Mia Farrow y Robert Redford en el film "El gran Gatsby", de 1974, basado en la novela de Scott Fitzgerald sobre los años 20
Miguel Arregui

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Los “locos años 20”, el preámbulo de la gran tormenta totalitaria

A un siglo del inicio de “los años felices” (I)
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15 de enero de 2020 a las 05:03

“Los locos años 20”, o “los años felices”, una década dorada que se inició hace un siglo, fue una era de bonanza y optimismo en Estados Unidos, la gran potencia emergente, que se propagó en menor medida por países de cierto desarrollo relativo (incluido Uruguay).

Calificar de feliz a la década de 1920 es una grosera simplificación, escrita a posteriori. Pero no es un estereotipo del todo descaminado si se tienen en cuenta las miserias que la precedieron, debido a la Gran Guerra de 1914-1918, y a los desastres que la siguieron, durante la Gran Depresión internacional.

En los países más industrializados, de Europa occidental y América del Norte, la década de 1920 fue de gradual recuperación económica y goce de los beneficios de la paz. 

Pero hubo muchas excepciones. Gran Bretaña pasó por una depresión a mediados de la década, cuando Winston Churchill era ministro de Hacienda (chancellor of the Exchequer). Él impuso una política monetaria contractiva para barrer los excesos de emisión que se habían hecho para gastos militares y así regresar a la paridad de antes de la Gran Guerra: 4,86 dólares por libra. Pero a cambio provocó una recesión.

Alemania y Austria, las “potencias centrales” derrotadas y cercenadas tras el conflicto, padecieron desastres sin cuento al menos hasta 1923. Ambos Estados cubrieron buena parte de sus presupuestos, incluidas las gravosas reparaciones fijadas por el Tratado de Versalles de 1919, imprimiendo cada vez más billetes. Sólo el 12% del presupuesto alemán de 1923 era cubierto con ingresos fiscales genuinos: el resto era papel impreso. La subida de precios fue de hasta 56.000.000.000% anual y las personas abandonaron los billetes y regresaron al trueque.

Alemania inició una vigorosa recuperación en la segunda mitad de la década, aunque con crecientes choques entre nazis y comunistas, una amenaza para la muy liberal República de Weimar y preámbulo de tiempos oscuros.

El pequeño Uruguay, que había entrado en crisis ya en 1913, antes de la Gran Guerra, vivió años depresivos hasta 1923, salvo breves períodos de recuperación. Pero, en conjunto, la década de 1920 se caracterizó por la continuidad del desarrollo socioeconómico, el perfeccionamiento del sistema democrático y el optimismo: una versión provinciana de los “años locos” o los “años felices” de Europa y América del Norte. Fueron tiempos de la irrupción del automóvil y de la radio en los hogares más ricos, y de los primeros grandes éxitos internacionales del fútbol uruguayo, con la obtención de medallas de oro en los Juegos Olímpicos de París 1924 y Ámsterdam 1928.

El predominio estadounidense

Estados Unidos, que reunía 6% de la población del mundo, se consolidó como la primera economía, posición que ya había alcanzado en la década de 1890. Por sí solo producía el 35% del producto bruto mundial. Era por lejos el primer exportador, aunque practicara una política exterior aislacionista. Su industria automotriz alcanzó una expansión de vértigo y gestó una nueva cultura popular masiva, al igual que su cine, su literatura o su producción musical, desde el jazz al blues.

Beber alcohol fue ilegal desde enero de 1920, debido a La Prohibición o “Ley Seca”, lo que estimuló y enriqueció a las mafias criminales, lideradas por personajes como Al Capone. 

La radio pasó a imperar en los hogares, y la vida se vio facilitada por la mecanización: desde el tractor al Ford T, un vehículo producido en serie del que se vendieron 15 millones de ejemplares entre 1908 y 1927.

Estados Unidos era también el principal acreedor mundial. Todos los beligerantes de la Gran Guerra le debían mucho dinero, incluso Gran Bretaña, por préstamos en efectivo, suministros bélicos, materias primas y alimentos.

El crédito fácil en Estados Unidos empujó el consumo de artefactos eléctricos, automóviles (en 1925 ya había uno cada cinco habitantes), la construcción de viviendas y la explosión del art déco en las grandes ciudades. También fomentó la inversión en la bolsa de Wall Street, que recaudaba capital para las empresas. Pero el optimismo desmedido provocaría una burbuja letal.

La electrificación se expandió a gran velocidad. En 1924 el 35% de los hogares de Estados Unidos, un país enorme, contaban con electricidad, y en California ya eran el 83%. También comenzó a llegar al campo, lo que significó un enorme salto de la productividad. 

La innovación tecnológica comenzó a cambiar la faz del mundo. “Lo que los años 20 norteamericanos demostraron fue la velocidad con que la productividad industrial podía transformar los lujos en necesidades y extenderlos hacia abajo en la pirámide de clases”, escribió el historiador británico Paul Johnson.

Pero la demanda no podría mantener el ritmo, lo que contribuiría a explicar el abismo de 1929. (La riqueza sólo podía aumentarse gradualmente, y la producción tenía un límite, después de todo).

La enseñanza pública registró una enorme expansión, sobre todo en América del Norte, Europa, Oceanía y ciertas zonas de América Latina. El analfabetismo cayó en picada. Las masas más educadas sostendrían el desarrollo económico y contribuirían a la democratización (aunque no siempre, como se vería en Alemania).

La población mundial, que trabajosamente había alcanzado los 1.000 millones de personas recién en torno al año 1800, superó los 2.000 millones a fines de la década de 1920. Era una prueba palmaria de que el mundo disponía de más alimentos, más medicinas y una mejor distribución de la riqueza, a pesar de los pesares.

En los twenties se registró una rápida promoción de las mujeres, que habían comenzado a votar en Gran Bretaña y Estados Unidos en la primera década del siglo. Se incorporaron a las fábricas, a los centros de enseñanza y a las profesiones liberales. 

Advertencias ominosas

El mundo tras Versalles fue el de las tentativas de restauración de los viejos imperios europeos, aunque el principio de autodeterminación se abría paso implacable, y florecería después de la Segunda Guerra Mundial. Fue el mundo de los nacionalismos emergentes, pero también de enormes vendavales sociopolíticos, como la revolución soviética iniciada en 1917 o la Italia fascista triunfante desde 1922.

La guerra civil rusa, que se extendió entre 1917 y 1923, provocó al menos 10 millones de muertos: por la guerra en sí, pero más por epidemias y hambrunas. El triunfo de los bolcheviques, y el poder absoluto que concentró Stalin, abrieron una nueva era en la historia de la humanidad.

Los procesos de ruina económica de Alemania, Austria y otros países de Europa central, más el elevado desempleo de la depresión de post guerra, unidos al temor o desconcierto por el cambio rápido, fueron el caldo de cultivo perfecto para las ideas totalitarias.

Las revoluciones y la destrucción del pasado fueron hijos del desarrollo industrial, pero también de la Gran Guerra, que acabó con La Belle Époque europea y con la idea de que el mejoramiento de las condiciones de vida era un proceso continuo y sin reversa.

El fascismo y el comunismo, ejecutado por pequeños partidos fanáticos y disciplinados, se ofrecieron como sistemas alternativos y superiores al capitalismo liberal. Personajes por los que nadie habría apostado mucho, como Lenin, Stalin, Mussolini o Hitler, crecieron en el seno de algunos de los Estados más significativos, y abrieron una era de “estadistas pistoleros”. Debería correr mucho tiempo, mucha tiranía, sangre y miseria, para entender que el ideal revolucionario, de izquierda y derecha, era un espejismo destructivo.

“En el lugar de la creencia religiosa aparecía la ideología secular”, sostuvo el historiador británico Paul Johnson. “Los que habían engrosado otrora las filas del clero totalitario, ahora se convertirían en políticos totalitarios. Y, sobre todo, la Voluntad de Poder originaría un nuevo tipo de mesías”.

Próxima nota: “Los felices años 20” en Uruguay; el Crac de Wall Street en 1929 y la Gran Depresión

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