Pancho Perrier

Mercosur, triste historia de amantes despechados

Un par de buenas ideas que probablemente fracasen

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30 de abril de 2021 a las 05:03

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El gobierno de Uruguay, respaldado por el de Brasil, reclama más libertad en el Mercosur para cerrar acuerdos de libre comercio con otros países. El gobierno de Brasil, con el apoyo de Uruguay, desea reducir el arancel externo común, una muralla de impuestos a las importaciones que llega hasta 35%, y que fuerza a sus industrias a complementarse más con Argentina que con otros.

Ese gato fue puesto encima de la mesa el lunes, en una reunión virtual de cancilleres y ministros de economía de los cuatro países del Mercosur, una discusión a distancia con los habituales desplantes.

La pretensión brasileña es una novedad histórica, debido a su larga tradición proteccionista y de reserva de mercados. La intención librecambista de Uruguay es más antigua.

La economía uruguaya fue muy abierta durante el primer siglo de vida independiente. Las tendencias aperturistas renacieron con vigor en la década de 1990, después del fracaso del estatismo y la “industrialización por sustitución de importaciones”. Incluso el izquierdista Tabaré Vázquez flirteó con la idea de firmar tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, en 2006, y con China, en 2016, en procura de más prosperidad e independencia.

Esas tentativas de huida hacia adelante fueron vetadas con rapidez. Que el enano se corte solo, y abra una cabeza de playa para el ingreso de grandes potencias, al modo de un Hong Kong o Singapur latinoamericano, es una idea aterradora para Brasilia y Buenos Aires.

¿Y qué pasa ahora en Brasil, para un giro tan completo? Por un lado, influye el hartazgo con el proteccionismo y las cuotas de los argentinos. Una rebaja de aranceles externos facilitaría la integración con industrias de otros países más modernos y eficientes. Por otro lado, inciden los vientos de fronda que levanta el ultraliberal ministro de Economía brasileño, Paulo Guedes, un Chicago Boy que detesta las prácticas mercantilistas de la región.

Lo cierto es que el Mercosur, o una parte de él, vive un tiempo de crisis existencial e “impaciencia estratégica”.

La economía de Uruguay es insignificante en el Mercosur: representa apenas 2% del total. Pero incluso el Mercosur completo es muy poco relevante en el mundo (2,9% del PIB del planeta), salvo, y relativamente, como reserva de materias primas y alimentos.

La falta de tratados de libre comercio es una de las razones que dificultan la competitividad. Las agroindustrias pagan una gran cantidad de dinero en aranceles para ingresar con sus productos a China, la Unión Europea y otros países.

En junio de 2017 el diario Folha de São Paulo divulgó un documento crítico sobre inserción internacional redactado por altos funcionarios de la Presidencia de Brasil. La obligatoriedad de negociar acuerdos comerciales en bloque con el Mercosur es un “amarre”, decía. El bloque solo había signado tres “acuerdos irrisorios” (con Egipto, Palestina e Israel), en comparación, por ejemplo, con los 20 acuerdos de libre comercio cerrados por Chile, incluidos China, la Unión Europea y Estados Unidos.

La impaciencia con Argentina, que no desea avanzar en la integración con otros bloques y países, ya quedó expuesta en la reunión virtual de presidentes del 26 de marzo, cuando el Mercosur cumplía 30 años. Entonces Luis Lacalle Pou dijo que el Mercosur “no puede ser un lastre” que impida el avance comercial de Uruguay, a lo que su colega Alberto Fernández contestó que si Argentina es un lastre, “tomen otro barco”.

Poco antes, el ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, había advertido: “Para convertirse en Argentina, se necesitan seis meses; para convertirse en Venezuela, un año y medio. Si lo haces mal, vas rápido”.

Luego Roberto Frendt, uno de los negociadores brasileños, declaró: “Argentina se aisló. Queremos salir del inmovilismo. No nos queremos hundir con el Mercosur”.

Argentina y Brasil llevan al menos una “década perdida” en materia económica y social, y a los tumbos políticos. El desempleo y la pobreza andan por las nubes. A Uruguay le ha ido mejor, aunque no demasiado.

Brasil sigue siendo un socio comercial importante para Uruguay. Pero Argentina se ha vuelto irrelevante en las últimas dos décadas, salvo por el turismo y una parte muy menor de su fuga de capitales. Hoy los socios dependen mucho más de China, como comprador y proveedor, que de sus vecinos.

La propuesta de Uruguay, de que los Estados que integran el Mercosur puedan cortarse solos o en grupo para negociar tratados comerciales con terceros, acabaría con el sueño de crear una unión aduanera entre vecinos.

Una unión aduanera, a la que el Mercosur se acercó en la década de 1990, implica libre tránsito de mercaderías. Un mercado común es una fase más avanzada: agrega libre movilidad de capital y trabajadores, lo que integra las economías aun más, y una estrategia comercial común. Es lo que ocurre, por ejemplo, en la Unión Europea, un bloque de 27 Estados, con casi la cuarta parte del producto bruto mundial, que tienen libre movimiento de bienes, dinero y personas, un solo banco central y una moneda común para la mayoría. Pero las nuevas iniciativas aperturistas del Mercosur, donde las decisiones se toman por consenso, pueden fracasar con facilidad.

El gobierno argentino es profundamente proteccionista, incluido el control de cambios, en línea con el tradicional desarrollismo peronista, que no cree en los mercados y sí en una autarquía bajo firme control burocrático y político. Tampoco Uruguay, aunque más abierto, es un ejemplo brillante de unión aduanera. Mientras se considere contrabando traer pasta de dientes o combustibles desde el otro lado de la frontera, no habrá realmente un mercado común, ni un espíritu que lo sostenga.

Muchas personas, en realidad, no comprenden el libre comercio y tienen reflejos proteccionistas, del tipo pobre pero mío.

Otro factor decisivo es que el beligerante Paulo Guedes puede morir sepultado bajo el peso de las contradicciones de Brasil. Es improbable que él supere los privilegios de los industriales del sur del país, los intereses de la burocracia e, incluso, el nacionalismo militarista que representa el presidente Jair Bolsonaro.

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