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En cuanto se mira un horizonte más allá de tres años se advierte que Argentina debe hacer cambios en su concepción económica
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13 de septiembre de 2016 a las 17:30

En cuanto se mira a un horizonte más allá de los tres años se advierte que Argentina debe hacer cambios de fondo en su concepción económica.

La relación entre empleo privado (blanco o de cualquier color) y los habitantes que dependen del estado –1 a 3 con optimismo– es insostenible, creciente, injusta y criminal. Se notará en breve cuando los jubilados adviertan que el plan de Reparación Histórica es otro truco para escamotearles lo que legalmente les corresponde.

El déficit de más de 7% del PIB que el presidente Macri eligió licuar usando la inflación heredada, la propia y la baja porcentual provocada por un futuro crecimiento, se autoindexará con la resiliencia histórica del gasto del Estado.

La carga impositiva no bajará en esas condiciones, salvo una inversión que genere un fuerte crecimiento, que no se producirá por las mismas razones que se describen. La actual discusión sobre si el tipo de cambio está atrasado o no es académica. Los costos internos y los impuestos son duramente altos en dólares y aún en pesos.

Entonces el círculo vicioso se perfecciona: no se baja el gasto para no crear desempleo y marginalidad. Ello genera un costo impositivo que hace imposible generar empleo privado vía crecimiento y exportaciones con valor agregado. La distorsión de términos relativos así provocada, ahuyenta la inversión.

El proteccionismo juega a su vez un papel central contra el crecimiento y el bienestar. Con un mercado libre de cambios, que es el único posible, el peso se seguirá apreciando, lo que hará más difícil la exportación de valor agregado, es decir la creación de empleo privado, el único empleo válido. La inflación cede con un fuerte costo recesivo creado por la esterilización monetaria que induce el Banco Central, pero no morirá, seguirá en vida latente hasta que una baja mayor de tasas o un aumento de emisión le vuelva a dar impulso.

En ese escenario al aguardo de milagros, la toma de deuda es la esperanza salvadora. Por tres años. Después, también los operadores descubrirán la inviabilidad y empezará el ciclo ya conocido que termina en alguna clase de default. De paso, la entrada de dólares de deuda terminará revaluando más el peso.

Está claro que el gasto del Estado debe bajar de inmediato, urgencia que crecerá hasta la explosión si se pierde más tiempo. También está claro que debe minimizarse el proteccionismo en el comercio internacional y la prebenda en el mercado interno. Ambos benefician a unos pocos industriales pero destruyen a las pymes y al empleo real y tienen un altísimo costo para el contribuyente y el consumidor.

Aunque no existiera la sedición del peronismo –rama caótica– y su oposición a cualquier solución, ninguno de estos dos aspectos fundamentales se encarará. Ni la reducción del gasto e impuestos ni la eliminación del proteccionismo. El estado, los sindicatos, los industriales poderosos y hasta el mismo gobierno, jamás permitirán abandonar los rígidos principios de fascismo económico que rigen al país.

En consecuencia, Argentina marcha alegremente hacia el endeudamiento, bajo el lema de que sobran dólares en el mundo y que se puede conseguir financiamiento al 6,5%.

El panorama en Brasil es muy similar. Con un déficit incluyendo intereses de 9% del producto, y con muchas de las demás características argentinas. Con una deuda que ya es muy elevada en términos absolutos y relativos y que no tiene ninguna posibilidad de dejar de crecer, el país vecino corre hacia un endeudamiento del 100% de su PIB, sin que ello se refleje en una mejora del desempleo de dos cifras o en ningún otro “fundamental”.

La esperanza brasileña está en que se apruebe una política de Estado de reducción de gasto, una reforma jubilatoria y una ley de cuentas públicas, para lo que necesita dos tercios de su Congreso. Pese al circunstancial traspié carcelario de sus prebendarios, la casta industrial es muy fuerte y luchará para mantener el proteccionismo comercial y su libra de carne del gasto. Y vencerá.

¿Y Uruguay? Sin la exageración caricaturesca de Argentina, sin el empresariado imperial de Brasil ni su acto de contrición judicial, tiene los mismos problemas. Proteccionismo estatal y privado, inflación sistémica y realimentada con indexación, déficit enquistado, impuestos y costos altos, pérdida de competitividad y apreciación de la moneda como consecuencia. Otro círculo vicioso perfecto. El empleo privado en baja, lógica consecuencia, y además el desempleo disfrazado de empleo público. Por supuesto que con los gremios, los seudoindustriales privados y el Estado resistiendo heroicamente el cambio imprescindible.

Los tres países enfrentan un rumbo de hierro: el endeudamiento. Que a su vez los lleva a un único destino: crisis de deuda. Pero su sindicalismo, sus corporaciones, sus políticos y buena parte de su sociedad, se resisten a resignar el estatismo y a permitir la apertura comercial. No importa cual fuera el signo político o ideológico, los une el miedo a competir, a perder el enorme regalo del estado, la renuencia a ceder sus privilegios. En nombre de la patria, del pueblo, de la soberanía, de la lucha contra el capital, de la generación de empleo o de cualquier otra causa, luchan por su prebenda.

Por eso su límite de apertura es el Mercosur, garantía de proteccionismo y de corrupción. La única política de Estado de los tres países es el fascismo económico. Cada uno en su estilo, respetando los relatos hipócritas de cada país.

Argentina recibe hoy a los grandes CEO del mundo. Espera convencerlos, cuando lo que necesita es que ellos la convenzan de que va hacia el abismo. Como siempre, mientras no se caiga al precipicio antes de las elecciones, cualquier advertencia será desoída. Mientras tanto, los socios y vecinos siguen abrazados al Mercosur, como náufragos que se abrazan a la foto de un salvavidas.

Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

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