Defensor de Paso de los Toros me llevó a jugar allí. Igual que el Vasco Ostolaza, para mí, son palabras mayores. Tremendo tipo”.

Y en su segundo año en Nacional jugó con el Chino Recoba, quien llegaba de Danubio y luego volvió a juntarse con Carrasco, como había pasado en Peñarol.

Increíblemente, no hizo goles en toda su carrera. Solo recuerda un gol, pero en contra con la selección, a Fernando Álvez.

De Nacional pasó a Huracán Buceo, luego estuvo dos años jugando en la selección de Durazno (2001-02), en el Tito Borjas de San José con O’Neill y Ruben Paz, y en 2006 en Juvenil de Durazno, como complemento de lo que jugaba, lo pusieron a cargo de la cantina y allí trabajó.

Como entrenador, Alfonso Domínguez fue campeón del interior en 2018 dirigiendo a Durazno

Hace 13 años que trabaja en la intendencia de Durazno. Primero en la parte de deportes, luego en el deporte en las escuelitas municipales y el año pasado volvió al estadio de baby fútbol. Como técnico dirigió juveniles de Durazno en 2011, cuando fueron vicecampeones y en 2018 fue campeón como entrenador de la mayor.

Alfonso Domínguez junto a su hijo Maximiliano

“Aspiro a llevar mi experiencia a Peñarol y algún día poder dirigir a las juveniles”, dijo.

Tiene dos hijos, Maximiliano y Micaela, quien juega en Nacional y en la selección uruguaya, e incluso fue parte del Mundial de Colombia sub 17.

Micaela Domínguez juega en la selección uruguaya femenina; su padre, Alfonso Domínguez, lo hizo en la masculina

Además, una de las hijas de su segunda pareja Manuela Maciel, juega en Defensor.

Manuela Maciel es la hija de la última pareja de Alfonso Domínguez; aquí con la camiseta de Defensor Sporting

La vida de Alfonso Domínguez tuvo de todo: jugó en los dos equipos grandes, la selección, el título de la Copa América 1987, el Mundial de Italia 1990, y con jugadores de la talla de Morena, Ruben Sosa, O’Neill, Carrasco, Recoba, Diego Aguirre, Francescoli, Alzamendi, De León, Bengoechea, Ruben Paz, Paolo Montero, Orteguita, entre otros, y tuvo como técnicos a Máspoli, Tabárez, Menotti y Passarella. Fútbol en estado puro.

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