En el último siglo, desde que el presidente de la República se elige en Uruguay por el voto directo de la ciudadanía, siete comicios tuvieron resultados apretados.
En 1922 José Serrato, del Partido Colorado, venció a Luis Alberto de Herrera, del Partido Nacional, por 7.199 votos. En 1926 el colorado Juan Campisteguy le ganó a Herrera por apenas 1.526 votos. El 1930 el también colorado Gabriel Terra venció al mismo Herrera por 15.185 sufragios. En 1962, tiempo de gobiernos colegiados, el Partido Nacional le ganó al Partido Colorado por 23.798 votos. En 1971 el colorado Juan María Bordaberry se impuso al blanco Wilson Ferreira Aldunate por 12.802 sufragios. En 1994 el también colorado Julio María Sanguinetti derrotó al blanco Alberto Volonté por 23.000 votos. Y el domingo pasado, 24 de noviembre, Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional, bisnieto de Luis Alberto de Herrera, le ganó por unos 37.000 votos a Daniel Martínez, del gobernante Frente Amplio.
Entre octubre y noviembre el Frente Amplio sufrió un serio revés después de 15 años de gobierno. En las parlamentarias del 27 de octubre reunió poco más del 39% de los sufragios, su registro más bajo en 20 años. Pero la arremetida final para el balotaje, que redujo la diferencia entre los dos candidatos a solo 1,5 puntos porcentuales, dulcificó la derrota.
Martínez, quien parecía desmoronado, obtuvo así cierto desquite moral, confirmó su fortaleza en Montevideo, hizo más difícil que se le cuelgue ahora toda la culpa de la derrota –y arruinó buena parte de todo eso por su tacañería para admitir el resultado–.
En todos los balotajes anteriores, entre 1999 y 2014, los candidatos del Frente Amplio habían levantado su caudal de primera vuelta sólo entre 9 y 12%. Pero Martínez repuntó 21,4%. ¿Cómo se explica?
En primer lugar, las personas han aprendido a servirse de todas las posibilidades del sistema electoral aprobado en diciembre de 1996. Eligen un Parlamento en primera vuelta, y luego, en balotaje, optan por una fórmula presidencial, que no tiene por qué ser del mismo color, o no por el mismo margen.
Ya vendrán historias en que se gane la mayoría parlamentaria y se pierda la Presidencia de la República, y al revés.
Es posible que el repunte del Frente Amplio de más de ocho puntos porcentuales entre octubre y noviembre, alrededor de 203.000 votos, también tenga otras explicaciones: la afanosa campaña persona a persona que hicieron sus militantes; la masiva propaganda gubernamental, de cada oficina pública y de cada jerarca; el rechazo personal de ciertos electores a Lacalle Pou, o ciertas dudas sobre la eficacia de su nueva coalición.
Es muy probable que se haya sobreestimado el efecto boomerang, contrario a los intereses de Lacalle Pou, del mensaje por WhatsApp que el general Guido Manini Ríos envió al personal de las Fuerzas Armadas. Ciertamente su estilo y sus palabras pudieron poner los pelos de punta a los más veteranos y politizados, que padecieron la dictadura, pero no al común de las personas. Son precisamente los más humildes quienes alimentan las filas de las Fuerzas Armadas y de la Policía, y parecen preferir líderes que hablen claro y fuerte.
Manini con su discurso trató de detener cierta sangría de votos hacia Martínez que percibían sus colaboradores en el terreno.
Ese trasvase de voluntades –en los suburbios de los pueblos y en la periferia de Montevideo, según muestran las estadísticas– no se dio por razones ideológicas, sino por el miedo liso y llano a perder algunos beneficios que administra el Estado.
Parte de esos temores, estimulados por militantes políticos y sindicales, referían a la presunta eliminación de planes sociales que administra el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), en el marco del Plan de Equidad, que beneficia de un modo u otro a unas 380.000 personas que viven en la pobreza.
Un ejemplo es la Tarjeta Uruguay Social, que proporciona una asistencia de entre 1.500 a 6.000 pesos a los 60.000 hogares uruguayos de menores ingresos, con independencia de otras prestaciones o servicios.
Mientras tanto las asignaciones familiares, creadas en 1943, benefician a más de 100.000 niños a cargo de personas trabajadoras o jubiladas, no necesariamente pobres.
Además, muchos empleados son favorecidos con deducciones al Impuesto a la Renta de las Personas Físicas (IRPF) por tener hijos a su cargo.
En consecuencia, más de tres de cada cuatro niños y adolescentes uruguayos perciben algún tipo asistencia, directa o indirecta, por pequeña que sea.
El Mides cuenta con un muy completo mapeo de la sociedad uruguaya, en particular de sus eslabones más débiles, que perfeccionó desde 2005 con asistencia de técnicos la Universidad de la República y de sus 2.000 funcionarios, además de muchos otros servicios tercerizados.
Esa base de datos, que sólo se conoce en parte, es también un botín político de primera importancia.
Otros miedos agitados por militantes de izquierda referían al presunto fin de los ajustes de jubilaciones y pensiones, o al menos de su retaceo, así como de los salarios, que muchas personas asocian a los Consejos de Salarios.
Esos miedos al cambio es otra de las grandes paradojas de la historia. Muchas personas esperan cobijo del Frente Amplio, la representación del Estado, del mismo modo que en el pasado se esperaba del Batllismo.
El mérito del ganador, Luis Lacalle Pou, no es chico. La derrota de 2014 ante Tabaré Vázquez lo hizo mejor. Tiene ahora por delante cinco años muy difíciles, en los que deberá, a la vez, ser conciliador e intentar reformas sustanciales. Pero si sale bien parado de esas tempestades, podrá estar otra vez en 2029 como aspirante al trono.
El Frente Amplio deberá revisar su bagaje ideológico e instrumental, renovar sus liderazgos y mostrar a la vez grandeza e ingenio en la oposición. Entonces, cuando el tiempo haga con el gobierno que lidera el Partido Nacional lo que hace con todos los gobiernos, la izquierda será de nuevo una poderosa alternativa, versátil y potente como un portaaviones probado en batalla.