Leonardo Carreño

Ni tanto, ni tan poco: de Tabárez a Cappuccio

Fútbol y política: ya es hora de aprender de nuestros errores y adoptar una visión más critica sobre cuánto deben durar los líderes en sus posiciones

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26 de agosto de 2021 a las 05:04

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Pareciera que los uruguayos venimos teniendo un problemita en determinar la duración óptima de los liderazgos. La selección uruguaya tiene el mismo técnico hace 15 años y lamentablemente ya no logra reunir la energía para darles instrucciones a sus dirigidos durante un partido. Durante este mismo período, los cuadros grandes han venido implementando un “modelo” radicalmente opuesto, con Peñarol cambiando de técnico 25 veces y Nacional 21. Los cuadros grandes despachan técnicos antes que terminen de darse cuenta hasta cuál es su menú preferido en la cantina de las canchas de entrenamiento. 

A nivel político, el país tuvo prolongadísimos ciclos de liderazgo, donde quienes concentraban el poder era un grupo bastante reducido a través de una dictadura militar 12 años, un largo período de gobiernos de coaliciones blanqui-coloradas, y finalmente durante gobiernos frenteamplistas durante 15 años.  

En marcado contraste, dentro de un período de gobierno los ministros parecen tener también cada vez menos tiempo para llevar adelante sus planes, con cuatro ministros del presente gobierno dejando su lugar antes de un año y medio.   

En materia de liderazgo suele haber un ciclo natural. En una primera etapa hay generalmente costoso proceso de aprendizaje. Es un periodo de prueba y error, de experimentación con diferentes estrategias, y finalmente de puesta en marcha de un plan que requiere de adaptación de todas las partes.

En una segunda etapa de máxima efectividad donde líderes aptos pueden ver la maduración del proyecto, y donde se va profundizando la confianza, clarificando la estrategia, y en algún caso transformando la cultura misma del grupo. Puede haber también una tercera etapa, de calcificación de estructuras y pérdida de entusiasmo y motivación con el proyecto.

En esta etapa, los líderes pueden empezar a caer en excesos de cautela, generalmente atados a un modelo de operar que le dio los mejores resultados en el pasado cada vez más remoto sin lograr adaptarse a nuevas realidades donde el mismo ya no rinde frutos.

Evidentemente no hay un plazo fijo y mecánico en el cual las etapas se acaban, lo cual complica calibrar las decisiones de cambios. La evidencia para el sector privado muestra que, en promedio, la maximización del valor de la empresa (basadas en la cotización bursátil) suele darse alrededor del quinto año desde el nombramiento del CEO.  

Pero los plazos pueden ser muy distintos ya que estas etapas no necesariamente suceden siempre, de forma inexorable.

Algunos líderes no tienen las herramientas para poder alcanzar la segunda etapa y quedan estancados en una fase inicial donde reinan la confusión y descoordinación (u otros males como las compras directas!). En este caso puede tener sentido cortar el proyecto de forma presurosa. Pero parece un exceso pensar que ninguna de las más de 20 veces que los grandes cambiaron de técnico en estos 15 años se podría haber esperado para disfrutar de una fase más madura.

Parece un exceso pensar que ninguno de los cuatro ministros que ya quedaron por el camino podrían haber avanzado hasta ver culminar alguno de los proyectos en los que habían empezado a desarrollar.

Tampoco es inevitable caer en una tercera etapa de desgaste. Hay algunos líderes ágiles, adaptables, que se mantienen éxitos por plazos muy largos como el caso de Alex Ferguson en el Manchester United, Greg Popovich en los Spurs (NBA), o, en la arena política, Angela Merkel en Alemania. El caso de nuestro técnico de selección no parece ser una de esas excepciones: sólo pudo ganar, con un equipo plagado de estrellas globales, un partido de corte eliminatorio en cualquier competición en los últimos 10 años.

Tampoco parecen ser excepciones nuestros proyectos de gobierno: parece haber un consenso generalizado que el tercer gobierno del Frente Amplio fue el de menor energía de esa fuerza política, empantanado defendiendo logros pasados con muy poco foco en las nuevas dificultades que planteaba la economía y la situación de seguridad ciudadana. 

Ya es hora de aprender de nuestros errores y adoptar una visión más critica sobre cuánto deben durar los líderes en sus posiciones. No hay por qué oscilar inexorablemente entre el sexo tántrico o el coitus interruptus, hay un largo espectro de opciones intermedias más prometedoras.  

1  https://hbr.org/2013/03/long-ceo-tenure-can-hurt-performance.
 

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