Diego Battiste

Los superhéroes son los científicos (y es hora de reconocerlo con más que un gracias)

Los presupuestos, del Estado y de los privados, son finitos pero pueden y deben ser más inteligentes

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30 de mayo de 2020 a las 05:02

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No recuerdo otro momento en la historia reciente de Uruguay en que hayamos escuchado con tanta atención a quienes más saben: los científicos. Algunas de las caras más visibles de esta crisis han sido las de los tres integrantes del Grupo Asesor Científico Honorario que convocó el presidente Luis Lacalle Pou un mes después de que se desatara la crisis pandémica. Rafael Radi, Henry Cohen y Fernando Paganini son los coordinadores de tres grupos que integran a una multitud de investigadores que no han parado de correr en busca de explicaciones y soluciones.

"Suban a Netflix la conferencia de Radi, Cohen y Paganini. Magistral”, tuiteó un periodista de El Observador hace poco más de una semana, apenas finalizada la conferencia “de los científicos” (así se la identificó desde entonces) en la que explicaron, con claridad, calma y solvencia, en qué situación estaba Uruguay con respecto al Covid-19. Me había perdido la primera parte y la verdad es que cuando terminó estaba ansiosa por verla completa. Es decir, yo misma quería hacer binge watching con la conferencia de los científicos.

Ellos son la manifestación más pública de una comunidad pujante y terca, la de los científicos que apostaron y apuestan a este país a pesar de que este país ha apostado bastante poco en ellos. Es cierto que en los últimos años hubo mejoras importantes, pero reconozcamos que son aún insuficientes.

Gracias a ellos, en estos casi tres meses de pandemia pudimos contar con tests hechos en Uruguay para detectar el covid-19 (algo fundamental para apurar el ritmo del testeo y no depender de la desbordada producción internacional), respiradores que se construyeron en tiempo récord para estar preparados para un desborde de CTIs que afortunadamente no se ha dado y hasta la secuencia de los genomas completos de SARS-CoV-2 de uruguayos infectados con el virus, algo fundamental para intentar entender su mecanismo de contagio y la inmunidad más corta o más larga que genera en el organismo humano.

Gracias al trabajo de científicos también tenemos fechas de retorno a clases; sin su trabajo de evaluación y proyección, es difícil que el gobierno hubiera tomado la decisión. Ahora también colaboran paso a paso en la generación de protocolos para retomar la actividad en la enseñanza y en otras áreas de la vida que se han visto seriamente limitadas por un virus al que le va bien cuando las personas se juntan.

Son muchos los que han trabajado sin respiro, muchos sin dormir o durmiendo de a ratos, muchos que en los primeros días de la pandemia ni siquiera volvían a sus casas por temor a contagiar a sus seres queridos o que decidían separarse voluntariamente de sus familias para cuidarlas. Udelar, Instituto Pasteur, universidades y laboratorios privados y más, todos compartieron sus saberes para trabajar en equipo con un solo objetivo: vencer a un virus que hasta hace un minuto infectó a casi seis millones de seres humanos y mató a más de 350.000.

Todo esto debemos agradecerlo, para empezar. Y luego retribuirlo con presupuesto y remuneraciones acordes. La discusión del porcentaje del PIB dedicado a la ciencia que recorrió buena parte de los gobiernos del Frente Amplio (en los que se lograron grandes avances en el apoyo a la ciencia y se crearon organismos dedicados) sigue pendiente. Y sigue pendiente el reconocimiento, valor y lugar que nuestros científicos deberían tener en esta sociedad, más allá de las decisiones presupuestales de cada gobierno.

En 2008 se creó la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), a la que se le asignó un presupuesto propio para financiar y ejecutar políticas en ciencia y tecnología. Así se formó el Sistema Nacional de Investigadores, que en 2019 apoyó económicamente a 1900 científicos uruguayos. Un año después se fundó la Academia Nacional de Ciencias, cuyo presidente es Radi, uno de los integrantes del grupo asesor. Esta Academia pidió crear un ministerio de las Ciencias; al final se negoció una Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología (2015), que depende de Presidencia y que no ha podido avanzar demasiado desde entonces. En 2006 había empezado a funcionar el Instituto Pasteur, cuyo origen estuvo en el acuerdo que firmó el gobierno de Jorge Batlle con el de Francia, dos años antes.

La inversión en ciencia ha mejorado, pero también se ha estancado. En el primer gobierno de Tabaré Vázquez creció a un ritmo de 20% por año. En el de José Mujica pasó a un 5% anual. Los políticos prefirieron no comprometerse a un número en la última campaña, algo que sí se había logrado en la de 2014, cuando los candidatos presidenciales de todos los partidos firmaron un documento en el que decían que iban a intentar llegar al 1% PIB. Finalmente no se llegó.

En medio de esta crisis, estudiantes del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) señalaron que un decreto les iba a recortar aún más los fondos disponibles para pagar su trabajo y la formación de los investigadores. Pedeciba es una sigla brava de retener, pero todos deberíamos saber qué hace este programa: coordina maestrías y doctorados en ocho áreas de la ciencia y lo integran 1.000 investigadores y 800 estudiantes, nucleados en centros de todo el país. Coordina la búsqueda de la excelencia. Finalmente el presidente Lacalle Pou anunció que este recorte no se haría.

Presidencia
Institut Pasteur

En la ciencia, como en cualquier profesión o actividad, no hay misterios. Lo que se invierte en formar profesionales de calidad y, luego, en retenerlos, es dinero que retorna en forma de avances, innovaciones y soluciones. Si bien mencionarlo parece una perogrullada, no hay más remedio que hacerlo en un país donde los científicos siguen siendo -como los docentes, por dar un ejemplo- ciudadanos de segunda que pasan años y años formándose y, que invierten horas y horas de dedicación en investigación y enseñanza, para recibir en la mayoría de los casos magras retribuciones.

En esto toda la sociedad debe tirar para adelante. Tenemos muchos científicos capaces y todavía relativamente pocos puestos de trabajo interesantes para ellos. Los egresos de maestrías y doctorados se triplicaron en ocho años. La mayoría de los egresados (81%) se dedican a la docencia y eso no está nada mal, si no fuera porque pocos se dedican a investigar, que es lo que también genera innovación.

En organizaciones privadas sin fines de lucro son solo el 3% y en la administración pública el 15%. En empresas privadas solo trabaja el 1% de los investigadores. ¿De verdad las empresas privadas en Uruguay necesitan tan poca investigación y por lo tanto, tan escaso potencial de innovación? Los presupuestos, del Estado y de los privados, son finitos pero pueden y deben ser más inteligentes.

El propio Radi señaló más de una vez que hay una “desconexión entre la formación del recurso altamente capacitado y el aprovechamiento de ese recurso”. La consecuencia suele ser la emigración de científicos e investigadores altamente calificados. Según el Primer Censo de Doctores en el país (2018), el 74% reside en el país y el 26% en el extranjero. Las cifras han mejorado notoriamente desde aquellos años en que casi todos se iban, pero igual falta.

Si algo nos dejará esta crisis -espero- será un respeto renovado por estas personas que, cuando las papas quemaron, se pusieron sobre sus hombros buena parte de la responsabilidad de decidir el futuro de un país, en medio de una pandemia mundial que lo único que ha dejado por igual en todos los lugares del planeta, es incertidumbre. l

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