Nicolás Scafiezzo

Los libros de todos: nuevos desafíos para la Biblioteca Nacional

El escritor y periodista Valentín Trujillo gestionará el legado que Dámaso Antonio Larrañaga inauguró en 1816

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22 de marzo de 2020 a las 05:02

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Subió infinidad de veces esa escalera escoltada por Sócrates y Cervantes, pero el 2 de marzo lo hizo con la ansiedad de quien está a punto de asumir uno de los cargos culturales más importantes del Uruguay.

Al llegar al mostrador, una treintañera sonriente le dio las buenas tardes y le preguntó en qué lo podía ayudar. “Soy Valentín Trujillo, el nuevo director de la biblioteca”, anunció. Ella ensayó una bienvenida con espontaneidad, aunque también con un dejo de vergüenza. 

Lo primero que hizo fue caminar por ese edificio de laberintos y aires borgeanos, que alberga el patrimonio bibliográfico más preciado del país.
A medida que avanzaba entre sus recovecos, Trujillo iba conociendo a los funcionarios con los que trabajará durante los próximos cinco años. Lo entusiasmó encontrar gente joven, aunque supo que desde diciembre está roto el elevador, lo que complica las tareas. Entre la fascinación también asomaban esos problemas que se transformarán en dolores de cabeza. 

Nicolás Garrido

Como estudiante y como escritor pasó muchas horas de su vida en la sala principal. Pero jamás había estado en el despacho que en otros tiempos ocuparon figuras célebres, como Francisco Acuña de Figueroa, Alberto Zum Felde, Dionisio Trillo Pays y Enrique Fierro, entre otros. Hace no tanto, pasaron varios años por allí Tomás de Mattos y Carlos Liscano. Quien acaba de dejar el cargo también hizo historia. La licenciada en Bibliotecología Esther Pailos fue la primera mujer en dirigir la Biblioteca Nacional de Uruguay. 

El sillón de cuero negro del despacho de la Biblioteca Nacional perteneció a José Enrique Rodó. Eran casi las cuatro de la tarde cuando, por fin a solas, Trujillo se sentó en él y sintió sobre sus hombros el legado de los intelectuales que estuvieron antes que él.

El miércoles 3 de marzo, el escritor recibió a El Observador en su oficina en plena mudanza. Habló de lo que representa ese edificio para la cultura. “Este es uno de los principales archivos históricos que tiene el Uruguay. Aquí siempre se dialoga con el pasado, pero ahora el desafío es adecuarse al enorme universo del no papel”, dijo. Al escritor lo entusiasma la idea de dirigir un organismo vivo y en constante expansión. Cada día llegan allí nuevos títulos, reediciones y diarios, entre muchos otros formatos. A juicio de Trujillo es necesario desterrar la idea de la biblioteca como un sitio gris y avejentado, pues es en realidad un universo de conocimiento infinito que tiene mucho para ofrecer. 

Leonardo Carreño

Un poco de historia

Trujillo continuará un legado que nació con la patria. Para escribir sobre la historia de la biblioteca pública es necesario tener a mano los apuntes sobre Dámaso Antonio Larrañaga, una de las personalidades más ilustres del Río de la Plata en su tiempo. El historiador Lincoln Maiztegui siempre decía que la historia de la Banda Oriental no puede entenderse sin el aporte de Larrañaga. Hombre de ciencia, religioso, botánico, arquitecto, estanciero, viajero incansable y legislador, fue una especie de Leonardo oriental. Estaba por encima de las divisas. Durante el sitio de la Guerra Grande, cruzaba las líneas de un lado al otro sin que nadie se atreviera a molestarlo.

En medio del proceso revolucionario, el 4 de agosto de 1815, el presbítero envió una carta al Cabildo en la cual proponía suplir la falta de maestros e instituciones con buenos libros. Planteó la necesidad de crear una biblioteca pública para que concurrieran los jóvenes y todos aquellos que quisieran acceder al saber. Larrañaga había recibido hacía poco la colección del hacía poco fallecido José Pérez Castellano, lo que se sumaba a los ejemplares con los que ya contaba. Tal vez nadie supiera más de libros que él en la Banda Oriental. Conocía, además, las novedades europeas, pues mantenía contacto epistolar con figuras de renombre. 

Artigas, que estaba en el campamento de Purificación, redactó: “Yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objetivo llevase esculpido el título de la pública felicidad”. El prócer dijo conocer las ventajas de una biblioteca pública. Esa fue la unión de las armas y las letras. 
Larrañaga fue el primer director de la biblioteca pública, que fue instalada en los altos del fuerte de Montevideo, donde hoy está la plaza Zabala. El 26 de mayo de 1816, Larrañaga dijo durante su inauguración: “Una biblioteca no es otra cosa que un domicilio o ilustre asamblea en que se reúnen, como de asiento, todos los más sublimes ingenios del orbe literario o por mejor decir, el foco en que se reconcentran las luces más brillantes que se han esparcido por los sabios de todos los países y de todos los tiempos. Estas luces son las que el ilustrado y el gobierno vienen a hacer comunes a sus conciudadanos”. 
Cuatro días más tarde, Artigas estableció en Purificación un santo y seña que recogía la repercusión pública del hecho que acababa de ocurrir en la Banda Oriental: “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”. A dos siglos de aquel ideario, ¿para qué sirve tener una biblioteca pública? Esa pregunta se la han hecho muchos directores y muchos gobernantes, algunos incluso en tono despectivo. Trujillo tiene varias respuestas para esa pregunta. 

“La Biblioteca Nacional posee el mayor volumen de colecciones de libros nacionales y extranjeros del país. Además, es un gigantesco archivo histórico, más allá de libros, de afiches, revistas, fotografías y todas las publicaciones a lo largo del tiempo. Desde el punto de vista legal, todas las publicaciones que se imprimen en Uruguay deben rendir ejemplares a la biblioteca. Los diarios también, obviamente”, dijo. 

Pero a la hora de invitar a uruguayos y extranjeros a experimentar un vínculo más cercano con la biblioteca, Trujillo reseñó que dentro de ese impactante edificio que ocupa toda la manzana no solo hay libros. Hay allí un museo, un teatro con uno de los mejores pianos del país –de la marca alemana Steinway– y obras de arte a descubrir en cada esquina. 

Pero, por encima de los objetos, hay personas. La biblioteca alberga publicaciones y grupos de investigadores y tiene un montón de desafíos por delante en los tiempos que corren. “El mayor de ellos es digitalizar todo: hacer una biblioteca del siglo XXI”, dijo el nuevo director.

Leonardo Carreño

Una vida entre libros

Valentín Trujillo nació en Maldonado en 1979. Es profesor de idioma español y literatura en liceos de Punta del Este y Pan de Azúcar. Estudió periodismo en la Universidad Católica y cine en Cinemateca Uruguaya. Ha trabajado como docente en Secundaria, pero también trabajó en un vivero, en una estación de servicio, en una librería y en un aeropuerto. En 2005, comenzó a trabajar en El Observador. 

Su obra ha sido galardonada por diferentes instituciones. En 2016, ganó el Premio Nacional de Narrativa Juan José Morosoli por Jaula de costillas y el premio Onetti por ¡Cómanse la ropa!. Su ensayo sobre Carlos Real de Azúa, titulado Una biografía intelectual, fue premiado con el Bartolomé Hidalgo y recibió, también, el Premio Nacional de Literatura. La presentación de ese libro fue en la Biblioteca Nacional, y estuvo a cargo del politólogo Adolfo Garcé y del historiador Gerardo Caetano. 

El llamado Hay Festival de Bogotá eligió en 2018 a los mejores 39 escritores de ficción de América Latina mayores de 40 años. Había en esa lista dos uruguayos: Valentín Trujillo y Damián González Bertolino. 

Trujillo ha dicho que Uruguay es un país ingrato con sus intelectuales. Él eligió repensar a Real de Azúa, pero siempre que puede despotrica que nadie se ocupa de escribir nuevas investigaciones sobre figuras como Idea Vilariño, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Quijano, Juan Pivel Devoto, Carlos Maggi y varios más. 

A Trujillo le gusta escribir cuentos. En ellos, los lectores tienen a su disposición historias de otros tiempos, como la lucha del chef de Napoleón por cocinar en un campamento de guerra o los entretelones de las andanzas de la delegación argentina en la final de la copa del mundo de 1930 en Montevideo. También hay narrativa más intimista, como aquel cuento sobre un hombre que quería a sus perros cimarrones más que a nada en el mundo.

Sus novelas también han mirado la historia. En ¡Cómanse la ropa!, el autor indaga en las andanzas de Carlos Federico de Brandsen, un destacado jinete francés que había peleado junto a Napoleón y luego llegó a América para las luchas por la libertad de las repúblicas. Esas páginas huelen a bosta de caballo, a sudor agrio y al sabor amargo de tanta muerte. El lector vive la revolución a caballo por los pueblos fantasmas que aparecen a través de los Andes. El año pasado, Trujillo publicó Revolución en sepia, una novela ambientada en el Montevideo de finales de la década de 1960. Es la historia del hijo de un ministro del gobierno que ha pasado sus días escuchando a los Beatles y que conoce a un joven con ideas revolucionarias. Tocan juntos en una banda llamada Los Shepards. Una pregunta sobrevuela las escenas: ¿cambiar el mundo con las armas o con la música? 
Ese autor será ahora el encargado de dirigir a la biblioteca más grande del país. Esos pasillos que invitan al silencio, a la concentración y a la introspección son recorridos por muchas más personas de lo que la gente imagina. Investigadores uruguayos y extranjeros cuentan con ese archivo público para sus trabajos. El desafío es lograr que más personas acepten la invitación de tener en la biblioteca un lugar al que concurrir más seguido. Ese inabarcable patrimonio bibliográfico está al alcance de todos. 

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