Pancho Perrier

No subestimar la estupidez como motor de la historia

El mundo bajo presión por escasez de vacunas, crisis económica, oportunismo político y temor al control social

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30 de enero de 2021 a las 05:02

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Mientras el covid-19 arrasa en el mundo y los vacunadores lo corren de atrás, hay casi tanta resistencia a la vacuna como cuando la antivariólica llegó a Montevideo en 1805, para horror de sus toscos pobladores.

Estados Unidos ha tenido más muertos por covid-19 que los que sufrió en la segunda guerra mundial. En Uruguay, uno de los países menos afectados por la pandemia, ya han muerto más personas por covid-19 que en la batalla de Tupambaé, o en la de Masoller, las más cruentas de la última guerra civil.

Claro que entonces morían los jóvenes, lo que siempre es una tragedia; mientras ahora mueren los viejos, que no importan a casi nadie. Pero son ejemplos ilustrativos.

El coronavirus está provocando una cantidad récord de fallecimientos en el mundo: más de 18 mil cada día, peor que durante el pico del año pasado, y suma al menos 2,2 millones de muertos en total.

La pandemia se estabilizó en Uruguay durante enero, después de la aguda trepada de noviembre-diciembre. La cantidad de contagiados y de personas en cuidados intensivos cae en forma lenta, aunque la cantidad de muertos por día promedia 8,3 el último mes.

El gobierno reabrió las fronteras para uruguayos que viven en el exterior y para extranjeros residentes. Cada año regresan de visita al país medio millón de uruguayos, más de 100 mil de ellos en el verano. Ahora se esperan solo algunas decenas de miles.

La provisión de vacunas es más bien caótica en todo el mundo: por el exceso de demanda y el juego de los productores, lo que arroja también algunas sombras sobre la disponibilidad para Uruguay en fecha y forma.

Los gobiernos están bajo fuerte presión y tienden a sobreactuar. Estados Unidos, Europa occidental y el resto de los países ricos han acaparado la gran mayoría de la producción inicial de vacunas. Las organizaciones internacionales han sido más bien inútiles. Sálvese quien pueda.

El viernes 22 el presidente Luis Lacalle Pou informó de tratos cerrados con la germanoestadounidense Pfizer/Biontech y la china Sinovac. Sin embargo el miércoles 27 el director de Butantan, el fabricante brasileño de la vacuna china, llamada Coronavac, negó la existencia de un contrato formal.

Se abrió entonces un capítulo de versiones de todo tipo, que parecieron desairar al gobierno uruguayo, aunque el viernes el mismo ejecutivo brasileño admitió que Uruguay había negociado directamente en China, igual que Colombia y Chile.

Muchos políticos y empresarios, en Uruguay y en el mundo, derrochan oportunismo, candidez, tosquedad o miseria moral.

La ansiedad de la oposición uruguaya y de ciertos sindicalistas porque todo vaya mal rivaliza con la desesperación de Cabildo Abierto por marcar perfil, o con el candor del ministro de Defensa Nacional, Javier García, por demostrar que los Hércules C-130H comprados a España son sinónimo de soberanía.

Para completar un panorama más bien desolador, demasiadas personas ponen en duda la entidad de la pandemia, o desconfían de las vacunas, en parte como subproducto del exceso de información y la superabundancia de falsedades.

La esencia del éxito de las fake news es que coinciden con los prejuicios de mucha gente, y calzan en los huecos de nuestros miedos y nuestra ignorancia.

En julio de 1805 llegó a la Banda Oriental un remedio revolucionario, la vacuna antivariólica, que prometía prevenir la viruela, la peor enfermedad infecciosa de la historia.

La vacunación, naturalmente, fue muy resistida por los pobladores de Montevideo, entonces un pueblo de 5.000 habitantes particularmente brutos, quienes decían que les saldrían cuernos. El propio gobernador gallego, Pascual Ruiz Huidobro, y su esposa María Dolores de los Ríos, una condesa célebre por su belleza, se vacunaron en público para estimular a los remisos.

Ahora casi la mitad de la población uruguaya no estaría dispuesta a vacunarse contra el covid-19, según diversas encuestas. Es un fenómeno que replica lo que ocurre en otras zonas del mundo, aunque cede en cuanto se inician campañas de información y propaganda.

No es un asunto menor. Se requiere vacunar al 70% o 75% de la población mayor de 16 años —unos 2 millones de personas sólo en Uruguay— para alcanzar la “inmunidad de rebaño”.

Muchas vacunas han sido obligatorias en Uruguay (contra tuberculosis, difteria, tos convulsa, tétanos, poliomielitis, sarampión, rubeola, paperas, entre otras), pero esta será voluntaria, al menos para la población general.

Buena parte de los ciudadanos del mundo están hartos del asunto: padecen fatiga de coronavirus.

Muchos desconfían de vacunas producidas en tiempo récord, relativamente poco probadas, y objeto de competencia comercial, propaganda e influencia política.

Otros expresan su temor de que los gobiernos aprovechen la pandemia para reforzar su control sobre los ciudadanos.

En el último año los gobiernos han impuesto cierres de fronteras; clausuras de espectáculos, centros de enseñanza, oficinas y fábricas; toques de queda; tests y cuarentenas obligatorias; prohibición de reuniones y otras limitaciones.

Una vez que se transfieren tantos derechos a los Estados es muy difícil revocarlos, sostienen críticos y libertarios, que están detrás de ciertas protestas que emergen aquí y allá: en Holanda, Dinamarca, España, Líbano, Costa Rica, Estados Unidos o Alemania.

La derecha radical en Europa y Estados Unidos ve la pandemia como una oportunidad para atraer a nuevos militantes, incluidos aquellos que proceden de movimientos antivacunas y negacionistas.

La ultraizquierda latinoamericana tiene esperanzas de resurrección gracias a la recesión económica, la expansión de la pobreza y el malestar que provoca la crisis sanitaria mundial.

La no muy clara responsabilidad del gobierno de China, donde surgió la pandemia, es otro factor que alimenta las teorías conspirativas. El enorme avance económico y comercial de China durante el siglo xxi, basado en una variante de capitalismo autoritario, estimula la desconfianza universal.

Una encuesta realizada en diciembre en los Balcanes, en los países de la antigua Yugoslavia, arrojó que “más de la mitad de los participantes del sondeo cree que el coronavirus fue creado por un laboratorio chino, o que la industria farmacéutica contribuye a su propagación”, informó AFP. “Un tercio de ellos estima que hay un vínculo entre el virus y la telefonía 5G, cree que es un arma biológica del ejército de Estados Unidos o un complot de Bill Gates para controlar a la humanidad con microchips”.

No debería subestimarse la estupidez como motor de la historia, tan poderoso como el lucro, los ideales, las creencias o el sexo

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