JUAN MABROMATA / AFP

Metano, ganadería y energías fósiles

Si no tomamos partido con ciencia sólida, quedaremos a merced del lobby de las energías fósiles, que tratará de poner toda la culpa en las vacas

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26 de julio de 2020 a las 05:03

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El sector cárnico uruguayo ha sorteado un nuevo desafío esta semana en que la segunda ola del covid-19 ha llegado. Es casi el único sector cárnico del mundo que no tuvo interrupciones por la pandemia y en esta semana cuando un trabajador contrajo la enfermedad actuó con inteligencia y consciencia apenas sintió los síntomas, no concurrió a trabajar y evitó contagiar a cualquiera de sus compañeros. Su enfermedad vino, como en la mayoría de los casos, del sector salud. Mientras, también en esta semana el covid-19 estalló en la industria paraguaya. Para Uruguay la pandemia, aunque arrecie, sigue siendo una muestra de que las cadenas de producción de alimentos funcionan muy bien.

Pero en el mediano plazo la carne enfrenta el mismo reto de la industria automotriz: reformularse para ser parte de la batalla por frenar el calentamiento y resolver el problema del metano. Un problema como el propio gas, inodoro, incoloro, invisible, pero cada vez más importante.

En el mundo esta fue una semana importante para el gas más importante para Uruguay, el metano. El gran escollo a superar en los próximos 10 años para que la ganadería uruguaya sea absolutamente incuestionable.

Las noticias que tienen que ver con el cambio climático son malas, cada vez peores, pero como inciden en el muy largo plazo, quedan relegadas a un peligroso segundo plano mientras la segunda ola de la pandemia golpea.

Este gas tan simple, un carbono y cuatro hidrógenos, es complicado para Uruguay porque es la principal razón por la que puede cuestionarse a la ganadería uruguaya que, como la del resto del mundo, es generadora de metano.  Y porque esta semana hemos sabido que su concentración en la atmósfera sigue aumentando y empieza a manar del fondo del océano en algunas zonas.

Los gases que causan calentamiento son de cuatro tipos: el CO2 que es el más abundante; el metano, ch4, el segundo en abundancia; el óxido nitroso, es dos átomos de nitrógeno combinado con dos de oxígeno y una cuarta familia de gases fluorinados. Todo se lleva a equivalente en Co2 porque este es 81% en peso del total.  El Co2 es el mayoritario y el que menos calentamiento genera y por lo tanto es el que se toma como unidad. Molécula a molécula, el metano calienta mucho más que el Co2. En un plazo de 100 años calienta 23 veces más. En realidad átomo a átomo calienta unas 84 a 86 veces más, pero se degrada en un plazo de unos 10 años, mientras que el Co2 permanece casi perpetuamente, por eso la equivalencia que habitualmente se toma queda en 23 a 1. El óxido nitroso (N2O) tiene un potencial de calentamiento 265–298 veces mayor que el CO2 para una escala de tiempo de 100 años. El N2O permanece en la atmósfera durante más de 100 años, en promedio. Ese es un desafío para el arroz, aunque se emite en cantidades bajas y es el tercer gas en incidencia.

Mediciones complejas que no están exentas de controversia, porque hay más de un método de estimación y porque no todo son emisiones antropogénicas: áreas silvestres como los bañados también emiten metano. El problema es que el crecimiento es casi todo originado en actividades humanas y de acuerdo a estas estimaciones divulgadas, 60% del crecimiento de las emisiones de origen humano están en la agricultura y en el desperdicio de alimentos, y 40% en el sector de energías fósiles. En este estudio, que presenta el balance detallado para 2017 y la primera estimación para 2019, el producto de la fermentación ruminal y las heces de los rumiantes generan cantidades similares de metano que la industria de las energías fósiles.

Pero otros estudios afirman que las emisiones del sector carbón han sido severamente subestimadas.

Científicos de la región como el argentino Ernesto Viglizzo cuestionan el protagonismo que se le asigna a la gandería en el tema.

A fines de 2019, la concentración de metano en la atmósfera alcanzó alrededor de 1.875 partes por mil millones (ppb), más de dos veces y media los niveles preindustriales. Cada año se emiten a la atmósfera unos 600 millones de toneladas de metano, como toda la producción mundial de trigo, pero una cifra más impresionante si pensamos que se trata de un gas. El gran temor es que el derretimiento de zonas pantanosas cercanas al Ártico liberen millones de toneladas de metano a  la atmósfera y aceleren drásticamente el calentamiento. Un temor bien fundado a partir del récord de temperaturas  (38º C) que se registraron en el circulo polar y desataron graves incendios en la Siberia desde fines de junio. Mientras, la pregunta de ¿quién emite? es crucial.

También esta semana se confirmó por primera vez una fuga de metano en el suelo marino bajo la Antártida. Y el problema es que esa fuga sería causada por el propio calentamiento del agua de los océanos. O sea que es otro circuito de retroalimentación positiva; a más temperatura más filtración y  a más filtración más temperatura.

Todo mientras venimos en un mes de julio con récord de temperaturas en las zonas del Ártico que han generado extensos incendios muy difíciles de controlar.

El carbón y el fracking, además de ser grandes culpables, tienen una función sustituible por energías limpias. La producción de alimentos está en una categoría cualitativamente distinta.

No todas son malas noticias. El gobierno del Estado de Nuevo México en EEUU propuso exigir a las empresas petroleras que recuperen al menos 98% del metano que emiten al 2026. Cinco años de plazo para poner a punto tecnologías que mitiguen el desastre que la industria petrolera del fracking está haciendo. Un buen precedente para la defensa de la ganadería uruguaya. Mientras, profundizar mediciones, estudiar sistemas de captura de carbono, probar con genética y alimentación que reduzca emisiones y negociar en los foros internacionales.

Uruguay no puede mirar esta discusión de lejos ni con equipos técnicos “recortados” por un ajuste fiscal. Máxime cuando en su enorme mayoría estos equipos desde hace años funcionan con fondos que son aportados desde el exterior sin contrapartida, justamente para que el país pueda hacer su presupuesto de gases de efecto invernadero de forma sólida y fiable.

Si no tomamos partido con ciencia sólida, quedaremos a merced del lobby más poderoso del mundo, el de las energías fósiles, que tratará de poner toda la culpa en las vacas de modo de seguir con su negocio lo menos cuestionado posible.  

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