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Los líderes deberían preguntarse cómo crear la recuperación más sólida posible

El FMI prevé que el segundo trimestre de 2020 debería ser el punto más bajo de la crisis económica de covid-19

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02 de julio de 2020 a las 14:21

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Por Martin Wolf

La "Actualización de las Perspectivas de la Economía Mundial" del Fondo Monetario Internacional (FMI) para junio no es un documento alentador. Sin embargo, contiene un punto alentador: el segundo trimestre de 2020 debería ser el punto más bajo de la crisis económica de covid-19. Si es así, el reto es producir la mejor recuperación posible.

La disminución de las previsiones del FMI desde abril es significativa, con un pronóstico de crecimiento global de menos 4.9% este año, una caída del menos 3% pronosticado en abril. Se pronostica que el crecimiento del próximo año será del 5.4%. Como resultado, se anticipa que la producción global supere ligeramente los niveles de 2019 en 2021. Sin embargo, en el cuarto trimestre de 2021, el producto interno bruto (PIB) de los países de altos ingresos aún estaría por debajo de los niveles del primer trimestre de 2019. La producción también estaría alrededor de un 5% por debajo de los niveles implicados por las tendencias de crecimiento anteriores a covid-19.

Hemos estado viviendo lo que el Banco de Pagos Internacionales (BPI), en su último informe anual, llama una "parada repentina global". La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha afirmado que, a nivel mundial, es probable que la disminución de las horas de trabajo en el segundo trimestre sea equivalente a la pérdida de más de 300 millones de empleos de tiempo completo.

El FMI ha subrayado acertadamente las siguientes incertidumbres: la duración de la pandemia y los adicionales confinamientos nacionales o locales; la medida del distanciamiento social voluntario; la severidad de las nuevas normas de seguridad; la capacidad de los trabajadores desplazados para obtener empleo; el impacto a largo plazo de los cierres de empresas y del desempleo; el alcance de las reconfiguraciones de las cadenas de suministro; el probable daño a la intermediación financiera; y el grado de las nuevas dislocaciones de los mercados financieros.

SAUL LOEB / AFP

La respuesta en materia de política ha sido correcta en una escala sin precedentes para los tiempos de paz. El FMI ha pronosticado que, este año, la deuda pública aumentará en 19 puntos porcentuales en relación con el PIB. Las políticas de los bancos centrales no han sido menos sorprendentes. El apoyo de las autoridades fiscales y monetarias también es, en sí, revolucionario. Los gobiernos han surgido como aseguradores de último recurso. Los bancos centrales han ido mucho más allá de la responsabilidad de la banca. Donde ha sido necesario, ellos han asumido la responsabilidad de todo el sistema financiero. De hecho, con sus intervenciones, incluyendo los acuerdos de intercambio de divisas con otros bancos centrales, la Reserva Federal de EEUU (Fed) ha asumido la responsabilidad de gran parte del sistema financiero mundial.

Los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. Bajo la dirección de Agustín Carstens, el ex jefe del banco central mexicano, el BPI correctamente ha respaldado las acciones de los bancos centrales. Su informe explica que los bancos centrales tienen dos objetivos: "evitar daños duraderos a la economía asegurando que el sistema financiero continúe funcionando" y "restaurar la confianza y apoyar los gastos privados".

Éste no es el final de las intervenciones masivas. Puede que ni siquiera sea el final de su comienzo. Enormes incertidumbres nos aguardan en el futuro. Pero, tal como lo ha señalado recientemente Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), citando a Abraham Lincoln, "la mejor manera de predecir el futuro es crearlo".

Entonces, ¿cómo deberíamos crear el futuro que deberíamos querer, uno en el que haya el menor daño posible y la recuperación más sólida posible hacia un futuro económicamente sostenible? Ésa es la tarea que los líderes actualmente deberían estar abordando.

Para el futuro inmediato, el reto más importante continúa siendo minimizar el daño a la salud y a la economía ocasionado por covid-19. Para lograrlo, sigue siendo esencial contar con una fuerte cooperación.

Esto será particularmente importante para los países emergentes y en desarrollo, los cuales aún necesitan sustancial ayuda. El FMI ya ha acordado programas para ayudar a 72 países en dos meses. Sin embargo, a pesar de la mejora en los mercados financieros, se requerirá alivio de la deuda y apoyo oficial adicional durante los próximos meses y, casi con toda seguridad, durante los próximos años.

Conforme terminen los confinamientos y se recuperen las economías, también será esencial cambiar las políticas hacia la promoción de la recuperación, y será vital evitar el error del período posterior a la crisis financiera de 2008, cambiando demasiado pronto del apoyo hacia la consolidación fiscal y hacia el endurecimiento monetario. Se necesitará una agresiva política fiscal y monetaria continua para poner de vuelta en uso los recursos inactivos y cambiar las economías hacia nuevas actividades.

La nueva economía en la que emerjamos será –y debería serlo– diferente a la anterior. Deberá aprovechar la revolución tecnológica actual hacia una interacción virtual y lejos de la constante interacción física. También deberá proporcionarles un futuro mejor a las personas más afectadas. Tendrá que acelerar el cambio hacia una economía más sostenible.

Manteniendo la demanda, los legisladores pueden hacer que tales cambios sean mucho más fáciles. Sí, existen algunos riesgos como consecuencia de hacer esto. Pero son mucho más insignificantes que el resultado político y económico de otra ronda de austeridad por cuenta de los beneficiarios del gasto público. Esta vez debe ser diferente.

Sobre todo, el gobierno está de vuelta, así como lo está un deseo de que haya competencia. Los políticos antigubernamentales han podido convertir sus propios fracasos en un argumento: ¿quién confiaría en un gobierno como éste? Pero aquellos que tengan ojos pueden claramente ver que no tiene que ser así. Los contrastes entre la Alemania de Angela Merkel y el EEUU de Donald Trump o el Reino Unido de Boris Johnson son demasiado evidentes.

Tal vez este desastre conllevará un beneficio: veremos que no sólo está de vuelta el gobierno, sino también la demanda de un gobierno sensato dirigido por personas competentes. Eso no haría que valiera la pena padecer tal calamidad. Pero nunca se debe desaprovechar una crisis. Los seres humanos pueden aprender de experiencias dolorosas. Hagámoslo.

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